viernes, 12 de agosto de 2016

"10 AÑOS no son nada... son todo" DE LA INTIMIDAD AL ENOJO (Capítulo XXXIV)

      Querido hijo, deberás entender que toda relación de pareja es una relación compleja. Me refiero al hecho de que al estar formada por dos personas, implica un constante ejercicio de dar y recibir, de ceder y pedir que la otra persona ceda también.

A lo largo de esta colección llamada “10 AÑOS no son nada…son todo”; y de la cual te dejo el último capítulo, te he contado muchas de las cosas que le suelen pasar a las parejas durante los primeros 10 años de matrimonio, claro que todo esto es (como dicen los abogados) “enunciativo, más no limitativo”.  Aquí hemos platicado de cómo una pareja se conoce, se casa, tienen hijos, van sorteando diversas dificultades, y poco a poco van madurando.

Sin embargo, nos falta un tema fundamental en toda relación motivada por el amor, y me refiero a que es justo en los primeros años de vida conyugal, cuando las parejas aprenden a estar juntos en las buenas y en las malas.

Estar bien en las buenas no tiene chiste, pero debemos pensar que la vida no siempre será “miel sobre hojuelas”. Habrá acciones adversas que equilibren la balanza.  Toda pareja vive momentos de pasión que tienen cabida en la intimidad y también toda pareja vive momentos de tensión que se suscitan al no encontrar la forma de ponerse de acuerdo, en ocasiones se pasan por alto los límites de la relación, y como consecuencia las cosas se ponen feas.

Toda pareja desde el momento del enamoramiento se sueña en la intimidad, tienen derecho a ella y nada los hace más felices que vivirla, tenerse y poseerse el uno al otro hasta saciar el deseo.  Nada hace más feliz a una pareja, que vivir juntos aquel descubrimiento paulatino de uno en el otro.

Vivir el amor sin obligación ni condición alguna es entregarse en cuerpo y alma para vivir junto al otro el placer del amor. Con la plena consciencia de hacer aquello que juntos estén dispuestos a hacer o que juntos hayan acordado. Siempre respetándose en todo lugar y en todo momento, conscientes de que por un instante estarán uno y otro siendo parte de un cuerpo ajeno.

Pero igual de importante será que toda pareja tenga sus  momentos de distancia, donde se deben  permitir un generoso espacio de por medio, permitirse ser uno sin el otro y viceversa. Recordando que cuando se conocieron, se atrajeron por lo que cada uno era por separado y sin la menor ayuda del otro.

Es cierto y es de esperarse que la pareja en ciertos aspectos nos termine de moldear; lo cual no significa que uno cambie su manera de ser; ya que eso está demostrado que no funciona. Me refiero a que se espera que uno aprenda a ser mejor persona, gracias a que nuestra pareja ve cosas en nosotros que nosotros mismos no podemos o no queremos ver. Por eso es importante avanzar en el autoconocimiento y el crecimiento personal con la ayuda de alguien que nos ame.

Pero también es cierto que a veces las ideas de uno y otro simplemente no encuentran acomodo y entonces es momento de confrontarlas. Aquí vale la pena hacer una aclaración: La confrontación, la discusión y el enojo, debe darse en el nivel de las ideas,  de tal forma que las ideas sean las que se confrontan y no las personas. Sé que esto es muy difícil  cuando tiene uno la sangre caliente, así que mejor seamos claros.

Queda estrictamente prohibido lastimarse física y psicológicamente. Eso no tiene ni requiere mayores explicaciones, cuando las cosas no funcionan, resolverlas por la fuerza o por la tortura psicológica no soluciona nada.  Los conflictos de pareja conviene resolverlos con la pareja solamente, jamás con terceras personas, a menos que se trate de una ayuda profesional que en ocasiones puede ser necesario y recomendable.

