sábado, 27 de enero de 2024

Monumental… ¡Festejo!

 28 de enero de 2024

Es de sabios corregir. La Monumental Plaza de Toros México, abrirá nuevamente sus puertas para eventos taurinos, su verdadera razón de ser.

El tema es polémico y en ocasiones despierta más pasión entre los antitaurinos que entre los que propios aficionados. Celebro la reapertura, me daba cierta pena ver el imponente coso, convertido en recinto para conciertos o en cancha de tenis.

Aplaudo la decisión y agradezco a quienes la hicieron posible. Las notas de “Cielo Andaluz” volverán a sonar a las cuatro treinta, y al tiempo, la multitud coreará el primer “Ole” de la tarde. La gente llenará las localidades desde la arena hasta el reloj, y por la puerta de cuadrillas comenzará el paseíllo con los matadores; quienes, junto a sus cuadrillas, lidiarán una histórica corrida.

Para beneplácito de la afición, la emoción de la fiesta volverá con todo su esplendor, toros y toreros, músicos y autoridades, monosabios, banderilleros y picadores, ganaderos, artistas, comentaristas y público en general, volverán a sentir la emoción que por cerca de dos años les fue privada. 

Sé que hay gente que piensa distinto y disiente de lo que escribo, y que esta polémica, histórica y artística tradición en la que se juegan la vida toros y toreros, jamás estará libre de tensiones, así en el ruedo como en las gradas e incluso afuera de la plaza. Los argumentos de quienes están en contra de la tauromaquia, suelen sustentarse en el sufrimiento que experimenta el animal durante la lidia y hasta su muerte. Tal cosa no la discuto. Sin embargo, muchos ignoran o se niegan a reconocer, que el toro de lidia es una raza creada y criada justamente para eso. Es decir, que si las corridas de toros no existieran, el toro de lidia se extinguiría como consecuencia de ello, pues al no ser un animal salvaje que viva libremente en algún lugar del mundo; como el león o el tigre de bengala, no habría ninguna razón para su crianza.  

Por otra parte, la supuesta crueldad a la que aluden los detractores de la fiesta, les impide ver que el toro de lidia tiene una vida; que fácilmente sería envidiable para otras especies, ya que los toros viven entre cuatro y cinco años; por decirlo coloquialmente “como reyes”, en una gran dehesa controlada como si estuvieran en libertad, pastando con su manada y con todos los cuidados veterinarios que la ganadería les proporciona. En cambio, me pregunto ¿Por qué nadie repara en las miles de reses; y de otros animales, que son criados para la engorda, el sacrificio y el consumo humano? Allí la crueldad no sólo estriba en la forma de morir, sino en la manera en cómo viven. Eso sí que es crueldad, porque son animales que desde que nacen, están acinados en corrales, sin más tarea que comer hasta lograr el peso requerido para ir al matadero, donde sus vidas terminan antes de los tres años y con absoluta indiferencia de todos. Ahora consideren que la industria de la carne, seguramente mata más toros en una hora, de los que mueren en todas las plazas a lo largo de un año. ¿No será momento de que los detractores reenfoquen su crítica y su indignación hacia otro lado?

Pues bien, monumental festejo, es lo que veremos en la primera corrida de esta nueva temporada, que marcará un nuevo ciclo en las tardes de toros de la ciudad de México. Quien esté de acuerdo que lo celebre, quien se indigne con la tauromaquia, que proceda como mejor le parezca. Por encima de las diferencias, construyamos una sociedad donde aprendamos a respetarnos y a convivir en paz con nuestras convicciones y creencias. Esperemos que así sea y que Dios reparta suerte.

sábado, 6 de enero de 2024

"Desde más acá del Tingo hasta más allá del tango."

 CRÓNICA DE UN VIAJE A LA ARGENTINA 


6 de enero 

Llegamos a Buenos Aires al anochecer después de un vuelo de ocho horas. El trayecto hasta el hotel en la zona de Puerto Madero, tardó otros 45 minutos, en los que nuestra guía nos dio la bienvenida, junto con algunos datos generales de la ciudad y lo más importante, nos advirtió que por ningún motivo utilizáramos las palabras: cajeta, concha y cachucha, ya que, en aquel país son propias del lenguaje vulgar y su significado difiere por completo de lo que conocemos en México.


Nos fuimos adentrando en la ciudad y el paisaje se fue tornando cada vez más urbano y más moderno. Primero algunas viviendas y comercios aislados por la autopista, luego conjuntos de departamentos, algunos templos, hasta que estuvimos inmersos en la mancha urbana y finalmente llegamos a Puerto Madero donde vestigios de bodegas, galerones industriales de ladrillo rojo y grúas para embarque y desembarque de navíos en los canales de navegación, dan constancia de la historia del lugar, y conviven en armonía y contraste con un grupo de modernos y altísimos edificios de oficinas y departamentos generando un paisaje poco común “…donde conviven pasado y presente” dirían Ana Belén y Víctor Manuel…  nos instalamos en el hotel y salimos a caminar con el propósito que encontrar algo para cenar y disfrutar la noche que era serena y cálida, todo lo encontramos a pocos pasos, así que extendimos la convivencia hasta que consideramos que era la hora de dormir.  


7 de enero

Salimos del hotel a las nueve de la mañana y caminamos por la orilla del canal con dirección al norte, queríamos aprovechar para conocer uno de los comercios más emblemáticos de la ciudad: la librería “El Ateneo, Grand Splendid”. Aquella donde un embajador mexicano, penosa y flagrantemente fue sorprendido en 2019 robándose un libro, y con aquel destino en mente, caminamos cruzando en nuestra ruta por la histórica Plaza de Mayo y junto a los edificios que la flanquean, como la casa rosada, el banco nacional y la catedral metropolitana. 


