miércoles, 29 de febrero de 2012

Las cosas, como se llaman

Las cosas, como se llaman.
Leí una bella novela de Ildefonso Falcones; “La Catedral del Mar”, además de ser una historia interesante, me resultó fascinantemente contada, y creo que ese fue el ingrediente que más me hizo disfrutarla.
Debido a la mala ortografía que me cargo desde que aprendí a escribir, como práctica cotidiana, tengo la costumbre de consultar en el diccionario las palabras que ignoro o que me son confusas en cuanto a su significado. De este libro extraje un listado de 125 palabras que me resultaron si no completamente desconocidas, si bastante poco usadas en nuestro lenguaje coloquial.
Cabe resaltar que la novela de marras tiene lugar en la Barcelona del siglo XIV, cuando ser esclavo era tan normal como ser alfarero,  y  ser quemado en una hoguera resultaba una práctica cotidiana para quienes cometían actos  que contradecían los principios de la Santa Inquisición.
Aquí transcribo algunos ejemplos de esas palabra:  detritos, sambenito, salobre, ujier, bogar, reyerta, goznes, bruñir, piras, palio, loado, cizallas, núbil, llares, orujo, enfiteusis, escanciar, alodiales, zurrón, jofaina, tea, seo, aljaba, restallar, tonsurado, rodela, ronzal, arredrar, trajinar, incoar, etcétera…  la lista es larga, y sin embargo, va uno al diccionario y descubre los significados exactos de tantas palabras que sería bueno que utilizáramos con más frecuencia. Evitando con ello la simpleza con la que reaccionamos ante situaciones cotidianas en las que por flojera o por ignorancia solemos  decir, esto está con madre, o esto ya valió madre.
Pienso que no existen las malas palabras ni tampoco las buenas, lo que existen son las buenas y las  malas intenciones, las buenas y las malas formas de comunicarnos, las buenas y las malas maneras de utilizar nuestro lenguaje, que a la sazón, resulta ser uno de los más antiguos legados que heredamos de nuestros antepasados. 
Alex Grijelmo, autor del libro “defensa apasionada del idioma español” refiere un ejemplo que me parece de lo más bello, dice: “ya nadie distingue el gorjeo de un gorrión del silbido de un mirlo”.  Y creo que no exagera, pues si bien nos va, cuando llegamos a escuchar un ave canora, lo más que atinamos a decir es “Oi” (porque ni siquiera decimos “oye”, del verbo oír, sino)   “Oi, cantó un pájaro”
Pues con todo este preámbulo, y haciendo público el hecho de que a mí me gusta llamar las cosas por su nombre, confieso que tuve que recular en una experiencia de lo más cotidiana y familiar que a continuación relato.
Desde hace algunos meses tenemos en casa una perrita llamada “Tina”  cuando la adoptamos ya traía el nombre, el collar, la cadena y una historia de abandono y rescate en la cual no vale la pena ahondar. Valga decir que en estos meses ha resultado ser una perrita bastante agradecida, limpia, ordenada y dócil con la familia.  Tina salte, Tina métete, Tina no brinques, Tina para allá y Tina para acá, se escucha diariamente en la casa.
En la familia todo funcionaba a la perfección hasta que la muchacha del aseo nos dejó por otros, ¿Qué fue lo que pasó? Nadie lo sabe, lo que sí es un hecho es que cuando la muchacha se va; como la canción “…para nunca más volver”, la dinámica de la familia cambia drásticamente (los casados saben de lo que estoy hablando) y así permanece este metabolismo familiar hasta que otra santa muchacha llega y toca a las puertas de tu hogar preguntando - ¿No ocupa…?
En nuestra casa no fue la excepción, después de un par de semanas apareció la nueva Cenicienta. Como era natural, en cuanto vimos que tenía dos brazos y dos piernas la recibimos sin necesidad de pruebas psicométricas.
-          ¿Y cómo te llamas? – le preguntó mi mujer
-          Agustina, pero me dicen, Tina – (chin…), mi mujer no dijo nada, porque es experta en contener la risa y el llanto, pero apretó los labios y levantar las cejas mientras pensaba cuales serían sus siguientes palabras…
Lo primero que yo pensé fue: “La perra llegó primero”  y como dicen mis amigos abogados, “primero en tiempo, primero en derechos”
-          Pues nos da mucha pena, - continuó mi señora, que a decir verdad no le daba nada de pena y además sabía que a mí,  menos.  – pero te tenemos que decir algo con respecto a nuestra mascota…
Bueno para que´ entrar en detalles seguimos teniendo a una linda perrita llamada Tina, y a una muchacha que nos ayuda y al menos en mi casa se llama “Águsss”
Yo me pregunto ¿Por qué no le podemos decir Agustina, si así se llama? Pero en fin, parte de nuestras costumbres es hacer contracciones de todo,  facilitarnos la vida y nombrar a las cosas y a las personas distinto a como en verdad se llaman. Ejemplos hay por miles, pero no voy a citar más.
Me quedo con la idea de seguir consultando las palabras que me sean poco familiares, o de las cuales no esté seguro de su significado, el diccionario que tengo en casa tiene miles de definiciones, así que tendré entretención para rato.
Me doy cuenta de que las palabras son como los vínculos por los cuales llegamos con exactitud a los conceptos de nuestro pensamiento, si nuestro recurso de lenguaje es limitado, no tendremos forma de poder expresar lo que pensamos y lo que sentimos.  Séneca nos legó una sabia reflexión “nadie será recordado por lo que sienta o piense, sino por lo que diga o haga” pero para ello se necesita al menos del recurso de la palabra.  Si este tema te interesa, practícalo e incúlcalo a tus seres queridos y cómprate un buen diccionario, créeme que es una excelente inversión.
sígueme en Twitter:  manuelhgil

