Caminar con la frente en alto, es
una expresión que por años se ha utilizado para hacer referencia a alguien que
no tiene nada que esconder, ni nada de qué avergonzarse. Lejos de ser una simple
descripción de quien camina erguido y con la vista al frente, resultaba más
bien una distinción para honrar a alguien que merecía el reconocimiento de los
demás.
En la actualidad, la frase sigue teniendo la misma connotación
que antaño, sin embargo me sorprende darme cuenta de que en su sentido literal,
cada vez es más difícil ver a alguien caminando con la frente en alto. Ahora lo
cotidiano es ver a la gente caminando viendo hacia abajo y con los ojos
puestos en un teléfono celular.
Es innegable que los avances en
telefonía móvil y en “teléfonos inteligentes” (que la verdad no me acaba de
gustar el nombre, preferiría que los
llamaran “teléfonos diseñados por inteligentes”, pero en fin) ha revolucionado
nuestro comportamiento de muchas maneras:
Llego a la fila del supermercado
y delante de mí hay dos adolecentes con sendos teléfonos en sus manos, la vista
puesta en ellos y guardando un mutismo que pareciera que cada una iba sola. De
pronto una de ellas se atreve a romper el silencio:
-¿Ya
supiste lo que dijo Fulano?
-
No ¿Qué? – le pregunta intrigada la otra
Sin decir palabra, la primera chica
le muestra el teléfono para que lea el contenido de un mensaje y se entere “por
si sola” de aquello que resulta ser tan importante. A lo que la segunda chica reacciona
levantando las cejas y sin decir una sola palabra. Después de esto, cada una
vuelve a su teléfono y me imagino que a su mundo.
¿Qué no es más agradable platicar
que intercambiar pantallas para hacer lecturas e interpretaciones en lo
individual?
De igual manera en forma
frecuente escucho en la oficina que un joven pregunta a otro:
-
¿Ya te sabes el chiste del perico?
-
No, - contesta el interlocutor
-
Ah, pues ahorita te lo mando para que lo leas…
¿Cómo es posible?, ahora ya ni
siquiera queremos contar un buen chiste, preferimos que los demás lo vean en lo
privado y se rían de lo que a nosotros nos causó gracia. ¿Qué no es más
agradable compartir los momentos de alegría y regocijo?
Después llega mi turno para que
Don Funcionario Público me atienda cual simple ciudadano que soy, y después de una hora de antesala entro a su
oficina y lo encuentro sentado tras su escritorio tecleando con ambos pulgares
sobre su teléfono y con una sonrisa picarona resaltando sobre sus labios. En
ese momento se percata de mi presencia y sin soltar el aparato cambia el gesto por
un rostro serio y me indica que me siente y que lo espere unos segundos a que
termine de enviar su mensaje.
Comienza mi audiencia con él y
durante la conversación percibo como está más atento al teléfono que lo que le
estoy planteando, veo como sus ojos inquietos van en fracción de segundos hacia
el teléfono a la espera de una contestación del mensaje que recientemente ha
enviado.
Me atiende como coloquialmente se
dice, “con un ojo al gato y otro al garabato”, tengo la sensación de que mi
presencia le es inoportuna, y de que él sería más feliz si pudiera seguir “chateando”
sin un testigo enfrente que le esté planteando temas diversos en horario de
oficina…
También suelo ver como los
automovilistas cometemos actos de inconsciencia cuando simultáneamente
conducimos y marcamos un número, tomamos un recado y hasta navegamos por
internet al tiempo que circulamos por el periférico haciendo gala de nuestra
pericia poniendo en riesgo no sólo
nuestra integridad sino la de los conductores que viajan alrededor nuestro.
Y ni qué decir de la gente que
por estar todo el día conectada a la red mundial, está más pendiente de lo que
ocurre del otro lado del mundo que de lo que pasa en su casa, con su gente y su
comunidad.
Gente nerviosa que cree que su
teléfono timbra incluso cuando no timbra, que cree que todo el tiempo le llegan
a su bandeja de entrada correos importantes incluso cuando no le llega ni el
reporte del clima. Gente que en medio de una reunión social, se preocupa por
tomar una foto y publicarla en una red social para que la gente que no está con
ella, sepa lo bien que la está pasando, y esto se vuelve más importante incluso
que pasarla bien con quien está en ese momento.
La tecnología ha avanzado a pasos
que hace un par de décadas difícilmente hubiéramos podido imaginar, sin
embargo, en esa vorágine fácilmente pasamos de ser usuarios de la tecnología a
ser esclavos de la misma. No es lo mismo dominar la tecnología, que dejarse
dominar por ella.
A partir de que la computadora
llegó a nuestras vidas, llegaron también las enfermedades propias de las malas
posturas y los excesos en el uso de estos aparatos. No me sorprendería que
pronto vea a alguien con los pulgares enyesados por culpa de un “blackberry” o
de un “iphone”.
A mí me gustan los chistes, pero
los disfruto más contados que leídos en un monitor, me gustan las reflexiones y
los poemas, pero los prefiero declamados que con animaciones de powerpoint, me
gusta enterarme de las excentricidades de los artistas, pero porque alguien me
lo platique con la frivolidad propia de quien cuenta un chisme.
Me gusta la tecnología, pero me
gustan más las personas. Me gustan las ligas a páginas web y las tipografías,
los fondos de pantalla y los viajes a través del cyber espacio, pero pocas
cosas disfruto tanto como una plática frente a frente. Me gustan los correos
electrónicos y las buenas intenciones prefabricadas que solemos reenviar por
millones, pero más me gusta recibir un mensaje personalizado de un amigo que en
verdad quiera saber cómo estoy.
Me gusta caminar con la frente en
alto en vez de hacerlo mientras leo la portada de algún periódico o reviso mis
correos personales. No soy un rebelde de la tecnología, simplemente prefiero
ver la senda que recorro y los ojos de la gente que se cruza en mi camino.
2 comentarios:
Disfruté al leerte y de acuerdo con tu sentir estoy.
Excelente!!!. Totalmente de acuerdo
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