Seguimos por Av. De Mayo y pasamos por el café Tortoni, cuyo sótano sirvió de sede para las tertulias artístico – literarias de la “Agrupación de Gente de Arte y Letras La Peña” creada en 1926 y donde tan solo de ver la fila para entrar se nos quitaron las ganas. Seguimos andando y llegamos hasta la Av. 9 de Julio, caminamos unos pasos más y muy cercanos al famoso obelisco; símbolo de la ciudad, decidimos abordar un taxi para que nos agilizara el trayecto y en pocos minutos nos puso en nuestro destino.


La librería está construida en lo que fue un antiguo teatro victoriano. A pesar de haberla visto en fotos, el espacio te enamora y te invita a recorrerlo, me imagino la cantidad de historias que alberga de cuando funcionaba como teatro. Actualmente, el escenario es una cafetería, y desde ahí uno puede tener la vista que tuvieron muchos actores, bailarines y cantantes cuando estaban en escena. Para concluir la visita con broche de oro, tuve la fortuna de encontrarme con mi amigo Pablo Rubietti, el argentino más leonés que conozco, y fue un gusto presentárselo a varios de los amigos con los que viajábamos, su plática y recomendaciones enriquecieron todavía más el encuentro, y sirvieron para aprovechar de mejor manera nuestro viaje.


Se acercaba la hora de comer, así que salimos de la librería; no sin antes recordar a Borges, a Cortázar y a Sábato, y trayéndome una tercia de libros, no necesariamente de aquellos, sino de otros escritores. quizá menos conocidos, pero sobre todo cuyas obras no me representaran tanto peso en el equipaje. 


Volvimos al hotel, teníamos prevista una comida grupal.  El menú inició con ensalada fresca tipo caprese con aceitunas, y el platillo principal fueron ravioles rellenos de hongos. De sobremesa hubo postre y mensajes de bienvenida y júbilo por la aventura que nos esperaba y por el gusto de estar juntos otra vez disfrutando la bella vida. Por la tarde hicimos una sesión de trabajo y nuestras parejas se fueron al mercado en el barrio de San Telmo. 


Llegada la noche, Buenos Aires se vistió de luces para mostrar una de sus más afamadas facetas, una noche de cabaret, no recuerdo si el espectáculo o el lugar, llevaban el nombre de “Rojo Tango.” Un restaurante-bar de alfombras y terciopelos, donde la penumbra dominaba el ambiente. Cenamos en tres tiempos. Fuimos de lo ligero del entremés a lo chocolatoso del postre, y disfrutamos de una noche de música, canciones y bailes a ritmo de tango, interpretada en vivo por una orquesta de 6 elementos, entre los que destacaban 2 bandoneones, y además un grupo de 12 bailarines y cantantes que dieron muestra de técnica, sensualidad, elegancia y cachondeo, dignos representantes de una tradición cultural que los representa con orgullo y fama internacional.  


Canciones como “Por una cabeza”, “Los pájaros perdidos”, “Fumando espero” y “¿Qué me van a hablar de amor?”, me hicieron recordar desde cuándo y en voz de quién los escuché por primera vez. Por momentos mis pies se movían bajo la mesa como queriendo imitar algunos pasos, el entrecejo fruncido y la seriedad en el rostro de los bailarines le imprimía un dramatismo a cada pieza que la volvía única. Por más de una hora, el espectáculo nos hizo sentir que la ciudad seductoramente comenzaba a mostrarnos sus encantos, justo cuando nosotros estábamos listos y ansiosos por descubrirla. 


8 de enero

Hicimos un tour por la ciudad haciendo escalas en algunos lugares emblemáticos y barrios tradicionales. Comenzamos en la Plaza de las Naciones Unidas en el barrio de La Recoleta, admiramos la “Floralis Genérica,” una gigantesca escultura metálica de una flor con acabado tipo espejo. Nos explicaron que cuando su inauguración, un mecanismo hacía que los gigantescos pétalos se abrieran y se cerraran respectivamente con el alba y la puesta del sol, pero a los argentinos; al fin de alma latina como nosotros, el mecanismo se les descompuso y el técnico no ha podido ir, así que por ahora la flor luce estática y a medio abrir… aun así, sigue siendo bella.  


Seguimos nuestra ruta y paseamos por el barrio de Palermo, recuerdo amplias avenidas arboladas, parques y zonas de casas que funcionan como embajadas de diferentes países, entre tanto, una glorieta con el padre de la patria “San Martín” recreando una escena familiar del prócer jugando con sus nietas, haciendo alusión a la vez que una de ellas llegó llorando con su abuelo, porque su muñeca se había roto y tenía frío, a lo que San Martín, sacando de un cajón una medalla con una cinta amarilla se la dio para que se calmara. La niña quedó tranquila y la madre de esta, sorprendida le pregunto a su padre el por qué le había dado a la niña la medalla con la que el gobierno de España lo había condecorado, a lo que el prócer contestó: “¿Para qué sirve una medalla si no es para detener las lágrimas de un niño?”


Seguimos nuestro paseo y pasamos por la embajada de Estados Unidos, nos contaron cómo en una ocasión, todos los oficiales de la embajada se desplegaron por el jardín y alrededores causando preocupación entre los vecinos, algunos pensaron que se trataba de una amenaza de bomba o una estrategia militar, y grande fue la sorpresa cuando se enteraron que todos andaban buscando la tortuga extraviada del hijo del embajador.  “¡¿Se le escapó una tortuga?!” – preguntó asombrado Maradona al enterarse. “- Hay que ser boludo para eso.”  Y la pregunta quedó como frase para la posteridad, al grado de que todavía, cuando un porteño quiere burlarse de alguien por distraído o por “indejo…” nada más pregunta: “¿Qué? ¿Se te escapó la tortuga?”