Tampoco conviene añejar los problemas, eso sólo hace que el resentimiento crezca y la carga emocional pese más. La mejor forma de resolver un problema es afrontándolo con la persona correcta, en el tiempo correcto y con la cabeza fría, es decir, de la forma correcta. Evitar a toda costa lastimar a alguien más, lastimarse a sí mismos y destrozar cosas, porque como está la vida, no está la situación para andar echando a perder nada.

Considero querido hijo, que la mejor forma de encontrar el equilibrio, es  siendo conscientes de que la igualdad debe ser un acto consciente entre las dos personas que formen una relación.  En una pareja, lo importante es considerar que ninguno es más que el otro, y por lo tanto no debe existir ni por momentos la idea de que alguno vale más que el otro. La igualdad será una fortaleza de la pareja si ambos son conscientes de que el bienestar de la pareja depende de los dos, y que los logros serán gracias a que ambos están poniendo la parte que les corresponda de acuerdo a sus roles y funciones.

Ya como colofón, recomiendo ampliamente que todas las parejas que están iniciando una relación, vivan al menos por un tiempo aislados del resto de sus familias. No sólo me refiero a vivir en otra casa, que eso es obvio, sino preferentemente vivir en otra ciudad.
Esta sola experiencia hace que la pareja se conozca ampliamente en todos los sentidos, que aprendan a contar uno con el otro en las buenas y en las malas y que no tengas otro lugar a donde ir,  y por lo tanto que cuando pienses en celebrar algo lo hagan en principio con sus seres queridos y si por algún motivo tienen una pena, acudan antes que nada al mejor de los refugios, el hogar.

Vivir en pareja es todo un desafío, es una forma de vida que a muchos nos gusta practicar y en la cual incluso nos atrevimos a realizar un juramente (deja tu ante las instituciones) ante la otra persona, de que estaremos con ella hasta que la muerte nos separe. Bueno pues ese compromiso, que tanto trabajo le cuesta a algunos, es lo que comienza por marcar la diferencia cuando se habla de una relación que tiene la intención de ser duradera, de otra que tiene deja abierta la puerta a la posibilidad de convertirse en desechable.

Querido hijo, espero que cuando tengas la edad suficiente y te llegue el momento de tomar decisiones trascendentes para tu vida, escojas vivir tu vida acompañado de alguien más, ya que de esta forma la vida se disfruta mejor y las penas se sobrellevan más fácilmente. Creo que es uno de los mejores consejos que de mi parte podrás recibir.

Por lo demás, no esperes que escriba una segunda parte de este texto para hablar de los siguientes 10 años de matrimonio, como lo sabes en este nuevo ciclo que ya juntos hemos comenzamos a vivir juntos, nos esperan las adolescencias de los hijos y las menopausias de los padres, así que por si las dudas, mejor no prometo nada.

Te adora, tu papá.

martes, 9 de agosto de 2016

La "Opinocracia"

El término “Opinocracia” lo leí por primera vez en una columna de Denise Dresser.  Como palabra seguramente no está registrada en el diccionario de la RAE, pero como concepto, me gustó porque describe en su fonema el poder tan alto que ha ganado la opinión pública en nuestra sociedad.

Opinar es un derecho que tenemos las personas, pero algunos se lo toman tan a pecho que pareciera que lo ejercen como si fuera una obligación.  Es cierto que podemos opinar sobre cualquier tema, pero eso no significa que debamos hacerlo. Sobre todo si no tenemos algo valioso que aportar.

Es innegable que las redes sociales le han aportado mucho a nuestra sociedad, incluso hicieron que cambiáramos formas y patrones de comportamiento, a veces rayando en lo absurdo o incluso en lo patológico. Uno de los fenómenos evidentes producto de este cambio es que las redes sociales le han dado voz  a quienes anteriormente no la tenía. Y así como antes, muchos hacían hasta lo imposible por aparecer en televisión, ahora muchísimos más, son capaces de hacer cualquier cosa con tal de tener sus 5 minutos de fama mediante las redes sociales esperando convertirse en un fenómeno viral.
 
