domingo, 28 de junio de 2020

El Sentido Común…

Con frecuencia escucho: “El Sentido común es el menos común de los sentidos.” Y me pregunto: ¿No será que a veces, esperamos demasiado del sentido común?

Según mi “sentido común” (Porque sería absurdo recurrir a fuentes oficiales para definirlo), el “sentido común”, es una forma de pensar, decir o actuar frecuente en una sociedad determinada y se manifiesta en comportamientos razonablemente predecibles ante ciertas circunstancias.

Es decir, que si llueve por sentido común nos protegemos de la lluvia, si caminamos a pleno sol, buscaremos una sombra, si nos aproximamos a un  precipicio o barranco, lo haremos con cierto cuidado, o si tenemos una olla de agua hirviendo, nadie en su sano juicio metería la mano. Digamos que nuestros conocimientos y experiencias nos inducen a actuar a todos de una forma más o menos similar.

La educación, los valores y el desempeño laboral, son otra cosa…

Llegar a un lugar y saludar, o despedirse antes de retirarse, no es un acto de sentido común, es un acto de educación. Dar las gracias, o pedir las cosas “por favor”, tampoco son actos de sentido común.  Lo mismo que devolver lo prestado, pagar deudas o hacerse responsable de lo ajeno mientras esté bajo nuestro cuidado…,  o ceder el asiento, ceder el paso a otra persona, etc. Nada de esto, tiene que ver con el sentido común.

Valores como el agradecimiento, el perdón, la compasión, la comprensión, por mencionar algunos, o acciones como pedir u ofrecer un favor, tampoco son actos de sentido común. Vivir aquellos valores que nos permitan una convivencia social más estable y armónica, deben ser actos conscientes que se enseñan y se aprenden. Nadie demos por hecho,  que tratar a las personas con respeto, es un acto que se aprende solo. Y no se trata de querer ser como Chabelo, “Amigo de todos los niños”, se trata de que aprendamos a tratarnos con urbanidad para llevar una vida socialmente en paz.

No podemos esperar que alguien aprenda a ser agradecido, si no se le ensaña a serlo, mucho menos a sentir compasión o a ser empático con los demás.  Ya no hablemos de ayudar al prójimo de forma desinteresada, pues eso ya casi se considera un acto heroico.

En el ámbito laboral pasa algo similar, ser puntual, cumplido y profesional en tu trabajo, no es cuestión de sentido común. Aunque obviamente es deseable, y sería estupendo que todos lo fuéramos, hay gente que no lo es. Estas buenas prácticas, suelen representar a quienes tienen un verdadero sentido de negocio, y saben que sus acciones influyen en su desempeño, en la forma como sus clientes lo perciben y seguramente en sus resultados.

Sobre el tema del auto desarrollo, de querer superarse constantemente y ser mejores cada día, ni hablamos, esas son actitudes que se aprenden, se entrenan y se desarrollan hasta que se vuelven hábitos. La gente común podrá decir que aspira a eso, pero hay una brecha inmensa entre decirlo y hacerlo. Lo mismo si hablamos de tener conocimientos técnicos de administración, finanzas, ingeniería, o licenciatura, son parte de un acervo técnico y profesional que se esperaría de cualquiera que haya estudiado y ejerza alguna profesión, pero dar por hecho  que por tener un título y algo de experiencia, vamos a actuar como profesionales por “sentido común”, es un error.

La vida es como una larga carrera con muchas metas intermedias,  un camino de constantes desafíos que pone a prueba nuestras capacidades de muy distintas formas. Actuar con sentido común, ayuda, pero no es suficiente. Conocer nuestros alcances y nuestros límites, nos debe sensibilizar para saber qué cosas nos faltan por aprender y en qué momentos conviene pedir ayuda.

Esperar que otros actúen  por “sentido común” como yo lo haría, puede llevarnos a duras decepciones. Mejor invirtamos tiempo en enseñar y en aprender lo que nos falta, para cada vez ser menos dependientes del sentido común, y más de los conocimientos, habilidades y actitudes que hemos desarrollado de forma consciente. Dejar toda la responsabilidad al sentido común, es una forma cómoda de evadir otras responsabilidades, un “sin sentido”, para justificar la permanencia en nuestra zona  de confort.


domingo, 7 de junio de 2020

La Entrevista…


-        Señor Lápiz, gracias por su tiempo, y por concedernos esta entrevista.
-        Con mucho gusto, gracias a ustedes, por voltearnos a ver.  Quiero decir, por vernos con ojos renovados. Estoy un poco nervios; es la primera vez, pero emocionado.

