viernes, 9 de septiembre de 2016

El Matrimonio Igualitario y la Adopción.

Vuelve a la palestra el controversial y múltiples veces llevado y traído tema del matrimonio entre personas del mismo sexo.
Una de las valiosas prácticas que aprendí en los años que estuve estudiando en un colegio católico fue que el acto de juzgar es tarea de Dios y no de los hombres. Bendita dispensa, que nos permite ir por la vida sin tener que ser juez de nadie. Es decir, que nadie nos obliga, "nomás" que nos encanta el mitote.
Y lo digo de esta manera, porque en los argumentos de unos y otros he visto posturas muy extremas, muy radicales, como si el mundo sólo fuera blanco o negro, y pasáramos por alto toda la gama de grises que existen. Unos no aceptan el hecho porque se jactan de ser homofóbicos, otros no lo aceptan porque dicha práctica va en contra de la religión que profesan, otros lo aceptan resignados como una realidad en la que no se puede hacer nada; pero les molesta el término “Matrimonio”, otros se tiran al drama porque piensan que con este cambio la sociedad se va a venir abajo en valores... (Como si en este momento nuestra sociedad pudiera jactarse de estar muy arriba), muchos más lo consideran un asunto antinatural, y otros están visualizando que este proceso va a llevar en automático a que las parejas homosexuales puedan adoptar hijos.
Entiendo que el tema es complejo porque existen muchos grupos de interés y como es natural cada quien defiende su postura, sin embargo, entiendo también, sin ser jurista ni mucho menos moralista, que es un tema que debemos aprender a abordar con naturalidad, pues siendo de orden social nos impacta a todos.
De manera que con apenas 12 años de experiencia en mi matrimonio y un par de hijos en plena crianza, expongo algunos argumentos sin pretender enarbolarlos como verdades únicas ni como juicios irrefutables, simplemente los dejo como una simple opinión.
Considero que el amor entre dos personas de igual o de distinto sexo, puede surgir en cualquier lugar y en cualquier momento. El hecho de que estas dos personas decidan amarse y respetarse a su manera. Es algo que les debiera competir sólo a ellos.
Que cada persona pueda decidir con quién hacer vida conyugal, y con quién comparte su vida en lo general, me parece que es un acto de libertad y de justicia, del cual deberíamos gozar todos los adultos. Sin embargo, la discriminación sexual existe a tal grado, que en algunos lugares no solo se discrimina a los homosexuales, sino que a la propia mujer se le considera de menor valor que al hombre. Idea que me parece de lo más retrógrada, pero sucede.
También considero, que si dos personas del mismo sexo han decidido vivir juntos, deben en principio ser aceptados y reconocidos por la sociedad, como una pareja que libremente ha adoptado ese estilo de vida. De igual forma pienso que las leyes oficiales cuyo fin está orientado a proteger la salud y la integridad de las personas, no deberían excluirlos de los beneficios que goza cualquier persona, como la de contar con seguridad social por vínculo conyugal, o acceder a un crédito hipotecario mancomunado, es decir, todo lo relacionado con la salud y el bienestar de cada cónyuge y de la pareja en sí.
Ahora bien, ¿Qué pasa con la sociedad?, ¿Qué síntomas hay en el ambiente? - Por un lado están los que se mantienen al margen y por otro los que se apasionan con el tema. Están quienes reconocen a las parejas gay con respeto y afabilidad y quienes vulgarmente llevan el tema al exhibicionismo. Están los que indiferentes ignoran el tema y quienes al contrario, se convierten en activistas púbicos. Producto de todo este raudal de información, puedo concluir que todo aquel que generaliza se equivoca.
Decir que una familia es familia en tanto esté formada por un papá, una mamá y unos bellos hijos, es una idea que no va conmigo. Hace tiempo entendí que el vínculo que hace posible a una familia es el amor, y no la consanguineidad. ¿De qué otra forma se puede explicar un matrimonio? Mi esposa y yo, fuimos familia desde que nos casamos gracias al amor, porque consanguineidad no ha habido nunca, como dice la canción… “si ni parientes somos”.