 Volvimos al barrio de la Recoleta y llegamos al panteón, jamás me imaginé que nuestro itinerario incluyera una visita por el cementerio, pero fuimos y visitamos la tumba donde reposan los restos de Eva Perón, Evita, como fue conocida internacionalmente. No me imaginaba lo polarizados que resultan las opiniones de los argentinos que están a favor o en contra de Eva Duarte de Perón. Nos contaron datos de su vida, su agonía y el tortuoso peregrinar que tuvieron sus restos. Una persona nos compartió que las opiniones entre la población resultaban tan antagónicas que cuando finalmente el cuerpo volvió a Argentina, en su propia casa, su madre decir: “Dios mío, llévame cuando quieras, moriré tranquila sabiendo que el cuerpo de Evita ya reposa en Argentina.”  Y en cambio, el padre decía: “A ver ahora qué destino le espera a la Argentina con esta hija de puta enterrada en sus entrañas.” Así que para evitar conflictos; de ese tema, mejor no se hablaba. 


Ahora que, eso es un decir, porque para mantener vigente la polémica, existe un edificio sobre la avenida 9 de Julio, que en dos de sus fachadas, opuestas entre sí, hay un par de murales urbanos con el rostro de Eva, mostrando en la fachada que mira hacia el norte; que es la zona rica de la ciudad, una Eva con el rostro duro y amenazante, mientras en la fachada que mira al sur; donde están los barrios más pobres, una Eva sonriente y generosa.  Una Robin Hood cualquiera, defensora de los derechos de la mujer y paladín del populismo nacional que quitaba a los ricos para dárselo a los pobres, algo de eso también lo conocemos muy bien en nuestro país.  


También supimos el chisme de cuando Eva se lio con Libertad Lamarque a mediados del siglo pasado, siendo Libertad una artista de mayor talento y categoría, tenía que soportar los desplantes poco profesionales de quien se sabía protegida del gobierno argentino, y todo iba bien, hasta que, en cierta ocasión, Libertad le hizo un reclamo que consideraba justo y recibió de Eva una bofetada por respuesta, desatándose con ello un pleito que hizo que Libertad se quedara sin contratos ni disqueras. Así que exiliada o emigrada, tuvo que venirse a México a forjar la carrera de actriz y cantante que muchos conocemos. 


Seguimos nuestro derrotero y llegamos a una de las visitas que más esperaba, el teatro Colón, ubicado muy cercano al famoso obelisco de la ciudad. El teatro Colón es el foro de mayor categoría artística y cultura en la ciudad y seguramente en el país. Digamos que es como si en México nos refiriéramos al palacio de Bellas Artes. 


Hicimos la visita acompañados por una guía que nos contó como en la construcción del recinto participaron tres arquitectos, porque los dos primeros murieron primero uno y luego el otro a los cuarenta y tantos años. Nos llevó del vestíbulo principal al salón dorado y de ahí a la galería de los bustos, donde se aprecian ocho bustos de compositores de música clásica, y donde también pudimos apreciar la escultura tallada en mármol llamada “El secreto” en la que vemos a cupido misterioso susurrándole a Venus al oído la fórmula del amor. 


Entramos a la sala principal, quedé atónito ante la grandeza y el esplendor del espacio y sus decorados. Lo recorrimos andando entre las butacas y nos sentamos por unos minutos a contemplarlo, mientras la guía nos daba datos de óperas y cantantes que se han presentado a lo largo de la historia. Nos explicó también que los palcos que están en el nivel más bajo, en los costados de la sala, eran llamados “Palcos de viudas”, pues en tiempos pasados, resultaba impropio que las mujeres que enviudaban, se dejaran ver en eventos públicos cuando “a consideración de la sociedad”, no había pasado el tiempo suficiente para guardar luto al “recién finado”, pero como (latinos al fin) allá también predican y practican la máxima de que “El muerto al pozo y el vivo al gozo”, se las ingeniaban para asistir a las óperas sin que casi nadie las viera, entrando por los bajos del foro y la orquesta, pues los mentados palcos, parecen más bien fosas que balcones. 


Así estuvimos admirando y en mi caso imaginando la cantidad de puestas en escena que se habrán montado en aquel recinto, más siendo poco conocedor de ópera, e inclinándome más por el mal llamado “género chico” me fui yendo hacia la salida silbando y tarareando “El Coro de los Vareadores” de la “Luisa Fernanda.” Hermosa Zarzuela de amores y traiciones. ¡Que visita tan encantadora!


Para los argentinos el almuerzo es sagrado, y a nosotros todo lo que sea comida nos gusta, así que, sin poner resistencia, nos dejamos llevar al “Café de Los Angelitos” en la esquina de Av. Rivadavia y Rincón. – Acá cantó Gardel. Fue una de las frases que nos dijeron con orgullo. Se trata de un café-restaurante, o digamos establecimiento que tiene una primera parte de restaurante y recorriéndolo más hacia el fondo, un escenario con telón y todo, y un espacio con mesas y sillas dispuestas para comer y ver el espectáculo simultáneamente y hasta un área con doble altura que permite un espacio con balcón o galería en segundo nivel. 


¿Y por qué el nombre?, preguntamos mientras degustábamos un choripán, un bocadillo de ternera con verduras y las primeras copas de vino del día.  A decir del guía, en aquellos años, cuando el lugar se encontraba en los límites de la ciudad, cada vez que había revuelta o desmanes, las autoridades decían: “Vamos a ver qué hicieron ahora los angelitos.” Y se le quedó.


