domingo, 25 de septiembre de 2022

Muérase a Gusto y Descanse en Paz, Desde Ahora.

“Eso de morirme, sí lo pienso dejar hasta el final.” Creo que así lo dijo Germán Dehesa, y lo cumplió.
Morirse, no tiene por qué ser nuestro destino, pero siempre será el final de nuestro corto o largo camino. Y si bien algunos seres se han acercado a alcanzar la inmortalidad; “¿Quién podría decir que murió Beethoven?” por ejemplo, así preguntaba Facundo Cabral, lo cierto es, que a la mayoría de nosotros, dentro de tres o cuatro generaciones, nadie nos recordará, a menos que a través de nuestros actos o nuestras obras, logremos la mentada trascendencia que, si bien algunos buscan frenéticamente, a otros ni por casualidad les quita el sueño.
El punto a reflexionar es, que si de algo conviene estar conscientes; es de que algún día se nos terminará la pila para siempre, es decir que entregaremos el equipo, o simplemente moriremos. Eso no es ningún secreto, el gran misterio es que desconocemos cuándo y cómo ocurrirá. Aunque siendo optimistas, desconocer esos “pequeños” detalles, resulta un gran alivio, pues de lo contrario viviríamos como esperando la ejecución de una sentencia, o como quien mira el consumir del tiempo en un reloj de arena.
¿Quién se ha puesto a pensar seriamente en cómo será su propio funeral? ¿Quién estará presente y quién se hará cargo de todo? ¿Dónde será? ¿Quiénes asistirán? ¿Permanecerá el ataúd abierto o cerrado? ¿Qué pensará y qué comentará la gente que asista, cuando esté delante de nuestro cuerpo?
¿Y quién ha pensado en lo que pasará después? Cuando regrese la serenidad a la familia ¿Qué pasará con el dinero que tiene? ¿Alguien además de usted sabe en dónde lo tiene y podría disponer de él? ¿Qué pasará con la información que está en su teléfono y en su computadora? ¿Quién tendrá acceso a ella? ¿Quién seguirá pagando los servicios de su casa, la luz, el agua, el gas, y por cuánto tiempo? ¿Qué sucederá en su trabajo y qué pasará con la lista de pendientes y proyectos futuros? ¿Quién se quedará con su auto y sus propiedades? ¿Qué pasará con las cosas que son valiosas, y con aquellas que aun sin serlo, guardan algún valor estimativo?
¿Quién querrá sacar ventaja de su muerte? ¿Quién aprovechará su ausencia para beneficio personal? ¿Por qué no solucionar algunas cosas desde ahora? Ahora que podemos hacerlo, ahora que tenemos la oportunidad de dejar en regla nuestros asuntos y nuestros bienes, ¿Por qué no definir el destino que queremos para todas nuestras cosas? Y con ello hacer más llevadero el momento de la muerte para las personas que nos quieren.
En México tenemos un mes dedicado al testamento, eso sería lo ideal, hacer las cosas de la mano de un profesional, pero si no podemos o no queremos, al menos comencemos por poner en blanco y negro lo que es importantes para nosotros y los nuestros, y evitemos heredar problemas.
Escribamos y metamos en un sobre, las “Instrucciones para continuar viviendo, después de nuestra muerte.” Como una carta a nuestros deudos, pero que esté al alcance de la gente que nos quiere y que ellos lo sepan. Hagámoslo de manera responsable y descansemos en paz, desde ahora, mientras seguimos celebrando el milagro de la vida.
Para nosotros, hacerlo o dejarlo de hacer, no representará gran diferencia, pero para los que se quedan, será una de las mejores herencias que les podemos dejar, una forma de perpetuar aquello por lo que tanto vivimos.
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domingo, 18 de septiembre de 2022

Anécdota familiar, con brecha generacional.

 

Mi hija adolescente, me pidió permiso para ir a pasar la tarde en casa de una amiga. El plan consistía en que después del colegio se juntarían en algún punto y por la noche yo pasaría a recogerla en casa de la abuela de la amiga; domicilio que ya conocía, por una ocasión anterior. 

Así lo acordamos y así se fue, llevando consigo la retahíla de recomendaciones que hacemos todos los padres: Pórtate bien, no rompas nada, comes lo que te ofrezcan, etc. pero, sobre todo – le dije - Cuando llegues a casa de la abuela, me mandas la ubicación.

Aunque sabía cómo llegar, no recordaba el domicilio exacto y seguramente en la entrada del fraccionamiento me preguntarían le nombre de la calle y el número de la casa. El caso es que ella se fue con el encargo y yo me quedé con mis asuntos.

A media tarde me mandó la ubicación; tal como se lo pedí y me quedé más tranquilo. Yo estaba trabajando cerca del fraccionamiento donde está la casa de la abuela, así que no me llevaría más de diez minutos pasar a recogerla, por lo que seguí confiado hasta que llegó la hora y fui por ella. Grande fue mi sorpresa cuando el guardia del acceso me dice que el domicilio que busco no está en ese fraccionamiento.

Decido entonces marcarle a mi hija para que me confirme calle, número y el nombre de la dueña de la casa, y me dice: - Te lo mandé desde la tarde, es que siempre no nos fuimos a casa de la abuela, y mejor nos venimos a la casa de mi amiga…

Me disculpé con el guardia y me retiré apenado. Cuando finalmente llegué por mi hija; quince minutos después al fraccionamiento correcto, le reproché que no me avisó del cambio de planes y que de ahí se había derivado toda la confusión y en consecuencia la llegada tarde.

-          Es que sí te avisé, te mandé la ubicación.

-          Si, pero no la abrí, porque “supuse” que era la ubicación de casa de la abuela, y “solamente” la necesitaba al llegar al fraccionamiento para decirle el domicilio al guardia para que me dejara pasar. Además, me debiste haber dicho del cambio de planes para darme cuenta y medir mis tiempos.

-          Es que era obvio… para eso te mandé la ubicación.

Y me veía como diciendo… ya si tú no la abriste y no te diste cuenta…

Mi hija sigue pensando que mi reclamo fue injusto, porque ella hizo lo que le pedí. Quizá tenga razón.

Yo no he cambiado mi postura, pienso que además de mandarme la ubicación, me debió haber avisado que “siempre no…” y que “por lo tanto…”

Hasta ahora, ambos pensamos que tenemos la razón. Seguramente desde nuestra verdad, la tenemos. Seguro usted también tendrá su postura, por suerte el incidente no pasó a mayores, incluso podría decirse que fue casi irrelevante, pero es un sencillo ejemplo de cómo a pesar de que tenemos nuevas formas para comunicarnos, los nuevos estilos de vida y la evidente brecha generacional nos dejan ver que cada día al mismo tiempo nos comunicamos más y también nos comunicamos menos.