Ajijic, es un pequeño pueblo ubicado junto a Chapala, bordeando la laguna hacia el poniente.
Al igual que Chapala, el pueblo está en la ladera de una pequeña cordillera, y las calles desembocan en el malecón. Sus calles son empedradas, y las fincas va desde lo modesto hasta lo residencial. Y es un lugar donde muchos extranjeros han decidido pasar su etapa de jubilación. Cabe mencionar que cuando conocimos la parroquia, siendo domingo por la tarde, el sacerdote estaba oficiando misa en inglés.
La primera vez que Gilda y yo (con nuestros hijos, claro) estuvimos en Ajijic, comimos en un restaurante llamado “Los Telares”; es un pequeño patio con árboles y exuberantes jardines alrededor. Instalados en mesa y sillas de forja con anchos cojines, fuimos atendidos bajo la sombra de un parasol. Degustamos una rica comida y al finalizar le pedimos al mesero que nos instruyera sobre los lugares más bonitos en el pueblo; ya que era la primera vez que estábamos en aquel lugar. Sorprendido por la pregunta, el mesero con un aire de simpleza sólo atinó a decir: - ¿lo más bonito de Ajijic?, pos Chapala.
Con promotores de turismo como tu, (pensé) el pueblo tiene asegurado su porvenir, ¡hijo pródigo!
A pesar de la desmotivadora recomendación del mesero, salimos a caminar por el pueblo, y honestamente quedamos bien impresionados. Llegamos a la Plaza principal y un mural nos recibió en una de sus esquinas. Ahí en forma gráfica está representada la historia y tradición del pueblo. Fuimos también al Centro Cultural, y apreciamos una extraordinaria exposición de pintura del autor Jorge Ramos.
Unos meses después volvimos a Ajijic, pero ahora acompañados de mis padres. Vaya experiencia que vivimos durante la semana que estuvieron por acá.
Conociendo los gustos de mis papás y dada la cercanía de los pueblos, les propuse llevarlos a visitar Chapala y Ajijic en el mismo día. (ellos ya habían estado en Chapala 49 años antes; durante su luna de miel).
-Hay un restaurante en Ajijic que les va a encantar – les dije – pero antes vamos a dar una vuelta por Chapala, sirve que hacemos hambre.
Pasábamos por la avenida principal de Chapala justo antes de llegar al malecón, y les dije:
-Aquí está el edificio de la Presidencia Municipal, dicen que en su fachada, hace muchos años, había un reloj, que cada hora tocaba la canción “Noches de Luna en Chapala”.
-¿Cómo va “Noches de Luna en Chapala”, Don Manolo? – preguntó Gilda.
-Es esa que dice: - comenzó a cantar mi papá – “Noches de serenata, de plata y organdí…”
-No, no, - Dijo mi mamá - a mi se me hace que esa es “Janitzio”.
-Ah, tienes razón, a mi se me revuelven.- concluyó mi papá.
Y ahí empezó el peregrinar para saber cómo va “Noches de Luna en Chapala”.
Seguimos avanzando por el pueblo y cuando se hizo hora de comer, nos encaminamos hacia Ajijic. En el camino, sin poder quitar la duda de su mente, mi papá volvió a comentar:
-Pues que no es esa canción que dice: “Noche tropical, cielo de tisú…
-Ah si… - asintió mi mamá como recordando.
Y continuó mi papá:
-“tienes la sombra de una mirada criolla…” Ah no… - se corrigió a si mismo - esa es “Noches de Veracruz”, pos pa´qué las hacen tan parecidas.
Llegamos al restaurante “Los Telares” (más vale malo por conocido…) escogimos una mesa bajo uno de los parasoles y dejándonos llevar por el sonido del agua de la fuente, nos tomamos una primera ronda de cervezas.
Apenas estábamos disponiendo de unos calamares fritos cuando llegó una cantante acompañada de su guitarra. Mesa por mesa fue ofreciendo su arte a cambio de propinas.
-Ahorita nos va a sacar de la duda esta señorita – le comentó mi papá a Gilda, refiriéndose a que seguramente se sabría la canción – Ahorita que llegue le pedimos que cante “Noches de luna en Chapala”.
Cuando la cantante llegó a nuestra mesa, ni tardo ni perezoso, mi papá le hizo la petición, a lo que la mujer respondió con una nerviosa sonrisa. Evidenciando que no se sabía la canción.
Más tarde llegó un trío.