Con tal antecedente, no tendría inconveniente en llamar familia a toda relación que inicia con 2 personas que estén vinculadas por el amor. También considero que lo que hace que una familia sea o no funcional, no depende de que dicha familia proceda de una pareja homo o heterosexual, sino de que el seno familiar sea el medio en el que cada miembro pueda crecer y desarrollarse física, mental y espiritualmente. Por lo tanto, ningún ejemplo de familia hetero u homosexual, próspera o disfuncional me resulta suficiente referencia como para generalizar ni a favor ni en contra, ni de las unas ni de las otras.
Dicho de otro modo, no porque yo haya formado una familia a partir de una relación heterosexual, pienso que ésta sea la única forma posible. Tampoco por el hecho de que haya familias homosexuales estables pienso que todas lo vayan a ser… la formación de una familia homosexual o heterosexual no es garantía de nada.
Lo que sí creo, es que como sociedad, nos hemos acostumbrado a opinar sobre todo tipo de temas sin tener muchas veces la información suficiente ni veraz, o sin tener los argumentos apegados a la mínima razón, es decir, que opinamos desde nuestro lado emocional, donde resulta muy fácil perder la objetividad a causa de nuestros sentimientos.
Para mí sería muy sencillo decir que estoy a favor o en contra de que las parejas gay adopten hijos, total al hacerlo, no estaría hablando de mis hijos. Pero buscando ser más objetivo, trato de imaginarme en una situación en la cual mis hijos sí se vieran inmiscuidos. Y esto me ayuda a razonar de manera diferente. Pongamos por ejemplo que mis hijos siendo jóvenes, deciden irse al extranjero a estudiar un año en un programa de intercambio, y resulta que tienen como opción vivir en la casa de una familia heterosexual o en la de una familia homosexual. La verdad, no puedo decir que me daría lo mismo. Yo buscaría para ellos una familia como la nuestra.
En principio, porque creo en el concepto de la “Complementariedad” que resulta del hombre y la mujer, y confío en aquello que conozco y que he vivido tanto en el rol de hijo, como en el rol de padre. Por otro lado, pienso que todos los seres vivos, (incluyendo plantas y animales) crecemos y nos desarrollamos mejor, cuando estamos en un entorno lo más parecido al entorno natural. Quizá haya excepciones, pero quien quiere ser la excepción en esto.
Estoy consciente de que hay parejas que quieren tener hijos y niños que necesitan tener padres, (menuda tarea tienen los legisladores para definir la mejor forma en que aquello pueda ser posible). No será sencillo lidiar con posturas radicales que solo agravan el problema, pues tienden a la polarización de las partes dificultando la comprensión y la conciliación.
Sabemos que una pareja hetero o gay por sí sola, ni garantiza el éxito ni condena al fracaso de una familia, como lo dije anteriormente, formar una familia y conservarla a través del tiempo, es un tema complejo, cuya complejidad aumenta cuando además se suman hijos. Lo digo con la experiencia de estar criando a 2 y con la convicción de saber que cuento con el apoyo de la mujer que amo y que me complementa en todas mis debilidades. Aun así, ha sido tarea dura que por momentos nos llega a parecer imposible.
Yo voto por que los matrimonios se legalicen para que los cónyuges vean por su bienestar unos y otros y respecto a la adopción, no estoy convencido de que sea lo mejor. Si se llega a dar espero que sea con los candados suficientes para evitar sufrimientos innecesarios tanto de padres como de hijos, derivados de situaciones que nadie quiere pero si suceden y que suelen terminar o en un inesperado rompimiento familiar o en la condena de tener que sobrevivir siendo parte de una familia rota.

