Mi hija
adolescente, me pidió permiso para ir a pasar la tarde en casa de una amiga. El
plan consistía en que después del colegio se juntarían en algún punto y por la
noche yo pasaría a recogerla en casa de la abuela de la amiga; domicilio que ya
conocía, por una ocasión anterior.
Así lo acordamos y así se fue,
llevando consigo la retahíla de recomendaciones que hacemos todos los padres: Pórtate
bien, no rompas nada, comes lo que te ofrezcan, etc. pero, sobre todo – le dije
- Cuando llegues a casa de la abuela, me mandas la ubicación.
Aunque sabía cómo llegar, no
recordaba el domicilio exacto y seguramente en la entrada del fraccionamiento
me preguntarían le nombre de la calle y el número de la casa. El caso es que
ella se fue con el encargo y yo me quedé con mis asuntos.
A media tarde me mandó la
ubicación; tal como se lo pedí y me quedé más tranquilo. Yo estaba trabajando cerca
del fraccionamiento donde está la casa de la abuela, así que no me llevaría más
de diez minutos pasar a recogerla, por lo que seguí confiado hasta que llegó la
hora y fui por ella. Grande fue mi sorpresa cuando el guardia del acceso me
dice que el domicilio que busco no está en ese fraccionamiento.
Decido entonces marcarle a mi
hija para que me confirme calle, número y el nombre de la dueña de la casa, y
me dice: - Te lo mandé desde la tarde, es que siempre no nos fuimos a casa de
la abuela, y mejor nos venimos a la casa de mi amiga…
Me disculpé con el guardia y me
retiré apenado. Cuando finalmente llegué por mi hija; quince minutos después al
fraccionamiento correcto, le reproché que no me avisó del cambio de planes y
que de ahí se había derivado toda la confusión y en consecuencia la llegada
tarde.
-
Es que sí te avisé, te mandé la ubicación.
-
Si, pero no la abrí, porque “supuse” que era la ubicación
de casa de la abuela, y “solamente” la necesitaba al llegar al fraccionamiento
para decirle el domicilio al guardia para que me dejara pasar. Además, me
debiste haber dicho del cambio de planes para darme cuenta y medir mis tiempos.
-
Es que era obvio… para eso te mandé la ubicación.
Y me veía como diciendo… ya si tú
no la abriste y no te diste cuenta…
Mi hija sigue pensando que mi
reclamo fue injusto, porque ella hizo lo que le pedí. Quizá tenga razón.
Yo no he cambiado mi postura, pienso
que además de mandarme la ubicación, me debió haber avisado que “siempre no…” y
que “por lo tanto…”
Hasta ahora, ambos pensamos que
tenemos la razón. Seguramente desde nuestra verdad, la tenemos. Seguro usted también
tendrá su postura, por suerte el incidente no pasó a mayores, incluso podría
decirse que fue casi irrelevante, pero es un sencillo ejemplo de cómo a pesar
de que tenemos nuevas formas para comunicarnos, los nuevos estilos de vida y la
evidente brecha generacional nos dejan ver que cada día al mismo tiempo nos
comunicamos más y también nos comunicamos menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario