O será que a veces no sabemos cómo se llama lo que sentimos.
Quizá no podemos distinguir entre sentirnos bien y sentirnos contentos, alegres,
felices, o eufóricos. O tal vez si sabemos, pero nos da pereza ser específicos
y hacemos como los españoles que a todo sentimiento positivos lo engloban en una
palabreja sin chiste que suena “guai”, cito: “Que “guai” si me invitaras a
cenar” así lo dice hasta Joaquín Sabina en su canción Medias Negras… y mira que
al citado no le falta oficio ni talento en el uso del castellano.
De igual modo ocurre, cuando un mal sentimiento nos aqueja y
no sabemos exactamente qué es, pues no atinamos a distinguir si se trata de
tristeza, nostalgia, angustia, desesperación, rabia o alguno otro.
Alex Grijelmo en su libro “Defensa apasionada del idioma
español”, comenta: “…ya nadie distingue el gorjeo de un gorrión del silbido de
un mirlo” estamos olvidado como tejer
fino, y ahora nos conformamos con hacer medianamente un punto de cruz… y sospecho
que por lo mismo preferimos mezclar el lenguaje con una imagen para que exprese
por nosotros lo que nosotros mismos no sabemos expresar.
Hay quien se afilia al dicho de que “una imagen vale más que
mil palabras”, lo cual acepto con ciertas reservas, puesto que todo depende de qué imagen
se trate y de quién vengan las palabras, pues tratándose de valor, el remitente
puede hacer toda la diferencia.
En fin, voto a las palabras y a que hagamos uso de ellas
para que no se olviden, de no hacerlo quizá no ocurra nada malo, o tal vez si,
un buen día pueden acabar en desuso y ocupar un selecto sitio en el rincón del
olvido.
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