miércoles, 7 de junio de 2023

LA IMPORTANCIA DE LA SEGUNDA PREGUNTA

Cuando terminé de estudiar mi carrera, regresé a vivir a mi ciudad de origen, y específicamente a la casa de mis padres. En esa época, siendo el único de los hijos que vivía con ellos, era común que cada noche fuera el último en llegar a la casa, y cuando lo hacía, comenzaba el ritual de cerrar rejas y puertas tal y como lo marcaba el protocolo al que mis papás nos habían acostumbrado. La cerradura de arriba, la de en medio, la de abajo, el pasador, el picaporte, la aldaba, el candado, la tranca, etc. (Años después mi hijo las contó y dijo que eran diecinueve cerraduras en total, en fin).

El caso es que una vez que terminaba de cerrar todo, y entraba a saludar o dar las buenas noches, mi papá invariablemente me preguntaba:
- ¿Ya cerraste?
A lo que yo respondía:
- Ya.
Y luego venía la segunda pregunta. Una pregunta que, por muchos años no entendí, pero que para mi padre era muy importante.
- ¿Cerraste bien?
y yo contestaba:
- “Sí”
Y con esta respuesta concluíamos nuestra rutinaria conversación y pasábamos a otros temas o nos íbamos a dormir. Nunca me preguntó algo distinto y tampoco yo nunca le contesté algo diferente, pero sí llegué a pensar si en algún momento mi papá esperaba que yo le respondiera que había cerrado mal… Yo pienso que con la segunda pregunta, lo que él pretendía era cerciorarse de que el hecho de “cerrar las puertas” fuera un acto consciente y no mecanizado o rutinario, pero nunca lo sabré.
Pasaron los años, y una noche justo antes de salir de mi oficina, vi de soslayo una puerta que me obligó a detenerme. La susodicha tiene dos porta candados, uno arriba y otro abajo, y además un pasador en el medio. Sin embargo, aquella noche alguien la había cerrado solamente con el pasador central y sin poner ninguno de los dos candados en su sitio.
A cualquier persona aquel detalle le pudo haber pasado desapercibido; como seguramente le pasó a quien la cerró, o a quienes la vieron y no le dieron importancia. ¿Pero a mí? ¿A mí, que durante años me interrogaron cada noche si aquella serie de puertas las había “cerrado bien”? Era imposible que me pasara inadvertido. Inmediatamente me acordé de mi papá, y lo imaginé diciéndome, - “Ves, hay gente que cierra las puertas, pero lo hace mal, ¿ahora entiendes por qué te hacía la segunda pregunta?" - Y como se podrá imaginar, no me pude ir, hasta que la cerré correctamente.
Jamás pensé que aquella rutina se convirtiera con los años en una capacitación teórica y práctica de calidad. Mi padre murió hace casi dos años, pero en aquella puerta, como en muchas otras cosas cotidianas, lo recuerdo cada noche.
Luego reparé en que aquel comportamiento de hacer las cosas, sin verificar que estén bien hechas, es más común de lo que parece, y se ha vuelto una pésima costumbre hacer las cosas “al ahí se va,” “con las patas,” “a lo loco”, o “a lo pendejo” como seguramente mi papá lo hubiera dicho.
Causas de por qué actuamos así, hay muchas: Las prisas, la falta de cuidado, el desconocimiento de los detalles, el poco interés de hacer las cosas con esmero, la mediocre costumbre de ser “mal hechos”, o el inmaduro recurso de decir “Es que no me fijé”.
Por eso, “Muerto el niño queremos tapar el pozo”, y andamos corrigiendo, retrabajando, pidiendo disculpas, o dando ridículas excusas de por qué las cosas no salieron como se esperaba que salieran.
Gracias Papá, tu ejemplo y aquellas lecciones me siguen inspirando cada día.