domingo, 29 de noviembre de 2020

Una Noche Más

Iba a escribir una carta para ponerla en el pino de navidad; como cuando era niño, pero me contuve. Creo que no es momento de pedir, sino de dar y agradecer.
Este año se han desbordado las emociones, ha habido muchas pérdidas, algunas ganancias, y mucho tiempo para la reflexión.
Ha sido un año de mucho esfuerzo y aparentemente poca recompensa, pero definitivamente un año de lecciones, donde algunas han costado incluso vidas.
Quizá hemos sentido ganas de llorar o lo hemos hecho. Quizá hemos sentido impotencia, frustración, enojo o hasta miedo. Quizá perdimos seres queridos, o nos aterra la idea de perderlos. Acaso perdimos dinero, trabajo o negocio, y quién más quién menos, hemos tenido que hacer ajustes en nuestras vidas cuando no lo esperábamos ni estábamos preparados para ello.
Muchos pospusimos o cancelamos nuestros planes, incluso aquellos tan anhelados. Quizá sentimos que nos arrebataron una parte de nuestra libertad y se llevaron con ella el derecho a convivir. Nos hemos condenado al aislamiento temporal y tuvimos que aprender a estar con nosotros mismos y a dejar de ver y visitar a los que amamos. La convivencia se ha vuelto digital, y la hemos combinado con la resignación de usar una máscara para salir de casa.
Hemos pensado en lo que teníamos y ya no tenemos. Quizá en los ratos de mayor desesperación, hemos querido encontrar algún culpable para descargar un poco de nuestra rabia; como si se tratara de un ladrón que se ha llevado todo, pero no lo hay.
La Navidad se acerca, con la época, sentimos como nunca la necesidad de reencontrarnos como antes, aunque en el fondo sabemos que el añorado reencuentro tendrá que esperar. Habrá quien espere con serenidad y otros que tomen el riesgo y con él las consecuencias.
Habrá quien viva por primera vez, una navidad en casa sin el arropo de la gran familia que se junta cada año. Como quiera que sea, esta navidad será única. Para algunos el pretexto justificado del reencuentro, para otros la convivencia íntima sin salir de casa, para varios una noche más luchando por su salud, o rezando y a la espera de que su ser querido se recupere, y para otros tantos una noche de trabajo salvando vidas.
Otros estarán fuera de casa, incluso lejos, algunos imposibilitados para desplazarse, obligados a pasar la noche solos o con desconocidos en un aeropuerto, en una prisión o en alguna carretera.
Entendamos que la navidad es sólo una noche más, y no lo digo en
sentido despectivo, sino en sentido práctico, porque “una noche más”, es lo que millones de personas quisieran, para pasarla con el padre, la madre, el hijo, la hermana o el amigo que perdieron.
Una noche más, no tiene precio cuando sabes que tú y los tuyos están sanos y están bien. Una noche más para soñar un sueño tranquilo, consciente de que tenemos el don de la vida, y que respiramos sin ayuda. Una noche más para agradecer por lo que somos y tenemos.
Una noche más, para disfrutar, para emocionarnos y pensar en el futuro. Si acaso hemos perdido mucho o poco, estamos vivos y al menos por ahora, nadie ha venido a quitarnos la esperanza.
Pensándolo bien, escribiré la carta esperando que la fuerza de la navidad haga que llegue a muchos corazones. Prometo no pedir mucho, pero si algo muy valioso: Que todos juntos y de forma responsable, mantengamos la esperanza de volvernos a abrazar.
Desde casa, Feliz Navidad.
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domingo, 18 de octubre de 2020

Normalizando la Vulgaridad

 