Diversidad y Tolerancia.

La diversidad, se explica por sí sola. Si por algo vale la pena defenderla es porque al hacerlo defendemos precisamente el hecho y el derecho que tenemos las personas a ser diferentes unas de otras; circunstancia que nos permite conocer el valor de la complementariedad. Así está formada nuestra sociedad, por miles de personas que somos distintas en ciertos aspectos y comunes en otros, por lo que al mismo tiempo, nos diferenciamos de algunos y nos identificamos con otros y esto es lo que nos permite formar grupos.
Desde que nacemos, formamos parte del grupo de los recién nacidos, y nos catalogan como hombres o mujeres. En ese momento yo no he sabido de ningún bebé que lo etiqueten con algún tercer o cuarto sexo. Conforme crecemos vamos cambiando de grupo y paulatinamente formamos parte del grupo de los niños, jóvenes, adultos o ancianos (eso de “la tercera edad” me gusta, pero no dejo de reconocer que es un eufemismo).
En otro ámbito todos comenzamos formando parte del grupo de los solteros y luego unos por gusto y otros por obligación (que es otro eufemismo para no decir “miedo al suegro y a los cuñados”) vamos cambiando de grupo al de los casados, arrejuntados, divorciados, dejados, viudos, etc.
También todos comenzamos siendo orgullosos analfabetas, y luego unos por convicción y muchos otros amenazados por la chancla voladora, vamos pasando por un calvario de grados escolares que van desde la primaria hasta el postgrado y nuevamente todo terminamos formando partes de diferentes grupos.
A la par de todo esto, también formamos parte de grupos por
zonas geográficas, por aficiones deportivas, o culturales, por ideologías religiosos, o mediante asociaciones civiles, de tipo profesional, en partidos políticos y hasta de organizaciones delincuenciales (favor de no confundir éstos últimos), etc. Y así, por grupos y grupos de grupos, es como está conformada nuestra sociedad.
Es decir, que la diversidad abarca tantas capas, que en este momento no tengo claro si la diversidad, es algo que como sociedad nos divide o nos une. Lo que si me queda claro es que a cada grupo al cual pertenecemos le corresponden ciertos derechos y ciertas obligaciones que por obvias razones no tienen por qué ser iguales. Es decir, los niños tienen ciertos derechos y ciertas obligaciones, diferentes a las de los jóvenes, adultos o ancianos. Los hombres tienen ciertos derechos y obligaciones, diferentes a los de las mujeres, (calma machistas y feministas, guarden sus armas) me refiero por ejemplo, a que no hay mujeres que tengan obligación de hacer servicio militar al menos en nuestro país, ni hombres que tengan derecho a días de incapacidad por embarazo o parto. Tampoco son los mismos derechos los de un soltero que los de un casado; (brincos dieran) y ni qué decir de las obligaciones. O comparando un casado que tiene hijos con uno que no los tiene, por supuesto que derechos y obligaciones, también serán distintos.
Así pues, los grupos que forman nuestra sociedad se cuecen cada cual en ollas aparte. El problema surge cuando todos vamos a la calle (que supuestamente es de todos) y nos revolvemos.
¿Se ha puesto a pensar como están relacionadas la diversidad y la tolerancia?
Por un lado los seres humanos tenemos algunos derechos supuestamente universales, como el derecho a pensar, a sentir y a expresarnos libremente. Pero es bien sabido que en algunas sociedades la libre expresión es castigada incluso con la muerte.
Por otro lado están los radicales que sienten que sus derechos no tienen límite y que pueden estar incluso por encima de los derechos de los demás. Así como su forma de pensar, que ellos consideran como su verdad, o peor aún, como la verdad.
Y qué pasa con la tolerancia, tan rebasada por su antítesis, la intolerancia a todo lo que no sea como yo lo pienso o como yo lo quiero. Pareciera que cada quien espera un mundo a su medida, y nos olvidamos que el mundo es solo uno y es para todos.
Creo que nos conviene defender la diversidad, pero defenderla defendiendo el derecho de los demás a ser distintos a mí, a pensar distinto a aceptar que les gustan otras cosas y piensan de otro modo. ¿Qué ganamos con estar haciendo señalamientos sintiéndonos jueces del mundo?
Este texto tan diverso… continuará…

Silencio

Quiero evocar al silencio.
Pero no al silencio que usamos para dormir o descansar.
Tampoco al que anhelamos cuando el ruido nos envuelve.
Ni al que recurrimos cuando la migraña y buscamos un remanso de paz.
Quiero evocar al silencio, pero no a cualquier silencio…
A un silencio que me gusta, al silencio; por ejemplo:
De aquellos que se piensan dueños de la verdad y te juzgan de acuerdo a su medida.
De los petulantes que al sentirse superiores, nos ven con mirada compasiva.
De los que lo saben todo y alzan la ceja como pensando - ¿Tú qué me puedes decir a mí?
Al de los presumidos, ególatras, soberbios que por un instante eterno, han olvidado el valor de escuchar y solo aprecian ser escuchados. Cuanto les convendría aprender a callar de otra manera.
Como por ejemplo, con el silencio de los que los que brindan su atención y escuchan sin juzgar.
El de los que abren sus oídos y su mente cual tierra fecunda para que germine una nueva idea.
El de los que escuchan con respeto más que con interés, pues ponen el énfasis en la persona más que en la palabra.
O con el silencio de un padre y una madre, que un buen día descubren que su hijo sabe más que ellos… pareciera que con su silencio le gritan al mundo - ¡Escúchenlo! ¿Qué no se dan cuenta de lo que está diciendo?
Hoy quiero escuchar al silencio, para entender que no todos callamos igual.
Hoy quiero aprender del silencio, la mitad siquiera, de lo que apenas sabemos hablar.