Para el caso, opinar sobre cualquier cosa es un buen método, ya que si tu opinión es considerada como valiosa, los conocedores en la materia te recomendarán como fuente.  Pero si por el contrario eres de los que opinan cualquier caterva de sandeces con tal de socializar, tu opinión encontrará en las redes a un público ávido de ver a otros haciendo el ridículo de su vida.

¿Qué pretendo con esta columna? – No aspiro a moderar la opinión pública, porque eso sería una labor más que Quijotesca. Lo único que espero es que quien la lea, a partir de ahora se tome unos segundos de reflexión antes de dar su próxima opinión. Especialmente si no sabe nada del tema.

Suele haber temas muy polémicos. Dios nos libre; por ejemplo, de abogar por la tauromaquia frente a un grupo de anti taurinos; en una de esas, se ponen más fieras que los mismos toros. También hay quien agarra el tema político con tal pasión; que les brota el “…bélico acento” de tal manera que hasta parece que en verdad tienen el famoso espíritu del servicio público. Y ni qué decir del tan llevado y traído tema de los matrimonios homosexuales, tema punzante con el que liberales y conservadores se han dado hasta por debajo de la lengua…  

Hay otros temas que provocan la indignación de las personas y sin más arremeten en opiniones públicas muchas veces en favor de salvar a las ballenas o  de ir en contra de la excesiva contaminación,  o la deficiente educación del país,  y otros que se ponen a defender lo indefendible mediante argumentos falsos o tergiversados, como los grupos de sindicalizados de aquí y allá que exigen sus derechos al tiempo que atropellan los de los demás sin que haya autoridad capaz de pararles el alto; (no sé por qué pero me acordé de los maestros de la CNTE) “Cero en conducta de mi parte para todos”.

También están los que por llamar la atención o por simple diversión se la pasan burlándose de las creencias religiosas de los demás, escudándose en una supuesta libertad de expresión cuando en verdad lo único que hacen es poner de manifiesto su falta de educación.

Y ni qué decir de los que ven una publicación de 140 caracteres y sin ponerla en duda, les parece suficiente argumento como para arremeter contra los demás y defenderla a capa y espada sin el menor cuidado de asegurarse que el tema sea correcto.

Y luego están los perfeccionistas y puristas de todos los temas, aquellos que no son capaces de hacer ni de aportar nada bueno, pero que suelen ser los primeros en estar criticando a todo mundo, o diciendo cómo se deberían de hacer las cosas. No se dan cuenta que lo único que hacen es volverse ejemplos vivos de lo que rezaba el viejo dicho de pueblo “No hay mirón que sea pendejo”

La opinión pública, si bien es cierto es un derecho de todos, y como todos los derechos, es mejor ejercerlo con responsabilidad, sobre todo en estos tiempos en los que todo lo que se dice y todo lo que se hace, queda grabado para la posteridad y puede ser reproducido una y tantas veces, que puede ser que al interesado le deje de convenir.  