miércoles, 22 de febrero de 2012

El Secreto que Guarda Nuestra Amistad

¿Cómo nace la amistad? ¿Acaso del deseo de estar juntos? No importa dónde, no importa en qué circunstancias, lo único que queremos es estar juntos. Compartir momentos de nuestra vida con alguien con quien nos gusta estar. Alguien con quien el vínculo familiar no existe pero nosotros somos capaces casi de crearlo. Por ello se dice que “Un amigo es como un hermano que se escoge”.
Primero llegan los amigos de la infancia, y como es natural ocupan un lugar especial en nuestro corazón. No por ser los mejores, sino por ser los primeros. Aquellos con los que aprendimos a ser amigos y a tener amigos. Con los que descubrimos que existe la lealtad y la camaradería.  Con los que compartimos aficiones y gustos muy particulares. Con los que aprendimos a tener nuestros primeros disgustos y después  comprendíamos que no valía la pena estar distanciados si el afecto era tanto.
Gracias a ellos comencé a conocer el mundo más allá de mi familia y a comprender que hay muchas y muy diversas formas de hacer una misma cosa.
Con ellos trepé a muchos árboles, jugué policías y ladrones,  con ellos terminé enlodado y mojado más de una vez, fue con ellos con quienes aprendí a jugar Atari, y varias veces disfrutamos de tardes enteras viendo caricaturas. El tiempo era insuficiente para  divertirnos con carritos, canicas, bicicletas, juguetes de madera y varios juegos de mesa.
Luego llegaron los amigos del colegio, los de la adolescencia y juventud, una época donde al menos yo por primera vez comencé a tener amigas. Llegamos de pronto a la edad en la cual las hormonas se imponen sobre las neuronas. Fuimos testigos de cómo nuestra voz comenzó a cambiar, a soltar alaridos y falsetes inauditos hasta entonces. El vello comenzó a crecer como la muñeca fea “Escondido por los rincones” y en general por todos lados. Nuestros cuerpos; nunca bien proporcionados, se desproporcionaron más todavía. El acné se hizo presente en nuestro rostro, y sin embargo no importaba tanto, todos estábamos igual. 
Los últimos años ochentas y primeros noventas nos legaron su música y sus formas de bailar. En aquel tiempo las tardeadas, las fiestas, la luz de neón, y las fugas del salón de clase comenzaron a ser tan comunes como las salidas y puestas de sol. Las primeras parejas de novios comenzaron a surgir, las mariposas en el estómago y el sudor de las manos cuando pasaba… cuando me veía… cuando la veía… cuando me hablaba… bueno aquello era miel sobre hojuelas. Y todo a cambio de  estudiar un poco.
Las tentaciones y los vicios comenzaron a hacerse presentes en nuestra vida cada vez con más frecuencia, fue una edad en la que cada quién fue descubriendo lo que quiso y permitiendo y permitiéndose llegar hasta donde consideró pertinente. Aquí algunas travesuras, ya tenían cara de delito, pero con todo y eso logramos superar esta bella etapa de la vida. Buenos amigos y amigas recuerdo de aquella época, a muchos de ellos los he reencontrado gracias a las redes sociales y me divierto recordando como fuimos y viendo como somos ahora.