-        ¿Está listo para comenzar?
-        Listo, y con la punta recién afilada...

-        Platíqueme,  ¿Cómo es la vida de un lápiz?
-        Incierta, por supuesto. Eso de no saber con quién vamos a caer, o si vamos a andar de mano en mano; como le pasa a muchos camaradas. Es un poco desalentador ser lápiz de un lugar público, como los de la barra de una oficina de gobierno o estar atado a una repisa para llenar encuestas, ahí nadie te considera propio ni valioso.
Ah pero si uno tiene suerte, nuestra vida puede ser muy interesante, cuando caemos en las manos correctas, dejamos todo nuestro ser en cosas que trascienden, que se vuelven importantes.

-        ¿Qué es  lo que más le preocupa?
-        El descuido de la gente cuando nos manipula. En un abrir y cerrar de ojos, nos toman, nos usan y nos dejan por ahí, y en cualquier momento quedamos arrumbados detrás de un mueble, entre los pliegues de un sillón o en el fondo de un cajón, o revueltos entre todo tipo de plumas y lápices de colores, de madera, crayolas y hasta plumones, nuevos, viejos y lo peor, que nadie usa y por lo mismo que nadie echa de menos.
Ah, pero la angustia no ocurre en ese momento, sino después, porque sabemos que cuando alguien nos necesita; si no estamos a la mano, si no estamos en el primer lugar donde nos busquen,  nos remplazan con lo primero que encuentran, y ahí es donde comienza el verdadero olvido.

-        Debe ser una preocupación constante, me imagino, esa posibilidad de perderse con facilidad… Y en contraste, ¿Cuál es su mayor sueño?
-        El mayor sueño de cualquiera de nosotros, es caer en las manos de un artista. Ahí es donde uno saca todo su potencial, cuando te dejas llevar por una mano que sabe, por alguien que te sabe mover, que sabe explotar todo lo que llevamos dentro.

-        ¿Pero ese potencial del que usted habla, lo tiene el artista o lo tiene el lápiz?
-        Pues un poquito los dos, creo. Mire, si le pregunta al artista dirá que todo es obra suya, pero pienso que para todos los artistas, pintores o escritores, no hay nada como trabajar con una herramienta confiable, y ahí es donde nosotros hacemos la parte que nos toca.

-        ¡Vaya!, ¿Y qué piensa de los niños?
-        ¡¿Los niños?!… ¡Bueno!...digamos que para nosotros trabajar con niños, es como para un reportero ser corresponsal de guerra.

-        ¿Tanto así?
-        Claro. Mire usted, un niño te cuida y te valora durante… más o menos un minuto, cuanto te tiene entre sus manos comienza a usarte, y en cuanto toma confianza, se descuida y lo primero que sucede es que vamos a dar al suelo.  Si tenemos suerte va por nosotros y al rato ya estamos de nuevo en el suelo, si no, en otro descuido nos pisa y nos olvida. Hasta que algún adulto nos recoge… y entonces estamos a salvo durante un tiempo.  Otras veces, te usarán como vaqueta de tambor, como instrumento punzocortante, como proyectil, como agitador de sustancias raras (que es de las peores experiencias) y hasta como mordedera.  
    Hay niños cuidadosos, es cierto, pero son los menos. Ahora, es justo decir también la parte emocionante. Con un niño, todas las posibilidades están ahí. En cualquier momento puedes hacer un trazo sutil o un rayón que atraviese la hoja. De nuestra punta, puede salir un dibujo fantástico o una figura geométrica. Somos los acompañantes perfectos cuando aprenden a escribir; y esta experiencia es particularmente emocionante, incluso hace que me vuelva un poco sentimental, pues con nosotros aprenden los trazos que los acompañarán toda su vida. Digamos en resumen, que ser propiedad de un niño es lo más emocionante, peligroso y diverso que nos puede pasar. Creo que todo lápiz debe al menos un tiempo, pertenecer a un niño y vivir esa experiencia, y sentir esa emoción a flor de piel.
-        Eso  de “(vivir)… al menos un tiempo”,  me interesa. ¿Cómo funciona el tiempo para los ustedes?
-        Nuestra vida tiene que ver con el tiempo que tardamos en consumirnos, digamos que en el mundo de los lápices, el tamaño sí importa. Cuando uno es nuevo, es grande, conforme pasa el tiempo, se va uno gastando, nos van sacando la punta y la vida se va yendo poco a poco. Cuando la punta se gasta, nos gusta ir dejando historia. Muy diferente de cuando nos sacan punta sólo por gusto. Es como si la vida se nos fuera sin dejar huella. Digamos que es una pena llegar a chico y no haber hecho nada relevante.

