Quiero evocar al silencio.
Pero no al silencio que usamos para dormir o descansar.
Tampoco al que anhelamos cuando el ruido nos envuelve.
Tampoco al que anhelamos cuando el ruido nos envuelve.
Ni al que recurrimos cuando la migraña y buscamos un remanso de paz.
Quiero evocar al silencio, pero no a cualquier silencio…
A un silencio que me gusta, al silencio; por ejemplo:
De aquellos que se piensan dueños de la verdad y te juzgan de acuerdo a su medida.
De los petulantes que al sentirse superiores, nos ven con mirada compasiva.
De los que lo saben todo y alzan la ceja como pensando - ¿Tú qué me puedes decir a mí?
Al de los presumidos, ególatras, soberbios que por un instante eterno, han olvidado el valor de escuchar y solo aprecian ser escuchados. Cuanto les convendría aprender a callar de otra manera.
Como por ejemplo, con el silencio de los que los que brindan su atención y escuchan sin juzgar.
El de los que abren sus oídos y su mente cual tierra fecunda para que germine una nueva idea.
El de los que escuchan con respeto más que con interés, pues ponen el énfasis en la persona más que en la palabra.
O con el silencio de un padre y una madre, que un buen día descubren que su hijo sabe más que ellos… pareciera que con su silencio le gritan al mundo - ¡Escúchenlo! ¿Qué no se dan cuenta de lo que está diciendo?
Hoy quiero escuchar al silencio, para entender que no todos callamos igual.
Hoy quiero aprender del silencio, la mitad siquiera, de lo que apenas sabemos hablar.
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