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Llegué con mi familia a cargar gasolina. Al bajar la ventanilla para ser atendido, nos percatamos de que en la gasolinera había música de reguetón a todo volumen. Era imposible no escuchar la letra de la canción; cuyo contenido era un catálogo de frases explícitamente sexuales. ¿Por qué tienen esa música a todo volumen? - le pregunté a la despachadora, - ¿Cuál? - me contestó como si no entendiera la pregunta.
Hay gente que presume de no escandalizarse con nada, como si fueran indolentes a todo. No sé si es una virtud o una indiferencia generalizada. ¿Será que hemos abierto tanto la mente que ya parece un contenedor de basura donde se puede verter cualquier cosa?, ¿O será que nos hemos blindado ante todo y ya nada nos perturba?
Conocí las groserías desde que era niño, y acepto que muchas otras vulgaridades fueron llegando con el tiempo, pero siempre tuve claro que esa forma de hablar no era apropiada para expresarse en cualquier lado ni con todas las personas. Las groserías han existido siempre y la vulgaridad es tan vieja como la profesión más antigua. También sé que las palabras, su significado y su uso cambian de región a región, eso lo entiendo. Lo que no entiendo, es como mucha gente no se incomoda por el hecho de que dicha vulgaridad se normalice, a tal grado, que poco a poco va formando parte del paisaje urbano. Nos estamos acostumbrando a que ahora así es nos guste o no. Me parece que cada cosa, incluyendo eso, funciona mejor cuando tiene su tiempo y su espacio adecuado.
Hablando de contenidos, parece que el mérito y el éxito dejaron de ser para quien sea capaz de decir las cosas de la mejor manera, ahora el reconocimiento y la fama son para quien cada día se atreve a más.

La Importancia de tener un Roommate.

Cuando cursé la universidad, viví en las residencias del mismo campus. Los edificios tenían la modalidad de cuartos individuales y cuartos dobles. Obviamente la exclusividad costaba más, sin embargo, el servicio se ofrecía porque había quien lo pagaba. La mayoría, teníamos cuartos dobles.

Durante la carrera, tuve varios compañeros de cuarto, más allá de haber hecho buenos amigos, fueron personas con las cuales aprendí a convivir y a compartir experiencias dulces y amargas.
Estudié arquitectura, y reconozco que vivir con un arquitecto en ciernes, demanda un esfuerzo mayor. Para empezar, tenía mi mesa de trabajo o restirador, con el cual invadía una porción de cuarto más allá de lo estrictamente equitativo. Como si eso fuera poco, mis roommate´s tuvieron que aprender, (Porque no les quedaba de otra) a dormir con la eterna luz de mi lámpara encendida hasta altas horas de la noche, y cuando por fin me iba a dormir, apenas ponía la cabeza en la almohada y comenzaba a roncar como camión en subida.
Hasta la fecha; como dice la canción de Alberto Cortez: “Les adeudo la paciencia de tolerarme las espinas más agudas…” mi respeto y gratitud ante todo.
Destaco aquellos años, porque fue cuando aprendimos que para convivir hay que aprender a ceder. Tampoco es que yo haya sido el malo de la película y mis camaradas una perita en dulce… cada quien tuvo lo suyo. Por eso el tema es complejo, porque la responsabilidad se comparte.
Cuando convives con alguien, al nivel de compartir la habitación. Aprendes a respetar y a pedir respeto. También a ser comprensivo y no sólo a pedir que todos nos comprendan. Detalles tan simples como mantener la limpieza y el orden de cada cosa en su lugar, tienen su mérito. Saber respetar la disparidad de horarios, los tiempos de estudio, de trabajo y de descanso, los momentos y volúmenes adecuados para ver televisión o escuchar música, etc. todo se vuelve materia de saber llegar a acuerdos.
Y yo me pregunto, ¿En qué momento aprenden a hacer eso los que vivían en habitaciones independientes? También me tocó un par de años convivir con ellos, y aprendí que los perfiles de estos jóvenes tenían su particularidad. Casi siempre se trataba de hijos únicos, o de hijos varones que sólo tenían hermanas, así que por su estilo de vida, nunca tuvieron necesidad de compartir habitación con nadie, y si no lo hicieron en su propia casa, mucho menos estaban dispuestos a hacerlo en plena juventud y con gente desconocida.
Quienes tenían su habitación independiente y exclusiva para ellos, eran amos y señores de su espacio y de su tiempo, no había ni quien los gobernara, ni a quién rendirle cuentas, y en este universo igual había personas disciplinadas a nivel militar, como otros que carecían de los más básicos hábitos de higiene y no consideraban necesario tender su cama durante todo el semestre, por citar algunos ejemplos.
No estoy diciendo que mi método sea el mejor, hay muchas formas de aprender en la vida, pero si me acuerdo cuando veo como la sociedad que vemos en las noticias, en las redes y en la calle, la intolerancia, el individualismo, las faltas de respeto y la falta de empatía de mucha gente han crecido tanto, que pareciera que ceder fuera un signo de debilidad o de humillación, como si aceptar el punto de vista de alguien más equivaliera a que pisoteara nuestro derecho a tener la razón. Y no es así, porque permitir hablar a los demás, escuchar sus argumentos y tomar decisiones en base al bien mayor, son signos de fortaleza, propios de quienes saben resolver conflictos y conciliar acuerdos.
Mucho de esto lo aprendí en la universidad, pero no en los salones ni con mis maestros, sino en las residencias y con mis amigos. A todos ellos, y en especial a quienes fueron mis roommates, mi agradecimiento perpetuo, esperando perduren los gratos recuerdos.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Partiendo de Casa (poema 2003)

