martes, 17 de octubre de 2017

3 profesiones que debemos revalorar.

Desde que la vida moderna nos puso en la mano un teléfono con cámara, mucha gente piensa que junto con el aparato adquirieron un título de fotógrafo, reportero y crítico.

Gabriel Zaid; a mi gusto, uno de los mejores pensadores y escritores mexicanos contemporáneos, dice con sarcasmo que debiera haber “guantes de castidad”,  con lo cual se evitaría que muchos libros de paupérrima calidad vieran la luz pública.

Aprovechando su brillante idea, me encantaría que también hubiera cámaras con “lente de castidad” para evitar que muchas fotos y videos llegaran a las redes sociales. Se necesita tener mal gusto, pocos escrúpulos o nada de vergüenza para exhibir en redes, ciertas fotos y videos que en verdad no aportan nada. Y que lejos de estimular la sensibilidad de la gente, lo único que hacen es estimular el morbo… al menos el mío, y no creo ser el único.

A mí  me parece que “el muro de facebook”, ese escaparate de nuestra vida, es como un reflejo de la imagen de la gente o de su negocio, y considero que si descuidamos lo que publicamos ahí, es como si no nos importara salir a la calle sin peinar. A lo mejor es eso… que en realidad no nos importa porque quizá tampoco tiene gran trascendencia. O quizá no.

Algo similar me pasa con la crítica. Ahora muchos nos sentimos jueces del mundo y sus especies, pero nos olvidamos, de que no es lo mismo ser crítico que ser criticón… y si no sabemos o no queremos investigar la diferencia, es porque seguro estamos más cerca de ser de los segundos que de los primeros.  Baste por ahora el recordar que toda crítica o retroalimentación no solicitada, es agresión.

Valoro mucho el trabajo de los críticos, así como el de los fotógrafos, reporteros y periodistas que saben hacer algo más que decir: “Aquí estamos transmitiendo desde…”    Voto porque su trabajo brille siempre sobre las publicaciones de quienes con poco oficio nos atrevemos a esgrimir una pluma, a abrir la boca o a disparar el obturador.

Entendamos como sociedad, que así como el hábito no hace al monje, ni una golondrina hace primavera, tampoco un Smartphone será capaz de capturar un buen contenido sin no hay detrás de éste, una mano y una mente maestra que lo sepa utilizar.  Felicidades a los profesionales de la imagen y la comunicación, son los cronistas de una tremenda historia que no sabemos en qué va a terminar.

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lunes, 9 de octubre de 2017

¿Por qué usamos emoticones al escribir?

 Si consideramos que existen cientos de emoticones para expresar nuestros sentimientos y que por su parte el alfabeto sólo tiene 27 letras y con ellas podemos escribirlo todo.  ¿No es más práctico encontrar las letras para formar la palabras, que andar buscando la mentada carita que representa lo que quiero expresar?

O será que a veces no sabemos cómo se llama lo que sentimos. Quizá no podemos distinguir entre sentirnos bien y sentirnos contentos, alegres, felices, o eufóricos. O tal vez si sabemos, pero nos da pereza ser específicos y hacemos como los españoles que a todo sentimiento positivos lo engloban en una palabreja sin chiste que suena “guai”, cito: “Que “guai” si me invitaras a cenar” así lo dice hasta Joaquín Sabina en su canción Medias Negras… y mira que al citado no le falta oficio ni talento en el uso del castellano.

De igual modo ocurre, cuando un mal sentimiento nos aqueja y no sabemos exactamente qué es, pues no atinamos a distinguir si se trata de tristeza, nostalgia, angustia, desesperación, rabia o alguno otro.

Alex Grijelmo en su libro “Defensa apasionada del idioma español”, comenta: “…ya nadie distingue el gorjeo de un gorrión del silbido de un mirlo”  estamos olvidado como tejer fino, y ahora nos conformamos con hacer medianamente un punto de cruz… y sospecho que por lo mismo preferimos mezclar el lenguaje con una imagen para que exprese por nosotros lo que nosotros mismos no sabemos expresar.

Hay quien se afilia al dicho de que “una imagen vale más que mil palabras”, lo cual acepto con ciertas reservas, puesto que todo depende de qué imagen se trate y de quién vengan las palabras, pues tratándose de valor, el remitente puede hacer toda la diferencia.

En fin, voto a las palabras y a que hagamos uso de ellas para que no se olviden, de no hacerlo quizá no ocurra nada malo, o tal vez si, un buen día pueden acabar en desuso y ocupar un selecto sitio en el rincón del olvido.

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