Terminamos el almuerzo y seguimos nuestro paseo parando en la insigne “Plaza de Mayo”, apeados y bien comidos, fuimos a hacer la digestión a la catedral. Conocimos la imagen de la virgen de Luján, patrona de la ciudad y sin exagerar les diría que igualita a la virgen de San Juan de los Lagos. Lo primero fue enterarnos de que los colores y la mismísima bandera nacional, están inspirados en el vestuario de la susodicha virgen. También supimos que, a pesar de ser la patrona, no está en el altar principal, sino en una capilla lateral y en otra del lado opuesto, reposan los restos del padre de la patria, el famoso General San Martín, a quien por cierto diariamente le rinden honores mediante cambios de guardia que pudimos presenciar. También destacaré por gusto personal y rareza arquitectónica, que la catedral cuenta con dos púlpitos, instalados en sendos costados de la nave principal, es decir, uno enfrente del otro, como para que en misas concelebradas puedan los padres dar sus homilías y recibir porras o réplicas desde el púlpito opuesto, supongo.


“Acá era donde estaba Jorge Mario, antes de ser Papa” (Refiriéndose por supuesto a Jorge Mario Bergoglio, mejor conocido como “El Papa Francisco”) nos dijo la guía y nos contó que solía recorrer la catedral y saludar a los grupos de visitantes y preguntarles si los guías les estaban explicando bien. Palmeaba a la gente en la espalda y a todo mundo despedía con bendiciones.


De la catedral nos fuimos al barrio de La Boca, pintoresca zona de la ciudad famosa por varios motivos, empezando por  “La Doce” famosísima afición futbolera a la que se le conoce como el jugador número “doce” y que, a decir de ellos mismos, cuando juega “El Boca…” hace “latir”, que no “vibrar” el emblemático estadio de “La bombonera.”  El puerto, que recibió inmigrantes principalmente italianos a principios del siglo pasado y que ahora sus descendientes entre otras cosas son famosos por ser destacados comerciantes, sobre todo en la venta de pizzas y hielattos, y artesanías y curiosidades; como un letrero de lámina que compré allí mismo, y ahora luce en el patio de mi casa junto al asador, y que dice: “Quédate con quien te haga un asado, que a cenar te invita cualquiera.” 


Llegamos a la calle “Caminito” famosa y pintoresca, primero por el tango que lleva el mismo nombre, “Caminito, que el tiempo ha borrado, que juntos un día nos viste pasar…”  y  segundo por lo multicolor de sus fachadas y andadores aledaños, y la historia de aquel pintor autodidacta de nombre Benito Quinquela Martin, quien con irónica locura, y una buena dosis de cordura fundó “La Orden del Tornillo” una hermandad de la cual se ostentaba a sí mismo como “Gran Maestre”, y en la que condecoraban con un colorido listón del que pendía un tornillo metálico, a quienes se podían considerar locos “Honoris Causa”, y decía, que si bien todos podían ser candidatos, no todos podían merecer ser declarados como tales, y cito: “Se reserva el collar de la Orden del Tornillo para los que tengan la monomanía del bien y la belleza, y para ceñirlo hay que tener por lo menos un poco de Francisco de Asís y un mucho de Quijote.” Por detalles como este, guardaré en mis recuerdos el memorable barrio de La Boca. 


Seguimos el camino y llegamos a San Telmo, cansados y sin más propósito que tomarnos una foto con la escultura de Mafalda y sus amigos que se erige en una de sus calles peatonales. Mi historia con el famoso personaje data de varias decenas de años atrás, y gracias a sus libros y al tiempo que en su momento tomé para explicárselo a mis hijos, he podido hacer que su sentido crítico social y político y su muy peculiar humor sea del agrado también de ellos.  Llegamos, hicimos la fila, después tomamos la foto y nos fuimos a cerrar el día con una experiencia que puso un broche de oro a la jornada, como si lo vivido hasta el momento no hubiera sido suficiente.


Se trató de una cena interactiva, un restaurante donde más que meseros tuvimos anfitriones. Jóvenes que interactuaban con nosotros en las mesas y que nos iban contando la historia de lo que estábamos degustando. Nos hablaron de los tres vinos de mesa que probaríamos; obviamente de la región de Mendoza, y de las viandas que habían preparado para nosotros, a saber: Quesos, patatas, batatas (camote), ratatouille, entre otras cosas. Nos hablaron de las tradicionales empanadas y de como al principio las equivocaciones eran generalizadas por la simpleza de confundir de qué estaban rellenas una vez cerradas y horneadas. Por fortuna, todo evolucionó en aras de resolver el problema y como parte de la experiencia, fuimos capacitados según el código oficial de “repulgues,” o sea, los pliegues con los que cierras la masa una vez que has colocado el relleno en su sitio, y de esta forma, después de horneadas, puedes identificar el contenido de cada empanada gracias la forma del repulgue. “¡Vualá!”   


Para estar seguros de que entendimos la lección, nos llevaron discos de masa y diferentes rellenos para poder hacer cada uno nuestras propias empanadas.  La experiencia fue divertida y sobre todo bastante sabrosa, se las llevaron crudas y nos las regresaron cocidas.  Tomamos vinos y fuimos avanzando por los diferentes tiempos del menú. Probamos de todo y terminamos con un jugoso trozo de carne cocinado al gusto de cada comensal. Luego los postres, a estas alturas los consideré pecaminosos por lo suntuosos y por lo exquisitos, seguro había más de un pecado en cada uno de ellos, pero como era de esperarse, acabamos con todos. 


Regresamos al hotel en autobuses, y para bajar la cena y evitar la somnolencia, nos pusimos a cantar para animar a los pasajeros, comencé con un fragmento de “Cambalache”, y como el tango comienza diciendo “Que el mundo fue y será una porquería…. ”, rápido nos hicimos de adeptos. Seguimos con un par de poemas humorísticos y terminamos con “Cielito Lindo” y “México Lindo y Querido”, y otras más, todos cantábamos al unísono. El autobús se volvió una fiesta “Tenochca” Nacional y con semejante pachanga, llegamos al hotel.