Después llegaron los amigos de la universidad. Una época donde comienzas a sentirte adulto y te das cuenta de que el mundo es mucho más que el grupito de amigos y tu antigua escuela.  De esta etapa de mi vida tengo amigos entrañables donde el vínculo se volvió prácticamente insoluble, indivisible. Las amistades universitarias, suelen ser geniales porque comparten sueños, ideales, principios, creencias, es decir, formas de pensar similares a la tuya, aquí generalmente las decisiones se toman pensando más en el futuro que en el presente, es una época en la que compartes planes y afianzas tu personalidad.
Las experiencias vividas en la época universitaria, no sólo son inolvidables, sino que se vuelven memorables. Dignas de ser recordadas una y otra vez como las hazañas de quien por primera vez está tomando la rienda de su vida en sus manos.
Aquí puedes iniciar una conversación con un amigo al atardecer y continuarla hasta que vuelva a amanecer y el tiempo será insuficiente para hablar de la vida y sus vicisitudes. Aquí puedes recibir una llamada de tu amigo a las cuatro de la mañana para decirte que quiere platicar, que quiere que lo acompañes a dar una serenata o quiere pedirte que vayas por él a la delegación de policía porque los oficiales no le permiten salir. Aquí se comparten los planes de vida, y se suelen fundir los corazones ante la certeza de saber que la separación será inminente a pesar del cariño. Aquí se debe aprende que con voluntad, la amistad puede permanecer a pesar de la distancia.  Aquí se aprende que los amigos deben sentirse cerca, aunque no lo estén.
En la edad adulta, los amigos suelen llegar por diversos medios: Por el trabajo, por la escuela de los hijos, por un pasatiempo que se comparte, por la afición hacia alguna actividad, por un simple encuentro en un lugar inesperado,  etc.  Valiosas y generosas son todas aquellas personas que nos brindan su amistad, aquellas que abren un nuevo espacio para hacernos un lugarcito en su corazón.  Aquellas que han llegado a nuestras vidas por caminos totalmente distintos al nuestro. Aquellos que en cualquier momento son capaces de brindarte su confianza como si existiera una relación de muchos años.
Con ellos solemos develar nuestra cortina hacia el pasado, y compartirles un poco de lo que somos y de cuáles paisajes hemos visto en nuestro caminar. Así como con los amigos de la infancia hablábamos del futuro, con los amigos del presente evocamos el pasado, disfrutamos el presente y tenemos la oportunidad de hacer planes para nuestro futuro.
“Debemos mantener libre de hierba el camino de nuestra amistad” eso me lo dijo un querido amigo para hacer alusión a que no debemos pensar que la amistad se mantiene por sí sola.  Sea esta humilde columna, un llamado a todos los que alguna vez me han visto como su amigo. Tengan la certeza de que la balanza se inclina siempre hacia el lado de los recuerdos gratos.
Sea cual sea la época, el entorno o la manera de como un amigo llegó hasta nosotros, en cada uno hay un recuerdo, una vivencia, un chiste que sólo nosotros entendemos, una complicidad, un celo, un cariño que nadie más puede entender, un deseo de seguir compartiendo juntos, una esperanza de que el distanciamiento dure poco­, es decir, hay un misterio intangible que nos mantiene unidos para siempre y no es otra cosa, que el secreto que guarda nuestra amistad.