-        Eso de “Llegar a chico” sonó muy raro…
-        Nosotros sentimos un gran respeto por los lápices pequeños, su tamaño se debe a que han tenido una larga trayectoria. Pensar que con su punta han escrito muchas palabras y realizado muchos trazos, siempre es motivo de respeto, y en algunos casos hasta de veneración.
Caso contrario con los que son grandes, casi nuevos, son lápices sin experiencia, que están empezando a vivir. Han tenido pocos dueños, o ninguno quizá, y su punta se ve todavía como nueva.   Son colegas que tienen mucho qué rayar, qué escribir y qué aprender.

-        ¿En qué momento se podría decir que un lápiz madura?
-        Esa pregunta es muy interesante.
Por supuesto, lo primero que uno piensa es en que debemos tener un tamaño de mediano a chico. Señal inequívoca de que ya hay algo de experiencia para contar.
Al tamaño medio sólo se llega por dos vías. El desgaste o por ruptura. El desgaste nos hablará de tiempo, la ruptura sería un accidente, un momento traumático desafortunado, que algunos experimentan cuando son todavía muy grandes, y por lo mismo inexpertos.
Pero además del tamaño, la madurez también tiene que ver con esa sensación de que todo el grafito consumido, toda esa parte que fue de nosotros pero ya no es nuestra, ha sido digamos, bien gastada. Que lo que empezó siendo una mina de grafito, se ha vuelto parte de una hoja de papel, de un pliego de cartón, de un lienzo, de un cuaderno, de una carta, en fin, esa sensación de ser parte de algo nuevo, es algo muy importante para nosotros.

-        ¿Ha pensado en ser instrumento de un artista?
-        ¿De un artista?, claro. Ser el lápiz de un artista es como el sueño ideal, utópico. Pero sabemos que las posibilidades son remotas. Un niño siempre será más asequible, y no por ello menos emocionante.
Para los niños somos un instrumento liberador de energía, como la llave que abre la puerta de su potencial creativo. Además somos cómplices de su aprendizaje, de sus aciertos, pero sobre todo de sus errores. Porque eso sí, todo mundo sabe que para equivocarse, no hay nada mejor que un lápiz.

- Claro, ¿Qué clase de simbiosis es la que viven el lápiz y la goma? Son como dos elementos que viven a la vez juntos, pero separados.
- La goma, es una parte muy importante de nosotros, es el elemento que nos da esa versatilidad de poder equivocarnos sin dejar rastro, de poder escribir historias con la ventaja de poder ir dejando huellas o no hacerlo. Es el “ser o no ser”. Un lápiz sin goma es un absurdo.
Pero ya me estoy poniendo filosófico y para ello es mejor cualquier pluma. Lo nuestro es el pragmatismo la vida sencilla, así que mejor le cuento que por décadas ha existido un debate, sobre la absurda desproporción entre el tamaño de la mina y el tamaño de la goma. Hay quien piensa que si el lápiz es el instrumento ideal para cometer errores, la goma debiera ser más grande. Bueno, para qué le cuento más, es una discusión sin fin.