9 de enero 

Volamos rumbo a Bariloche. Cuando íbamos del hotel al aeropuerto pregunté si el tango era característico de toda la Argentina, y me dijeron que no, que sólo de Buenos Aires, teniendo su origen en los burdeles y barrios de baja estofa, donde las prostitutas al no darse abasto, lo usaron como una forma de retener a sus clientes, haciéndoles más llevadero el tiempo que tenían que esperar hasta que les dieran el servicio que buscaban.  “Bailar… (dice mi paisano Catón) … es lo mejor que un hombre y una mujer pueden hacer con los zapatos puestos.”  Y creo que, hasta la fecha, lo único mejor pudiera ser bailar tango. 


Luego así, el tango fue de origen un baile propio de las más bajas clases sociales, y sólo en lupanares, antros y prostíbulos, o sitios como “La Ferroviaria” que relata Perez Reverte en “El Tango de la Guardia Vieja”, era donde se podía bailar, con el fin para mantener la lujuria y el interés de la clientela. 


¿Que cómo llegó el tango a ser el baile que ahora todos conocemos?, pues fue hasta que en París se atrevieron a bailarlo y a verlo como un baile de salón. Hasta entonces la clase alta rioplatense lo fue aceptando, y reconociendo que lo podían bailar sin quedar embarazados… hay anécdotas de personalidades (que por ahora no recuerdo) que durante algunas cenas de gala sacaron a bailar a sus esposas ante la mirada atónita de la sociedad, y enfrente de todos bailaban tango como diciendo “no pasa nada” y se aceptó finalmente por todos y para el bien de toda la humanidad.    


Después de dos horas de vuelo y algo desmañanados, llegamos a San Carlos de Bariloche, el paisaje cambio por completo, veníamos de una ciudad de imagen urbana europeizada y llegamos a un paisaje donde la naturaleza se vuelve protagónica. Laderas de árida estepa, montañas con cumbres nevadas y lagos formados por el deshielo de glaciares son los elementos que dominan la vista en aquel sitio donde comienza la Patagonia. Arquitectura de casas de cuento, con detalles en madera, piedra y con techumbres inclinadas de dos y tres aguas para contrarrestar la caída de nieve que suele durar varios meses. 

Nos instalamos en el hotel y nos fuimos a pasear bordeando el Lago de Perito Moreno, llamado así en honor del “perito” que se dio a la tarea de marcar la división entre Chile y Argentina, tomando como criterio, la línea imaginaria que une las cumbres más altas de la cordillera. En el recorrido nos detuvimos en un mirador donde apreciábamos el lago, y la isla Victoria y en último plano, una parte de los Andes.  Tomamos fotos para el recuerdo y seguimos la ruta hasta la cervecería La Patagonia. Un parador turístico que combina lo rústico del paisaje con las comodidades y el confort que todo turista desea, y en aquel patagónico paraje degustamos cerveza y bocadillos hasta llenar y repetir. 


Disfrutamos de la plática y la sobremesa de buenos amigos y reímos tanto que era fácil pensar que la cerveza estaba adulterada. Fue tanta la relajación y el placer de estar en aquel sitio, que fue preciso posponer para el último día, algunas de las actividades programadas para este. Así que estuvimos hasta que llenamos y nos retiramos cuando no pudimos más. 


Así pensábamos todos cuando nos subimos al autobús y nos dormimos, pero llegada la hora de la cena, estábamos más puestos que un calcetín para degustar lo que se veía venir, el restaurante “El Foco” nos recibió en un cálido ambiente. Una cabaña construida con madera y tenuemente iluminada fue el lugar donde disfrutamos de bruschettas de hongos, quesos y frutos rojos, y un estofado de carne con paprika y ñoquis. Luego rematamos con un postre cremoso de limón, pistache y merengue.  Todo ello maridado con tres vinos Mendocinos, que transitaron del rosado al tempranillo y de este al merlot.  ¡Bocatto di Cardinale!  Sobre las paredes de la cabaña dos cuadros llamaban la atención, uno de Astor Piazzola tocando un bandoneón de fuego y otro fondeado en color naranja y con una cita de Borges que rezaba “Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno.”  Igual, no nos faltaba mucho. 


10 de enero

Con un clima poco más que fresco, llegamos al puerto o embarcadero ubicado en la orilla del lago Nahuel Huapi, un lago que cabe señalar, tiene una superficie que duplica el tamaño de la ciudad de Buenos Aires. El objetivo era abordar la embarcación “Modesta Victoria” para que nos llevara primero a la Isla de los Arrayanes y después a la Isla Victoria. 


La embarcación data de 1938, año en que fue botada al agua por primera vez. Navegamos poco menos de una hora cerca de 300 personas a bordo, caminamos por los tres niveles que tiene el barco y admiramos el paisaje desde diferentes ángulos. Sentimos la velocidad en las ráfagas que se perciben cuando sales a cubierta. Vimos como las gaviotas, acostumbradas a los turistas, hacen piruetas para tratar de agarrar la comida que algunos les ponen con la mano al alcance de sus picos. 


Llegamos a la isla de los Arrayanes, nos apeamos e hicimos el recorrido apreciando los mentados árboles de troncos anaranjados y hojas pequeñas y redondas, si el objetivo era hacer hambre, lo estábamos logrando. Pasado un reto volvimos a embarcar para cambiar de isla.  Navegamos nuevamente y desembarcamos en la Isla Victoria, muy cerca del restaurante Huaiquil, donde ya nos esperaban para comer. 


Comenzamos con una ensalada de la huerta que incluía lajas de jamón ahumado de jabalí, frutos rojos y flores. Después nos sirvieron una trucha ahumada; igual a la famosa trucha salmonada que se acostumbra en Michoacán, luego un pastel de láminas de papa como guarnición y finalmente un postre de helado con chocolate blanco y frambuesas. 