-Ahora si, estos de seguro se la van a saber - dijo mi papá.
Pero corrimos con tan mala suerte, que el trío fue acaparado por una de las mesas del restaurante y no se separaron de ahí en todo el tiempo que estuvimos comiendo.
Salimos finalmente del lugar (todavía con la duda) y nos fuimos a recorrer el pueblo.
Anocheció más tarde y nos regresamos a Guadalajara todavía con la duda sobre la mentada canción.
Pasaron dos días de aquello, y fuimos a comer (ya en Guadalajara) a un restaurante de mariscos llamado “El Farallón de Tepic”. Cuando ya casi habíamos concluido nuestros platillos un cuarteto comenzó a cantar para la concurrencia.
-Estos si se han de saber “Noches de luna en Chapala”, Gilda – comentó mi papá, seguramente sin haber podido dejar de pensar en la canción en más de cuarenta y ocho horas.
-A pues vamos a pedírselas con un mesero. – comentó Gilda.
Así lo hicimos, escrito en una servilleta, puse el título de la canción y un joven mesero se ofreció a llevarla hasta con los cantantes.
Después de un rato, el mesero volvió y nos dijo, que con mucho gusto cantarían la canción en unos minutos.
Como la canción se estaba tardando, las mujeres decidieron pasar al baño.
Y justo cuando regresaban a la mesa, comenzaron los primeros acordes de la tan añorada melodía.
Mi papá (ahora si) inmediatamente la reconoció, a lo que dijo:
-pues ¿dónde está Gilda? ahora si, esa es “Noches de luna en Chapala”
-ahí vienen ya. - le contesté al tiempo que las veía salir del baño; mi mamá por delante con Gaby tomada de la mano y Gilda unos pasos detrás.
Cuando llegaron a la mesa, les dije:
-Escuchen, finalmente “esa” (refiriéndome a la canción) es “Noches de luna en Chapala”
-¿a ver? – dijo mi mamá, al tiempo que se giraba para ver de frente a los músicos.
Sin darse cuenta de que en el mismo momento Gaby (de la mano) giró en redondo pero en sentido contrario, enredándosele entre sus piernas, haciéndola perder el equilibrio.
Yo (con Pablo en brazos) sólo alcancé a ver como mi mamá perdía su punto de gravedad, mientras Gaby con sus grandes ojos, ya presentía que su abuelita estaba a punto de aplastarla.
Y sin más explicación, de bruces fueron a dar las dos debajo de una mesa.
- ¡MAMÁ! – grité cuando la vi caer.
Mi papá pegó un brinco mientras gritaba: ¡LUCHA!
- ¡GABY CUIDADO! – alcanzó a decir Gilda todavía sin sentarse.
Pablo hizó : - Ptrrr!!! - y con los gritos de todos, comenzó a hacer pucheros.
En medio de la confusión, mi mamá; atacada de risa, bajo la mesa y encima de Gaby sólo decía: - estoy bien, estoy bien, agarren a la niña.
Gaby lloraba, por supuesto. Y es que a pesar de ser experta en caídas, jamás había experimentado la sensación de hacerlo con su abuelita encima.
Yo me deshice de Pablo para auxiliar a las caídas, tres meseros movieron sillas y mesas, otro pasó con una charola, mi papá ayudó a mi mamá, yo levanté a Gaby; que lloraba más por el susto que por el aplastón, y todo aquello pasaba mientras los músicos cantaban sin que nadie los pudiera escuchar.
Con el desorden y el llanto de Gaby, Pablo rompió en llanto también.
Y mientras mis dos hijos lloraban, mi mamá nos explicó siete veces porqué se había caído: - Si veníamos muy bien, pero en la vuelta nos enredamos… y allá vamos.
Finalmente la calma volvió a la mesa después de un par de minutos, justo cuando los cantantes terminaban de cantar, ¿adivinen cual?, claro “Noches de luna en Chapala”, aplaudimos por “puritito” compromiso, pedimos la cuenta y salimos del restaurante todavía sin saber cómo va la mentada canción, que inmortalizó a Pepe Guizar. Pero eso si, con una sonrisa en los labios, ya que sabíamos que a pesar de todo, teníamos una nueva anécdota qué contar.
En fin, esta historia no se ha terminado, y no se terminará hasta que a todos los involucrados nos quede claro cómo va “Noches de luna en Chapala” con suerte y esa duda sea el motivo que nos haga volver a ese bonito rincón de nuestro país.