-        ¿Y qué me dice de su experiencia con el sacapuntas?
-        ¡Ay, bueno!, no pensé que fuéramos a hablar de eso… esta entrevista ya está entrando al terreno de lo privado. ¡¿Qué le puedo decir?! no hay nada mejor que una buen sacapuntas preciso y afilado, de esos que nos dejan la punta larga y fina, y un cono perfecto hasta la orilla de la madera.  Uf, es como recibir un masaje, termina uno… como si se hubiera bañado y perfumado… y ya por favor no me vaya a preguntar sobre los dispositivos eléctricos porque eso es algo que va más allá de mi control emocional…

-        ¿Cómo, pero por qué? Ahora me platica, si son muy prácticos.
-        Pues por eso, supongo. Bueno, cuando uno está cansado de tanto trabajar, con la punta chata y adolorido por la presión con la que nos sujetan. Que nos metan en una de esas máquinas de placer y desenfreno… es… bueno como un éxtasis.  
Un sistema de rotación y corte preciso y perfecto, balanceado y nivelado por todas partes, con una presión constante, uniforme y vibrante. Bueno, es paradójico, uno sabe que la vida se le está yendo a cada vuelta pero cuando estamos dentro, lo último que queremos es que aquello termine. 

-        Nunca me lo hubiera imaginado.  O sea que de las navajas y cuchillos ni hablamos…
-        No, por favor, las navajas, cuchillos, tijeras, son una salvajada, una mutilación despiadada. No sé quién les dijo que estamos hechos para eso. Ni que fuéramos una punta de flecha, por favor.

-        Pues una disculpa, si alguna vez… a falta de sacapuntas…
-        Ni lo diga, que a algunos camaradas los han querido afilar a pura fricción contra la banqueta, ¿se imagina?… terrible. Y luego porqué se parte nuestra mina.

-        Claro, debe ser difícil vivir así.
-        Cuando alguno de nosotros cae al suelo de una altura considerable, o es arrojado con violencia, el final siempre es el mismo. Se nos quiebra la mina en múltiples partes, aunque por fuera no lo parezca. Es un dolor inmenso, y no físico, no me malinterprete. Es un tema emocional que nos condena a vivir con esa condición para siempre. Sabemos que no representa una limitación y que podemos seguir haciendo grandes cosas, pero se convierte en una marca que nos acompañará el resto de nuestra vida.

-        Me imagino, ¿Y qué opina de su pariente el bicolor?
-        Bueno, no quisiera entrar en temas de tipo familiar, no me gusta ser indiscreto. La verdad es que no está pasando por su mejor momento.

-        ¿Qué le sucede?
-        A pesar de nuestro parecido, nuestra relación jamás ha sido muy cercana. El bicolor siempre ha tenido un ego muy grande. Claro por su doble punta, usted sabe… siempre con su clásico dicho: “A mí, por donde me agarren….” Y bueno, los han hecho creer que ellos jamás se equivocan; (como carecen de goma), hazlos entender… Lo más insoportable, es que lejos de aceptarlo, todavía nos dicen que su especialidad es señalar los errores de los demás.  La verdad es que terminan por ser bastante pedantes. Coloridos, pero pedantes.

-        ¿Y por qué dices que no están pasando por un buen momento?
-        Han entrado en una etapa depresiva, muy larga y muy triste.

-        ¿Depresiva?, ¿triste?, ¿Pero por qué?
-        Pues… desde que inventaron el marcatextos… para ellos ya nada volvió a ser igual. ¿Te imaginas? Se sintieron desplazados. Y aquellos con ese brillo que parece que se encienden, de todos los anchos y colores.
La vida no ha vuelto a ser la misma para ellos. Nada más dime ¿Quién  tiene ahorita un bicolor en su casa u oficina?, la verdad es que los marcatextos llegaron y los barrieron. Acabaron siendo como los parientes venidos a menos… no lo han podido superar.

-        ¿Pues no lo había pensado, pero creo que tienes razón? ¿Y no les pasó a ustedes lo mismo cuando se inventaron los lapiceros y portaminas?
-        No, para nada. Claro que hay gente que los usa y los llevan consigo, pero aun ellos, siempre tienen cerca un lápiz, por si las dudas, supongo.

-        Para mí ha sido un placer entrevistarlo.
-        El placer fue todo mío. Una experiencia más para contar.