Es toda mi vida entera
la que por mis ojos pasa,
cuando pienso que está acerca
el día que me iré de casa.
De la casa de mis padres,
la que por años llevara
grabada en mi corazón,
en mi conciencia y mi alma;
como el mejor territorio
donde el cuerpo descansara
y mi mente desafiante
todos los sueños soñara.
El adobe de sus muros
historias enteras guarda;
quién pudiera revivirlas
por volver a disfrutarlas.
Aquí tuve la fortuna
de que mi vida empezara;
cuando llegué tuve suerte,
mis hermanos me esperaban
para enseñarme la vida
y aprender cómo gozarla.
Y qué decir de mis padres
que con afán inculcaban
“Lo primero es la familia,
y lo segundo, la casa.”
Cuesta trabajo imponerse;
se adelanta la nostalgia
al sentarme en la oficina,
al dormir en la recámara
y al comer en la cocina;
que es corazón de la casa.
El patio con los geranios,
el chabacano, la palma,
el panal de las abejas
y en cada Semana Santa
las jardineras de flores
las azucenas llenaban.
Mas ha llegado el momento,
una nueva vida aguarda;
no me avergüenza decirlo,
de mis ojos brotan lágrimas
que prueba son de alegrías
y de experiencias pasadas,
donde mi casa fue el punto
y ahora duele dejarla.
Pero aquí he sido testigo
de que la historia no acaba.
Los padres ya son abuelos
y los abuelos aguardan
la llegada de los hijos
y de los nietos que abrazan
cuando llegan en tropel
a la mejor de las casas.
Y qué decir de las fiestas,
las navidades y tantas
sobre-mesas los domingos
después de una carne asada.
Mil hojas puedo escribirle,
cien poemas no alcanzaran
para expresar mi cariño
por vivirla y disfrutarla.
Algún día contaré
a mis hijos y a mi amada,
todos aquellos momentos
y recuerdos de mi infancia,
también de mi juventud
y total toda mi estancia
que pasa entera en segundos
y viene a ensalzarme el alma.
Hoy veo que soy cosecha
de una semilla sembrada,
llegado está mi momento
y debo partir de casa.