Luego salimos a tomarnos fotos de grupo y a caminar por la isla, que es como un jardín botánico gigantesco, creado exprofeso por un multimillonario que primero adquirió la isla para sí y luego la donó para que fuera un bien de la nación. Ahora se puede disfrutar convertida en un santuario ecológico donde hay diversos tipos de pinos y árboles como abetos, encinos, retamas y sequoias, y un sinfín de especies que, si bien algunas son de menor talla, todas son de igual relevancia ecológica. Cansados pero contentos, al caer la tarde regresamos en la embarcación hasta el puerto del que partimos en la mañana y luego en los autobuses fuimos hasta el hotel, para descansar un poco y prepararnos para la cena de despedida, que teníamos programada para esa noche en el hotel Llao Llao. 


El hotel Llao Llao es el más lujoso de la ciudad, una arquitectura propia del bosque llevada al lujo extremo, predominando las maderas finamente labradas y talladas y los detalles en piedra aparente, toda la decoración evoca al bosque y la naturaleza, lo mismo las obras de arte como pinturas y esculturas que están inspiradas en animales y paisajes naturales. 


El salón donde comimos era sencillo pero cálido, las mesas elegantemente dispuestas para recibirnos y un menú que como en los días pasados, fue un deleite de aromas, colores y sabores. Terminamos la cena y comenzaron los mensajes de agradecimiento, reconocimiento y buena ventura, principalmente dirigidos a quienes generosamente hicieron posible el viaje, y por supuesto también para agradecer y reconocer la destacada labor del grupo de guías que nos atendieron durante nuestra estancia. Al final, tuve el honor de compartir para todos el poema “El Vino” de Alberto Cortés y con el gusto de declamarlo en su propio país y de dejar en la memoria para siempre aquel recuerdo, me emocioné hasta las lágrimas mientras lo terminaba, y entre cálidos aplausos terminábamos también aquella hermosa velada. 


11 de enero

Dejamos la ciudad por unas horas, así como sus paisajes montañosos y partimos rumbo a la estepa, un paisaje más bien árido que por momentos reverdece en algunas zonas con presencia de pinos y arbustos en montes pequeños donde fácilmente se antojaría hacer senderismo.  


La aventura consistía en navegar por un río, montados en balsas inflables impulsadas con remos. Se trata del río por donde el lago Nahuel Huapi se desborda o se descarga, un río de aguas mansas que permite navegar en calma mientras serpenteas por pequeñas montañas, con formaciones de piedra por momentos caprichosas y una vegetación de pinos y árboles que invitan a la contemplación y al descanso.  


La navegada duró cerca de una hora, en las balsas íbamos entre doce y quince personas, el guía era quien con su remo hacía las veces de timón, y nos indicaba en qué momento debíamos remar y cuando descansar, el paseo fue por demás placentero, no obstante que el viento era fresco y constante, pues el sol apenas empezaba a calentar. 


Llegando al punto previsto, nos acercamos a la orilla y descendimos de la balsa. Nos estaban esperando los anfitriones con café, té, pan dulce y frutas para recuperar la energía.  Aquello fue un manjar en el momento justo. También nos percatamos de que, en aquel paraje, se estaba cocinando algo que prometía…, un par de corderos, el famoso bife de chorizo y varios pollos hacían fila para pasar sobre las brasas, los preparativos para el asado ya empezaban a desprender aromas, aunque nos advirtieron que aquello todavía tardaría cerca de dos horas más.


Descansamos un rato y continuamos nuestra agenda, ahora la actividad consistía en hacer una caminata por senderos colina arriba, iniciamos advertidos de no hacer mucha polvareda, pues el finísimo polvo que bordeaba el camino, era ceniza volcánica de algunos cientos de años atrás y que era mejor no respirar. 


Comenzamos caminando en grupo y poco a poco nos convertimos en una larga fila, el tiempo de caminata ya pasaba de los treinta minutos, el calor del sol se volvió más notorio. A pesar de la advertencia de no levantar polvo, por momentos resultaba imposible no hacerlo y hubo que tragar y aspirar un poco, el sendero comenzó a inclinarse cada vez más, sabíamos que el destino parecía ser una gruta en la montaña que se dibujaba desde abajo. – Pero ¿Qué vamos a encontrar ahí? – preguntábamos – Una sorpresa. - nos respondían los guías. El cansancio acumulado de varios días se empezó a sentir en cada paso, y de pronto, nos dimos cuenta que ya habíamos alcanzado una altura considerable. Inesperadamente comenzamos a escuchar como el viento parecía música y luego otra vez viento entre las hojas de los árboles, afinamos el oído y distinguimos con claridad que no se trataba sólo del viento, sino de un instrumento de cuerda, un chelo cuyas roncas notas salían de una gruta. No podía creer que fuera verdad. El grupo de guías habían llevado un chelo y un chelista para recibirnos en una gruta que parecía una concha acústica labrada en la montaña.  La sorpresa nos cautivó a todos. Aplaudimos al músico sorprendidos y preguntándonos, en qué momento habían subido semejante instrumento. Terminó la primera pieza y le aplaudimos emocionados. Esto hizo que nos deleitara con otras tres o cuatro piezas en las que algunos se dieron tiempo para pasear por la gruta, bailar o simplemente admirar. Al menos yo, estaba ante el concierto más inesperado que había escuchado.  


Con el alma rejuvenecida, iniciamos el descenso, desandar lo andado pareció más corto y más rápido que la subida. Llegamos nuevamente a donde habíamos dejado las balsas y el recibimiento ahora fue con cerveza y empanadas de carne y queso. Un aperitivo excelente para lo que seguía después, el famoso asado con ensaladas, botana y vino, como comúnmente se dice “A llenar” 


Comimos hasta decir “basta”, reposamos la sobremesa entre risas y reflexiones de lo que habíamos vivido aquellos días. Sabíamos que la aventura estaba por terminar, nos faltaba regresar a la ciudad y pasear por el centro histórico de Bariloche, comprar algunos recuerdos y los famosos chocolates que dan orgullo a sus habitantes. 