sígueme en twitter:  manuelhgil

miércoles, 15 de febrero de 2012

Variaciones sobre el amor, dos días después…

Acordarse del amor el 14 de febrero no tiene ningún mérito. Meritorio es recordarlo el 5 de septiembre o el 3 de julio. Es decir, un día cualquiera, como hoy, ya lo dijo Joan Manuel Serrat, cualquier día tiene la oportunidad de convertirse en un gran día y el amor es un buen cómplice para eso.
Hoy quiero hablar del amor, más no del amor efusivo y alegórico que suele vestirse de rojo y tener olor a perfume y sabor a chocolate. Yo quiero hablar del amor callado. Ese que es capaz de sentirse cada día, ese que suele estar presente en una relación después de cinco, diez, o veinte, o cincuenta años de estar juntos.  Ese amor, que te hace despertar y ver a tu lado a la persona que amas. Un amor que te hace levantarte cada día antes que la aurora y te llena de energía para la faena diaria en la que unos van a la escuela, otros al trabajo y otros a atender las labores del hogar que nunca terminan.
El amor callado, es ese amor que te hace llamar a casa para ver si todo está bien, o que te hace elevar una oración al cielo pidiendo al Señor que cuide de los tuyos.
Es el amor callado es el que te hace ceder, sin sentir el sabor de la derrota, o te ayuda a evitar una confrontación estéril. Tal fue el sabio consejo del hierbero que recomendó a una joven, tomar té de manzanilla para evitar problemas con su pareja.

-          Hiérvalo, cuélelo, y téngalo listo para cuando su marido la haga enojar. En cuanto sienta ganas de contestarle, dele un sorbo al té y verá como el problema desaparece.  

-          ¿Y el sorbo debe ser grande o pequeño? – preguntó la joven.

-          No importa si es grande o si es pequeño, lo importante es que no se lo trague.
Amar es estar dispuesto a dar más de lo que nos gustaría recibir. Amar es ser consciente de que podemos pedir pero antes debemos ofrecer.  Amar es simplemente el deseo interminable de querer estar juntos.

Quédate conmigo
Quédate conmigo, como anoche,
contemos una a una las estrellas,
dime cuál te gusta por más bella
y hagamos el amor toda la noche.

Quédate y envuélveme en tus brazos,
deja robarme de tu boca un beso,
que al tiempo de sentir tocar tus labios
te daré lo que soy, en alma y cuerpo.
 
Quédate conmigo y abrazados
deja sentir tu cuerpo junto al mío
fundiéndonos de amor y desbordados;
nuestras aguas, formando un mismo río.
 
Quédate al igual que cada noche,
amante y compañera de la vida,
que amén de ser mi esposa, sólo quiero
pedirte ser mi novia, cada día.
 San Agustín acuñó una fórmula extraordinaria para entender al amor  “Ama y haz lo que quieras”.
Un principio básico filosófico dice que uno no puede dar lo que no tiene, por eso debemos comenzar por amarnos a nosotros mismos para poder empezar a amar a los demás.
Otro principio oriental dice que si el amor es poco los defectos son muchos y viceversa.
Tantas citas, conceptos y principios que se han escrito sobre el amor, me llevaron a preguntarme  ¿para qué sirve? La respuesta la obtuve de una conversación entre una inexperta nieta y su experimentado abuelo.

¿Para qué sirve el amor?
- Abuelo, dime una cosa:
¿Para qué sirve el amor? -
Me preguntó temerosa
de mis nietas la mayor.
 
- ¿El amor?... es complicado;
y te lo dice un señor
que fue el más enamorado
que hubo en su generación.
 