martes, 2 de agosto de 2016

El Reencuentro

Hace unos días, tuve la dicha de reencontrarme con mis ex compañeros de colegio después de 25 años de haber salido de la prepa. Primero que nada, debo reconocer que hubo 2 personas de las cuales no recordaba sus nombres. (Mal síntoma). También he de reconocer que salvo una que otra excepción, los hombres que formamos esa generación lucimos como señores cuarentones a los cuales se nos ha escapado la primera juventud y a como dé lugar nos queremos aferrar a la segunda; usando frases como “no importa cómo me vea, lo importante es cómo me siento”, o “la juventud es un estado de ánimo” (¡Anda p´os siquiera que tenemos buen humor!). En cambio de mis ex compañeras qué podría decir… que la mayoría de ellas, lucen mejor que cuando tenían 20.
En aquellos tiempos, terminé la prepa siendo un estudiante dedicado. Casi casi lo que en aquel entonces llamábamos un “nerd”. Jamás me distinguí por ser el alma de la fiesta. Tenía a mis buenos amigos y amigas, pero nunca fuimos los chicos más populares de la escuela. Creo que conscientes de nuestra edad, nos avocamos a disfrutarla sanamente y sin excesos. (Ya ni llorar es bueno).
De los tiempos de prepa, recuerdo que entre los hombres de la generación nos conocíamos bastante bien, porque estuvimos en la misma escuela más de 10 años, realmente había pocas sorpresas, estaban los que me caían bien, los que me caían mal y los que me eran totalmente indiferentes. En cambio de mis compañeras… de ellas puedo decir que estaban las me brindaron su amistad abierta y sincera, otras que se sentían como labradas a mano y se portaban como si fueran inalcanzables, (Urgencia de ser mayores, ya saben…) , y aquellas de las cuales ni siquiera puedo recordar sus nombres. (y por favor, no se sientan mal, “no eres tú, soy yo…”).
La prepa se terminó con una gran fiesta hace apenas 25 años, y ahora nos volvimos a encontrar con muy buena vibra y creo que con una gran expectativa de ver cómo había evolucionado el grupo. Ahora me siento feliz por todos y cada uno, de ver con admiración en lo que nos hemos convertido.
Muchos nos hemos vuelto padres o madres de familia, título que ostentamos con orgullo y felicidad cuando a la menor provocación alguien nos pregunta por nuestros hijos y acto seguido, sacamos un arsenal de fotos como para abrumar al más paciente. Casi todos somos profesionistas, y algunos no conformes avanzamos por distintos niveles de postgrados y especialidades. Otros están dedicados a atender sus propios negocios y muchos a colaborar en empresas de talla nacional o internacional. Hay algunos dedicados a la investigación, otros a la docencia y casi todos a la decencia. También hay quienes viven en el extranjero y muchos que habitamos distintas ciudades de nuestro bello país. El caso es que en esta generación, pareciera que hay de todo.
Sin embargo, por encima de todas esas diferencias, celebro la dicha de que finalmente hayamos maduramos todos, o casi todos, quizá unos antes y otros después, pero a estas alturas, ya todos nos vemos como iguales porque en el fondo a todos nos une algo en común. Más allá de nuestro antecedente escolar, somos hombres y mujeres que nos ha tocado vivir, ganar y perder diferentes batallas. Personas a las que la vida nos ha llevado por diversos caminos, nos ha enseñado muchas cosas nuevas, nos ha desafiado con distintos retos y nos ha puesto a prueba con muy diferentes e intensas pruebas.
Amén de cuánto hemos crecido, cuantos kilos hemos engordado o cuanto pelo se nos ha caído, nos hermana una admiración franca al saber y reconocer cuanto hemos logrado.
Pasé una tarde y noche sintiendo el cariño de gente a la que usualmente veo poco. Me rencontré con viejos amigos y aproveché para ponerme al tanto de sus vidas. Platiqué con algunos, con quienes nunca antes me había dado la oportunidad de platicar; quizá en aquella época no era el momento. Me quedé con las ganas de seguir platicando con algunos, y de ver a muchos que no pudieron estar. Sentí nostalgia al comenzar a despedirme y de forma intencional no me quise despedir de todos.
Cuando llegó el momento, quien menos lo esperaba me dijo, - No te vayas todavía - me quedé un poco más pero finalmente me tuve que ir. Me alejé despacio y sin aspavientos, como tratando de no generar una contundente despedida. Todavía tengo el buen sabor de boca de aquella reunión. Que gusto que el motivo del reencuentro, haya sido por el simple gusto de vernos. Así debieran ser todos los reencuentros.
Estaré pendiente del siguiente, me dará mucho gusto volverlos a ver.