Así lo hicimos, fue un rápido paseo por las calles principales para ver la plaza, la catedral, los edificios cívicos y por supuesto las tiendas en las que compramos un hielatto de sambayón, chocolates patagónicos y un mate con todo y su bombilla.


12 de enero

Emprendimos el regreso con todo el grupo de amigos, volamos de Bariloche a Buenos Aires, de ahí a la ciudad de México y luego a diversos destinos. Después de muchas horas, regresamos todos con bien a nuestras casas, contentos de habernos visto, de haber convivido como en otros años y sobre todo de haber conocido estas bellas tierras. El rincón más austral que mis pies haya pisado.  


Mención especial, merecen el grupo de guías profesionales de la empresa Kawen, quienes nos acompañaron durante el viaje y que, con sus conocimientos y narrativas, hicieron que nuestra estancia fuera muchísimo más interesante y divertida que la que hubiéramos tenido sin ellos. 


Llegamos a casas cansados, pero sobre todo agradecido con todos los que hicieron posible este viaje. Bienvenido el cansancio cuando es por viajar, ojalá que la vida y el viento, nos permitan “Volver…” aunque sea “...con la frente marchita…”, que podamos regresar a ese bello país que tanta alegría nos dio, y que al menos a mí, me ayudó a reflexionar, a valorar y a “...sentir,… que es un soplo la vida.”

viernes, 5 de enero de 2024

Al Año Nuevo le Pido…

Alusivo a la temporada de fin de año, me llegó una reflexión que supuestamente es una oración portuguesa que dice: “No le pido nada al nuevo año, solamente que no se lleve lo que tengo.” 

Me parece que la petición es genuina, pero exageradamente optimista. Si algo tenemos asegurado en esta vida, son las pérdidas. Comenzando por la pérdida de la vida misma; garantizada desde el día que nacimos, y pudiendo ser, de todo lo demás también, material o inmaterial. Pareciera que no hemos aprendido que nada de lo que tenemos, es seguro ni es para siempre.   

Aquella oración, no obstante, me hace reflexionar y buscar en mi cabeza formas de conectar con ella, y entonces pienso: Al año nuevo,  le pido que me enseñe a valorar todo lo que tengo y que sepa cuidar de ello mientras lo tenga y pueda, y a disfrutarlo consciente de que todo es prestado y por lo mismo es temporal. 

También pediría, aprender a prepararme para cuando las pérdidas lleguen, pues son parte de la vida. Claro que en algunos casos es imposible prepararse, pero en muchos otros casos es posible. 

Disfrutar lo que tenemos y cuidarlo, y comprender que los bienes, las cosas intangibles, las personas que nos rodean, la salud, y la vida misma, en cualquier momento, nuestra o de alguien más se pueden terminar. Muchas veces, la vida nos da señales, al nuevo año también le pido aprender a leerlas.  

Si bien, hay muchas cosas que no controlamos, hay muchas otras que sí, y a mí me gusta jugar con esas fichas. Con las que sí manejo, con las que sí controlo, con las que dependen de mí.  

En una posada reciente, un amigo me dijo: “Vamos a ver qué nos depara el próximo año”. – No amigo, - le contesté – yo no creo en el destino como algo ajeno, yo creo que el destino cada uno se lo va construyendo. Con sueños, proyectos y planes y luego con disciplina y constancia para trabajar en ellos y se vayan haciendo realidad. Ese es el destino en el que me gusta creer. 

Hagamos de este 2024 un año donde todos sigamos creciendo, y donde entendamos con serenidad que tanto las ganancias como las pérdidas que ocurran en el camino, son parte de la vida, de esta vida, que a pesar de tantos hechos lamentables, sigue estando llena de buenos motivos para vivir.

Correr, es como vivir.

Hay un punto de partida, un trayecto y un destino.

Empiezas con un plan en mente, una vuelta, o dos, o diez kilómetros, o un maratón.

Cuando empiezas a correr, sientes el peso de tu cuerpo y de tus pies en el camino. Sientes el piso que te soporta y el viento en la cara que a veces te acaricia y a veces te golpea, y buscas el paso, el ritmo correcto que te permita avanzar y mantenerte en el camino seguro, firme y constante.  

Avanzas y te preguntas dónde debes llevar la mirada. Acaso cercana para ver en dónde pisas, acaso a una media distancia, para ver el entorno y lo que viene más delante, o en el horizonte para soñar con aquello que tus ojos todavía no alcanzan a ver, y concluyes que no hay una sola respuesta, pues al correr como al vivir, tienes que estar atento a todo. 

Avanzas más y repasas mentalmente cada parte de tu cuerpo, ¿Cómo me siento? ¿Cómo siento mi respiración, mi pecho? ¿Me falta el aire? ¿Puedo acelerar el paso, me mantengo, disminuyo un poco la velocidad? ¿Qué me dicen mis piernas, mis tobillos, mis rodillas?, ¿Cómo siento mis brazos? ¿Qué me dice mi mente? 

Avanzo más y soy consciente de que no voy corriendo solo, en la carrera de la vida, me cruzo con otras personas que van corriendo su propia carrera, y me siento acompañado, aunque no los conozca. Con algunas personas, intercambiamos miradas, saludos o incluso palabras de ánimo. Es increíble como un “buenos días” nos conecta.

Me inspiro en los demás. Me motivan los que me rebasan a paso firme y veloz. Es fácil ver que son cuerpos más entrenados que el mío, muchas veces más jóvenes o con mejor preparación, pero eso no me detiene, su historia no es la mía, su historia es la de ellos y en gran medida la ignoro, yo los veo cuando me pasan, y trato de estudiar su ritmo, su pisada, su respiración. Luego vuelvo y me concentro en mí. Verifico mi respiración, mi paso, ajusto el ritmo y sigo avanzando. 