- ¿Pero acaso el amor sirve
para vivir la pasión? -
y al decirlo, sus mejillas
se llenaron de rubor.
 
- ¿O es para recitarle
poemas al por mayor
a tu novio o a tu novia
como el mejor orador?
 
- Después de toda una vida
amando a quien fue mi amor,
Bella Señora querida,
tu abuela; que esté con Dios…
 
…Puedo decirte; poniendo
la mano en el corazón,
que conozco la respuesta
del enigma del amor.
 
… No es algo sin importancia,
ni es un asunto menor.
¿Para qué sirve? preguntas,
Yo te digo sin pudor.
 
… El amor sirve…, saberlo;
hija de mi corazón,
para sentirlo y hacerlo…
cuantas más veces mejor.

 
Definitivamente concluyo que el amor existe para que nuestra vida sea más amable.
 Twitter: manuelhgil


miércoles, 8 de febrero de 2012

Frases, dichos y refranes


Todo comenzó cuando le dije a mi hija:

-          ¡A otro perro con ese hueso…!

Y se me quedó viendo con unos ojos enormes como diciendo “¿De qué me estás hablando Padre? ¿Cuál perro?¿Cuál hueso?

Fue entonces cuando caí en cuenta de que en algún momento de la vida aprendemos  que existen dichos, frases o refranes que aderezan nuestra forma de hablar pero que en ocasiones requieren de una explicación sobre todo cuando los escuchamos por primera vez.

-          Lo que quiero decirte, hija mía, es que ya descubrí que me quieres engañar.

-          ¿Eso lo sabes porque eres muy inteligente, verdad?

-          No. Eso lo sé porque  “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”

-          ¿Cuál diablo?

-          Es sólo un refrán, hijita.

-          ¿Y qué es un refrán?

Y aquí le va la explicación con ejemplos ilustrados y concurso de sobremesa a ver quién se sabe más.

Desfilaron por nuestra mente los refranes altamente conocidos “Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente”, “El que nace pa´maceta no sale del corredor”,  con su gastronómica “El que nace pa´tamal, del cielo le caen las hojas”, su variable laboral “El que nace pa´martillo, del cielo le caen los clavos”, y su variable popular “El que nace para naco, del cielo le caen Los Bukis”

Hablamos del “Árbol que nace torcido, jamás su tronco endereza” y del “Agua que no has de beber, déjala correr”.  Enorme se vuelve la lista de refranes si además de a la memoria, recurre uno a una fuente confiable como el diccionario Larousse Ilustrado, que no solo incluye una sección repleta de ellos, sino que también explica el significado y el contexto en el que se pueden citar.

Pero no sólo los refranes encierran esa sabiduría popular, también están los dichos, simples más no por ello huecos, por el contrario cargados de un mensaje que se transmite por costumbre de generación en generación y que evocan desde reflexiones profundas hasta verdades de Perogrullo. 

“Andando la carreta se acomodan las calabazas”, es un dicho que suelo escuchar de mi papá cuando hace mención a problemas, que con el tiempo tienden si no a solucionarse, cuando menos a verse mejor.

“Deja que las aguas tomen su nivel” es otra frase de mi padre, que hace alusión a que no es bueno tomar decisiones en momentos de caos.

“Hay veces que el pato nada, y hay veces que ni agua toma”, es una frase que escuché de mi madre, haciendo referencia a que a veces la fortuna nos arropa y en otras ocasiones la suerte nos es adversa.

Mis padres han sido por años fuente importante de información cuando de hablar se trata, su gusto por el lenguaje y el bien decir, han estado presente en ellos desde que tengo memoria. Su cualidad no es saber una interminable lista de dichos y refranes, sino tener la gracia de decir la frase adecuada en el momento justo.  La sabiduría que han adquirido con los años me hace recordar otro dicho que varias veces les he  escuchado haciendo referencia a que tomemos en cuenta la palabra de los mayores “Los dichos de los viejitos, son evangelios chiquitos”

Y no es raro que me sorprenda a mí mismo parafraseando a mis padres cuando mi esposa me dice:

-          Pues la directora del kinder dice  que el niño con ella se porta muy bien…

-          Claro, “Si bien sabe el diablo a quién se le aparece”

Y por último, tenemos las frases célebres, aquellas que quedaron acuñadas por alguien que quizá las dijo o quizá no, pero que la historia se las atribuye y se las reconoce como un legado a las nuevas generaciones.

