miércoles, 22 de febrero de 2012

El Secreto que Guarda Nuestra Amistad

¿Cómo nace la amistad? ¿Acaso del deseo de estar juntos? No importa dónde, no importa en qué circunstancias, lo único que queremos es estar juntos. Compartir momentos de nuestra vida con alguien con quien nos gusta estar. Alguien con quien el vínculo familiar no existe pero nosotros somos capaces casi de crearlo. Por ello se dice que “Un amigo es como un hermano que se escoge”.
Primero llegan los amigos de la infancia, y como es natural ocupan un lugar especial en nuestro corazón. No por ser los mejores, sino por ser los primeros. Aquellos con los que aprendimos a ser amigos y a tener amigos. Con los que descubrimos que existe la lealtad y la camaradería.  Con los que compartimos aficiones y gustos muy particulares. Con los que aprendimos a tener nuestros primeros disgustos y después  comprendíamos que no valía la pena estar distanciados si el afecto era tanto.
Gracias a ellos comencé a conocer el mundo más allá de mi familia y a comprender que hay muchas y muy diversas formas de hacer una misma cosa.
Con ellos trepé a muchos árboles, jugué policías y ladrones,  con ellos terminé enlodado y mojado más de una vez, fue con ellos con quienes aprendí a jugar Atari, y varias veces disfrutamos de tardes enteras viendo caricaturas. El tiempo era insuficiente para  divertirnos con carritos, canicas, bicicletas, juguetes de madera y varios juegos de mesa.
Luego llegaron los amigos del colegio, los de la adolescencia y juventud, una época donde al menos yo por primera vez comencé a tener amigas. Llegamos de pronto a la edad en la cual las hormonas se imponen sobre las neuronas. Fuimos testigos de cómo nuestra voz comenzó a cambiar, a soltar alaridos y falsetes inauditos hasta entonces. El vello comenzó a crecer como la muñeca fea “Escondido por los rincones” y en general por todos lados. Nuestros cuerpos; nunca bien proporcionados, se desproporcionaron más todavía. El acné se hizo presente en nuestro rostro, y sin embargo no importaba tanto, todos estábamos igual. 
Los últimos años ochentas y primeros noventas nos legaron su música y sus formas de bailar. En aquel tiempo las tardeadas, las fiestas, la luz de neón, y las fugas del salón de clase comenzaron a ser tan comunes como las salidas y puestas de sol. Las primeras parejas de novios comenzaron a surgir, las mariposas en el estómago y el sudor de las manos cuando pasaba… cuando me veía… cuando la veía… cuando me hablaba… bueno aquello era miel sobre hojuelas. Y todo a cambio de  estudiar un poco.
Las tentaciones y los vicios comenzaron a hacerse presentes en nuestra vida cada vez con más frecuencia, fue una edad en la que cada quién fue descubriendo lo que quiso y permitiendo y permitiéndose llegar hasta donde consideró pertinente. Aquí algunas travesuras, ya tenían cara de delito, pero con todo y eso logramos superar esta bella etapa de la vida. Buenos amigos y amigas recuerdo de aquella época, a muchos de ellos los he reencontrado gracias a las redes sociales y me divierto recordando como fuimos y viendo como somos ahora.
Después llegaron los amigos de la universidad. Una época donde comienzas a sentirte adulto y te das cuenta de que el mundo es mucho más que el grupito de amigos y tu antigua escuela.  De esta etapa de mi vida tengo amigos entrañables donde el vínculo se volvió prácticamente insoluble, indivisible. Las amistades universitarias, suelen ser geniales porque comparten sueños, ideales, principios, creencias, es decir, formas de pensar similares a la tuya, aquí generalmente las decisiones se toman pensando más en el futuro que en el presente, es una época en la que compartes planes y afianzas tu personalidad.
Las experiencias vividas en la época universitaria, no sólo son inolvidables, sino que se vuelven memorables. Dignas de ser recordadas una y otra vez como las hazañas de quien por primera vez está tomando la rienda de su vida en sus manos.
Aquí puedes iniciar una conversación con un amigo al atardecer y continuarla hasta que vuelva a amanecer y el tiempo será insuficiente para hablar de la vida y sus vicisitudes. Aquí puedes recibir una llamada de tu amigo a las cuatro de la mañana para decirte que quiere platicar, que quiere que lo acompañes a dar una serenata o quiere pedirte que vayas por él a la delegación de policía porque los oficiales no le permiten salir. Aquí se comparten los planes de vida, y se suelen fundir los corazones ante la certeza de saber que la separación será inminente a pesar del cariño. Aquí se debe aprende que con voluntad, la amistad puede permanecer a pesar de la distancia.  Aquí se aprende que los amigos deben sentirse cerca, aunque no lo estén.
En la edad adulta, los amigos suelen llegar por diversos medios: Por el trabajo, por la escuela de los hijos, por un pasatiempo que se comparte, por la afición hacia alguna actividad, por un simple encuentro en un lugar inesperado,  etc.  Valiosas y generosas son todas aquellas personas que nos brindan su amistad, aquellas que abren un nuevo espacio para hacernos un lugarcito en su corazón.  Aquellas que han llegado a nuestras vidas por caminos totalmente distintos al nuestro. Aquellos que en cualquier momento son capaces de brindarte su confianza como si existiera una relación de muchos años.
Con ellos solemos develar nuestra cortina hacia el pasado, y compartirles un poco de lo que somos y de cuáles paisajes hemos visto en nuestro caminar. Así como con los amigos de la infancia hablábamos del futuro, con los amigos del presente evocamos el pasado, disfrutamos el presente y tenemos la oportunidad de hacer planes para nuestro futuro.
“Debemos mantener libre de hierba el camino de nuestra amistad” eso me lo dijo un querido amigo para hacer alusión a que no debemos pensar que la amistad se mantiene por sí sola.  Sea esta humilde columna, un llamado a todos los que alguna vez me han visto como su amigo. Tengan la certeza de que la balanza se inclina siempre hacia el lado de los recuerdos gratos.
Sea cual sea la época, el entorno o la manera de como un amigo llegó hasta nosotros, en cada uno hay un recuerdo, una vivencia, un chiste que sólo nosotros entendemos, una complicidad, un celo, un cariño que nadie más puede entender, un deseo de seguir compartiendo juntos, una esperanza de que el distanciamiento dure poco­, es decir, hay un misterio intangible que nos mantiene unidos para siempre y no es otra cosa, que el secreto que guarda nuestra amistad.

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