domingo, 28 de octubre de 2018

Crónica de una “carrera” anunciada.


Como si recorrer 5 km no fuera suficiente para mí, me animé a participar aun sabiendo que el trayecto tenía obstáculos, que no eran otra cosa que gigantescos brincolines inflables que debíamos escalar por un lado y bajar (si no es que caer) por el otro.

Llegué a inscribirme junto con mi hijo de 10 años; edad a partir de la cual los niños podían participar solos, es decir, sin la compañía obligada de un adulto, esa fue la primera señal del cielo, pero no la supe leer.

Después de un breve calentamiento en el que fue evidente mi incapacidad para realizar ciertos estiramientos, (esa fue la segunda señal pero tampoco la vi), nos congregaron en una especie de jaula al pie del primer obstáculo que tenía forma de resbaladero gigante y sin decir “agua va”,  comenzaron la cuenta regresiva.

Mi hijo Pablo se instaló entre las primeras posiciones para salir junto con los punteros, yo, consciente de mi escasa pericia con los inflables y previendo no poner en riesgo a los demás participantes, preferí que todos fueran por delante. Aplastar familias no es lo mío, así que preferí instalarme en modo de “dejar pasar”; incluso a un par de contemporáneos que estaban más o menos de mi calibre y rodada.

A la señal de arranque, todos trepaban, mi hijo en un santiamén estaba en la cima, brincó hacia el otro lado cuando yo todavía no me había ni movido, y fue la última vez que lo vi.  Comencé a escalar cuando vi que nadie correría peligro si me caía, y al llegar a la cima comprobé lo que suponía; de mi hijo y los punteros no se veía ni el polvo... (Esa fue la tercera señal y entones me pregunté: ¿Qué carajos hago en un brincolín a 6 metros del suelo?). Pero como “Aquí se apuesta la vida…”, no me quedó más remedio que avanzar… y avancé ayudado por la fuerza de la gravedad hasta llegar al suelo. Una vez apeado, comencé a trotar hasta el segundo obstáculo, en ese momento pensé en mi hijo, quien seguramente me llevaba como 100 metros de ventaja y me  acordé del chiste del toro y el becerro… pero eso lo dejaré para el final.

Seguí a mi paso siguiendo la ruta trazada y preguntándome qué sentido tenía haber hecho la carrera, si era obvio que mi hijo tomaría la delantera en los primeros 5 segundos y no lo volvería a ver hasta llegar a la meta, si es que llegaba, y en esas cavilaciones me encontraba cuando de forma solvente rebasé a mis agotados contemporáneos, quienes para ese entonces ya clamaban por una cerveza.

Avancé sin prisa pero sin pausa, pensando en que esto apenas empezaba, así que decidí dosificar mi energía y llevármela con calma, a mi edad, es más loable terminar entero, que terminar pronto. Llegué al segundo y luego crucé el tercero de los brincolines, en ese momento mi ruta se cruzaba con los que apenas iban y volví a escuchar como los de mi rodada estaban dispuestos a dar su reino por un clamato. En mi condición todavía no era para tanto, aunque ya empezaba a pensar en lo que me faltaba más que en lo que llevaba.

Por el quinto o sexto inflable escuché los gritos de una entusiasta jovencita organizadora, que me animaba: -  ¡VAMOS SEÑOR, USTED PUEDE! –  pobrecita, pensé, ¿Cómo me vería para que se haya animado a animarme?  Sin mediar palabra y viendo que se trataba de una chica generación z, le agradecí el ímpetu con una sonrisa y le di “like” sin detener la marcha.

Mientras me aproximaba al octavo obstáculo, vi que el inflable era como un enorme ring de boxeo  con obesidad, como si los planos para su diseño los hubiera pintado Francisco Botero, y para agravar la situación, el espacio lucía lleno de niños (más obstáculos), confieso que estuve tentado a rodear el artefacto para evitar un accidente, y en esas cavilaciones me encontraba cuando me acordé del casi prócer Roberto Madrazo; excandidato a la Presidencia de la República; más recordado por tomar un atajo en una carrera internacional, que por sus méritos en favor de la nación; si es que alguna vez los tuvo, y resolví que yo jamás aspiraría a ser recordado de la misma manera.  Así que resuelto y con determinación me dispuse atravesar lo que parecía una alberca de pirañas. Grande fue mi sorpresa cuando al llegar, escuché a otra organizadora gritando a los escuincles, “CUIDADO CON EL SEÑOR, CUIDADO CON EL SEÑOR”, aquel era un golpe bajo a mi vanidad casi en la recta final. Si bien contaba con suficiente energía para continuar, los gritos de la chamaca que seguro no tenía ni prepa terminada casi me hacen desfallecer. Sin embargo, recuperé el entusiasmo cuando sucedió el milagro. Algo similar debió sentir  Moisés cuando se le abrieron las aguas del mar Rojo,  porque todos los niños se hicieron a los costados y me dejaron pasar sonrientes y respetuosos. 

Para estas alturas, ya mi hijo estaba descansando y preguntándose si su querido padre llegaría antes de que anocheciera, o si debía llamar al 911 para que me buscaran.

Yo, seguía mi paso y ahora más que nunca dispuesto a terminar lo que había empezado, me dirigí al penúltimo inflable y al ver que se trataba de un túnel regordete que subía, bajaba y te hacía salir por el otro lado, comencé a tener una risa nerviosa seguramente provocada por la posibilidad de quedar atorado… aquí el mérito no consistía en cruzar, sino en caber, de inmediato recordé a mis contemporáneos y los imaginé embutidos en un obstáculo del que jamás saldrían y eso me hizo recuperar el ánimo. Subí y bajé con tal solvencia que hasta yo me asombré, y si más trámite troté hasta la meta donde me esperaba un simple resbaladero que sorteé como si fuera un experto.

Mi hijo me recibió en la meta todavía jadeante y sin haberse recuperado del todo, mientras yo (aunque media hora después) llegué casi intacto.  Nos abrazamos y nos tomamos una foto para celebrar el triunfo.  – Te tardaste mucho – me dijo.  – Pero terminé - le contesté.  

La carrera de obstáculos fue como una analogía de la vida, no es una carrera de velocidad, sino de resistencia. Y aunque es muy cierto que no existe sustituto de la victoria, también es verdad que en la vida, cada quien va corriendo su propia carrera.

Bono adiciona:
Un toro viejo y un becerro pastaban en un prado, a lo lejos una manada de vacas comenzó a mugir.
- Abuelo, - dijo el becerro - ¿Por qué no corremos y nos cogemos una vaca?
El toro viejo contestó: - ¿Por qué no mejor caminamos y nos las cogemos a todas?


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Rancho o Pueblo

Rancho o Pueblo.
Por: Manuel Gil Ramos
Rancho o pueblo, noreste mexicano,
curtido por el sol y por el viento,
de piel reseca, tu campo está sediento
aun del esfuerzo de callosas manos.
Casas de adobe, enormes ventanales
rodean la plaza y calles aledañas,
mientras el templo guarda en sus entrañas
la mística de santos patronales.
Bajo el calor del sol de mis paisanos
hay huellas de un pretérito rupestre.
La gente honra un apretón de manos,
y hace parir al suelo más agreste,
sabe que es un honor ser mexicano,
y un orgullo además, ser del noreste.