En esta categoría está la que invariablemente considero una de las más bellas, “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno, es la paz” Ésta, más que una frase célebre, debiera ser un credo con el que nos levantáramos cada día. Con el que debiéramos salir a la calle con la idea de respetar, para poder tener la autoridad moral de exigir ser respetados.  Lamentablemente es más común (otra frase de mi papá) ver que "mucha gente sale de su casa nomás buscando a ver a quién chinga y otro tanto nomás pensando en no dejarse."

Así le aconsejaba un padre a su hijo, cuando éste último se disponía a hacer un negocio del que no iba a salir bien librado:  - Hijo, tu sales a buscar pendejos, y dan contigo.  

Pero también hay frases inspiradoras  que nos dejan la enseñanza de quien ya recorrió el camino que nosotros estamos andando:

"Nadie será recordado por lo que siente o piensa, sino por lo que dice y hace." Eso lo dijo Séneca; a lo mejor ni lo dijo, o en el mejor de los casos, quizá lo dijo y vaya usted a saber bajo qué clase de enervantes, pero el caso es que esta frase nos lleva a reflexionar sobre el peso de nuestras palabras y la contundencia de nuestras acciones.

Así como la frase que acuñó Miguel de Cervantes, supongo que con la única mano que le quedaba buena:  “El que anda mucho y lee mucho, ve mucho y sabe mucho”. Buena enseñanza  y buenos hábitos, para quienes tengamos el deseo de prosperar en el conocimiento.

Frases, dichos y refranes, una forma de aderezar nuestro lenguaje a la hora de hablar. Enseñanzas de vida que se transmiten de generación en generación, y que sin duda nos ayudan a conservar  parte medular de nuestra esencia.

Y para ti ¿Cuáles han sido las frases, dichos o refranes que han marcado tu vida?




miércoles, 1 de febrero de 2012

Caminar con al frente en alto


Caminar con la frente en alto, es una expresión que por años se ha utilizado para hacer referencia a alguien que no tiene nada que esconder, ni nada de qué avergonzarse. Lejos de ser una simple descripción de quien camina erguido y con la vista al frente, resultaba más bien una distinción para honrar a alguien que merecía el reconocimiento de los demás.

En la actualidad,  la frase sigue teniendo la misma connotación que antaño, sin embargo me sorprende darme cuenta de que en su sentido literal, cada vez es más difícil ver a alguien caminando con la frente en alto. Ahora lo cotidiano es ver a la gente caminando viendo hacia abajo y con los ojos puestos  en un teléfono celular.  

Es innegable que los avances en telefonía móvil y en “teléfonos inteligentes” (que la verdad no me acaba de gustar el nombre,  preferiría que los llamaran “teléfonos diseñados por inteligentes”, pero en fin) ha revolucionado nuestro comportamiento de muchas maneras:

Llego a la fila del supermercado y delante de mí hay dos adolecentes con sendos teléfonos en sus manos, la vista puesta en ellos y guardando un mutismo que pareciera que cada una iba sola. De pronto una de ellas se atreve a romper el silencio:

                -¿Ya supiste lo que dijo Fulano?

                - No ¿Qué? – le pregunta intrigada la otra

Sin decir palabra, la primera chica le muestra el teléfono para que lea el contenido de un mensaje y se entere “por si sola” de aquello que resulta ser tan importante. A lo que la segunda chica reacciona levantando las cejas y sin decir una sola palabra. Después de esto, cada una vuelve a su teléfono y me imagino que a su mundo.

¿Qué no es más agradable platicar que intercambiar pantallas para hacer lecturas e interpretaciones en lo individual?