Me inspiro también en aquellos que alcanzo y logro rebasar, porque de ellos admiro su esfuerzo y su fortaleza para no claudicar, muchas veces son gente mayor que yo, y pienso en cuántos años y cuántos kilómetros habrán caminado, corrido y recorrido, otras veces, son personas haciendo esfuerzos descomunales, ya sea por falta de condición física, por un sobrepeso mórbido, o por alguna enfermedad o discapacidad más allá de su control, también me inspiro en ellos, les reconozco su esfuerzo, su condición y su fortaleza y sigo y vuelvo a concentrarme en mí.  

A veces siento la tentación de correr para competir, luego veo que siempre habrá gente que corra más y otros que corran menos que tú. Habrá algunos que corran caminos similares, y otros que jamás se cruzarán contigo, y por insólito que parezca, habrá muchos que correrán en sentido contrario al que corres tú. Todos están bien.

Puedes aprender de los que corren más y si quizá enseñar a los que corren menos. 

Puedes incluso parar a media carrera, hacer un alto, ya sea para descansar, ya sea para meditar, y reflexionar en lo que has avanzado o para verificar si todavía quieres seguir en la misma dirección antes de continuar. 

Correr es como vivir, pero no viceversa. 

Porque correr, es como una linda forma de vivir.

Anécdota de una navaja.

Desde hace muchos años me gustan las navajas. Me parecen bonitas y además útiles. 

He tenido varias, algunas las he comprado y otras me las han regalado.

Recuerdo la primera que compré, fue en Toledo, España. Era de marca Muela, de una sola hoja, con su seguro metálico y cacha de madera. La usé un tiempo y un mal día la perdí. Recuerdo que cuando la compré, fue en una tienda de mostrador en el centro de aquella ciudad; que Agustín Lara bautizara como “Lentejuela del Mundo”, donde el tendero; un señor regordete con bigotes largos y voz atronadora, me regañó ofendido cuando intenté regatearle el precio de la pieza. Parece que lo estoy viendo, alzando la voz y manoteando me decía que su establecimiento era muy serio y que ahí las cosas valían lo que decían y no se regateaba nada. Como en la canción de Antonio Aguilar, …nomás el recuerdo queda.

Al pasar de muchos años, mi papá me regaló otra, una Victorinox de cachas negras y herramientas varias. La conservo y la cuido con cariño especial, tanto, que la llevé a grabar con mi nombre en la hoja principal, y así es como luce hasta la fecha.  

Resulta que por trabajo viajé a Chihuahua y me llevé la navaja, la puse en la maleta que documentaría como equipaje. De ida no tuve ningún problema, pero de regreso, al llegar al aeropuerto, entregué la maleta en el mostrador de la aerolínea y me dirigí al área donde se hace la revisión de seguridad. Cuando comienzo a sacar mis pertenencias de los bolsillos para cruzar los arcos, me percaté de que traía la navaja; un objeto por demás prohibido en la sección de pasajeros y por lo tanto en riesgo de perder si la dejaba a la vista de cualquiera de los oficiales de seguridad. 

Rápidamente vuelvo a guardar mis cosas y argumento que debo regresar a la sección de mostradores. – Es que olvidé algo, oficial…

Ya en el mostrador, pedí mi maleta que acababa de entregar para guardar algo adicional. La señorita amablemente me dijo que recuperarla era imposible en aquel momento, y que si no me apuraba, además perdería el vuelo. Le expliqué que se trataba de guardar algo que no podía llevar en la cabina y que de no hacerlo, la perdería, y tan amable como insensible, me recomendó que la diera por perdida – Eso nunca, chula. – Lo pensé, pero no lo dije, solamente sonreí. 

Pensé en diferentes alternativas para no perder mi navaja. La puedo esconder en algún lugar del aeropuerto y le pido a un amigo chihuahuense que venga por ella. La meto dentro del tanque de un sanitario en el baño o debajo de un lavabo y la recojo en mi próxima visita. La entierro en una maceta o en una jardinera y la recupero después por medio de algún conocido. Me hago amigo de alguna mesera, o compro algo en alguna tienda y le pido al dependiente que me la guarde mientras alguien la recoge, o mejor aún, tomo el riesgo y paso con ella.

Llegué al área de seguridad nuevamente. Agradecí al oficial que antes me había visto regresar por la fila en sentido contrario y le dije que todo estaba en orden. Tomé la bandeja para poner mis pertenencias, saqué mi computadora de la mochila y como si no supiera, puse todo el contenido de mis bolsillos en la misma mochila haciéndo sonar ruidosamente las monedas, cartera, llaves, el cinto, lo lentes, mis plumas y la mentada navaja con el fin de que entre tantas cosas, pasara inadvertida. 

Considerando que aquello no era suficiente, puse la bandeja en la banda, saludé a la oficial que está detrás de la máquina y que le pagan por ver la pantalla de los rayos x, y justo cuando mis cosas pasaron por el visor alcé la voz cantando el conocido verso del corrido de Chihuahua que dice: “¡Qué bonito es Chihuaaahuaaa!” – y alargué la tonada lo más que pude, a lo que la señorita volteó a verme y con una sonrisa respondió - ¿Le gustó? – ¡Muchísimo! – le contesté – ¡Qué bonita tierra, qué buena comida y linda es su gente…! - todo ello sin más propósito que robarle unos segundos la atención del monitor tratando de que mi contrabando pasar desapercibido.  La chica sonrió y se sintió halagada con los piropos que le dediqué a su tierra y a su gente. Me deseó buen viaje y me dejó pasar. 

La navaja la pude conservar, nadie se dio cuenta de mi travesura y nadie salió lastimado a causa de ella. Lo que sí me queda claro es que los filtros y protocolos de seguridad de nuestros aeropuertos se rinden ante las emociones que provocan las inesperadas letras de nuestro cancionero mexicano.