De igual manera en forma frecuente escucho en la oficina que un joven pregunta a otro:

-          ¿Ya te sabes el chiste del perico?

-          No, - contesta el interlocutor

-          Ah, pues ahorita te lo mando para que lo leas…

¿Cómo es posible?, ahora ya ni siquiera queremos contar un buen chiste, preferimos que los demás lo vean en lo privado y se rían de lo que a nosotros nos causó gracia. ¿Qué no es más agradable compartir los momentos de alegría y regocijo?

Después llega mi turno para que Don Funcionario Público me atienda cual simple ciudadano que soy,  y después de una hora de antesala entro a su oficina y lo encuentro sentado tras su escritorio tecleando con ambos pulgares sobre su teléfono y con una sonrisa picarona resaltando sobre sus labios. En ese momento se percata de mi presencia y sin soltar el aparato cambia el gesto por un rostro serio y me indica que me siente y que lo espere unos segundos a que termine de enviar su mensaje.

Comienza mi audiencia con él y durante la conversación percibo como está más atento al teléfono que lo que le estoy planteando, veo como sus ojos inquietos van en fracción de segundos hacia el teléfono a la espera de una contestación del mensaje que recientemente ha enviado.

Me atiende como coloquialmente se dice, “con un ojo al gato y otro al garabato”, tengo la sensación de que mi presencia le es inoportuna, y de que él sería más feliz si pudiera seguir “chateando” sin un testigo enfrente que le esté planteando temas diversos en horario de oficina…

También suelo ver como los automovilistas cometemos actos de inconsciencia cuando simultáneamente conducimos y marcamos un número, tomamos un recado y hasta navegamos por internet al tiempo que circulamos por el periférico haciendo gala de nuestra pericia  poniendo en riesgo no sólo nuestra integridad sino la de los conductores que viajan alrededor nuestro. 

Y ni qué decir de la gente que por estar todo el día conectada a la red mundial, está más pendiente de lo que ocurre del otro lado del mundo que de lo que pasa en su casa, con su gente y su comunidad.

Gente nerviosa que cree que su teléfono timbra incluso cuando no timbra, que cree que todo el tiempo le llegan a su bandeja de entrada correos importantes incluso cuando no le llega ni el reporte del clima. Gente que en medio de una reunión social, se preocupa por tomar una foto y publicarla en una red social para que la gente que no está con ella, sepa lo bien que la está pasando, y esto se vuelve más importante incluso que pasarla bien con quien está en ese momento.

La tecnología ha avanzado a pasos que hace un par de décadas difícilmente hubiéramos podido imaginar, sin embargo, en esa vorágine fácilmente pasamos de ser usuarios de la tecnología a ser esclavos de la misma. No es lo mismo dominar la tecnología, que dejarse dominar por ella. 

A partir de que la computadora llegó a nuestras vidas, llegaron también las enfermedades propias de las malas posturas y los excesos en el uso de estos aparatos. No me sorprendería que pronto vea a alguien con los pulgares enyesados por culpa de un “blackberry” o de un “iphone”.

A mí me gustan los chistes, pero los disfruto más contados que leídos en un monitor, me gustan las reflexiones y los poemas, pero los prefiero declamados que con animaciones de powerpoint, me gusta enterarme de las excentricidades de los artistas, pero porque alguien me lo platique con la frivolidad propia de quien cuenta un chisme.

Me gusta la tecnología, pero me gustan más las personas. Me gustan las ligas a páginas web y las tipografías, los fondos de pantalla y los viajes a través del cyber espacio, pero pocas cosas disfruto tanto como una plática frente a frente. Me gustan los correos electrónicos y las buenas intenciones prefabricadas que solemos reenviar por millones, pero más me gusta recibir un mensaje personalizado de un amigo que en verdad quiera saber cómo estoy.

Me gusta caminar con la frente en alto en vez de hacerlo mientras leo la portada de algún periódico o reviso mis correos personales. No soy un rebelde de la tecnología, simplemente prefiero ver la senda que recorro y los ojos de la gente que se cruza en mi camino.