El Torito

En las calles del pueblo
un tambor resuena a lo lejos.
Se acerca.
Un látigo restalla y se abre paso
Le sigue un silencio
Y luego el tambor…
Ratata tán, tan tán
Ratata tán, tan tán
Es una danza que viene.
La gente se vuelve con dirección al barullo
El tambor ya no parece tan lejano
Veo al que lo carga y lo resuena
Es un hombre, serio y hambriento
A su lado danzan otros más pequeños
Llevan máscaras de animales y demonios que grotescamente sonríen
El tambor ensordece con su ratata tán, tan tán.
Tras las máscaras, niños hambrientos ocultan su vergüenza y su cansancio
Hay también una mujer
Todos piden dinero, excepto el hombre del tambor,
Él sólo marca el ritmo al que debe marchar la vida.
No se detienen ni ellos ni nadie.
Todos siguen su camino.
¿Quién es ella?
¿A quién le importa la mujer que se oculta en una máscara de muñeca sonriente y chapeada?
¿Quién es él?
El que no lleva máscara
El que sostiene la mirada con cualquiera sin bajar la cara
O quizá no la sostiene, sólo lleva su vista en el horizonte,
Como ausente, como si fuera otro el que lleva el tambor y el cuerpo.
Y el tambor se aleja
Y todos con él.
En la plaza del pueblo
Un tambor resuena a lo lejos
Y se aleja poco a poco
Con su ratata tán, tan tán.
Que aturde, pero casi nadie oye,
Que asombra, pero casi nadie ve.


martes, 18 de agosto de 2020

La Prueba Gratis de Covid.

Cuando termino de hacer ejercicio, me gusta pensar que me acabo de hacer una prueba gratis de Covid y que salí negativo. Obviamente es una mentira, pero mentalmente me da tranquilidad saber que todavía conservo algo de condición física.
¿Cuánto dinero estarías dispuesto a gastar por una prueba de Covid?, la que yo le propongo es gratuita.
¿Cuánto tiempo estarías dispuesto a invertir en hacerte la prueba?, piénselo, esta propuesta requiere menos de una hora.
Para muchos, la prueba es algo totalmente serio y necesario, para otros algo deseable y para algunos una curiosidad “nada más por saber.”
Existen varios tipos de prueba, costos y tiempos de respuesta, pero según han dicho algunos expertos, en ciertas pruebas, hay un porcentaje de resultados llamados “falsos negativos”. Es decir que si una prueba resulta positiva, confirmará que tenemos el virus, pero si da negativa, hay una probabilidad de que el resultado no sea cierto.
Uno de los mensajes que más me han motivado durante esta pandemia, fue el de una persona que a pesar de los cuidados que tuvo, se contagió y luego se recuperó. Sus recomendaciones son solamente dos: Tomen todas las precauciones posibles y preparen su cuerpo lo mejor que puedan por si a pesar de los cuidados se llegan a infectar.
Tomar las precauciones es un discurso muy dicho y muy conocido. Permanecer en casa, salir sólo lo necesario y con cubre bocas, guardar sana distancia con los demás y mantener la higiene lo más posible.
Preparar el cuerpo, ya es otra cosa. Esto conlleva esfuerzo y disciplina, el esfuerzo para sobreponernos a la tentación de no hacer nada, llevando una vida licenciosa esperando que las cosas vayan bien solas y en lugar de ello, fomentar buenos hábitos de forma disciplinada, como alimentarse sanamente, hacer ejercicio cada día, y por supuesto dejar prácticas nocivas como el consumo de cigarro.
Obviamente esto no es una verdad científica, pero si una sana recomendación. Dediquemos 30 a 45 min. al día a hacer ejercicio físico, es obvio que no será una prueba oficial de nada, pero si una disciplina que ayude a mejorar nuestra salud y fortalecer nuestro sistema inmunológico. Mientras corro, me gusta imaginar que le voy ganando la carrera al virus, nadie me garantiza que lo voy a lograr, pero al menos estaré tranquilo de saber que hice mi mejor esfuerzo.
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domingo, 19 de julio de 2020

Desde mi comodidad…

Desde mi comodidad veo tus ojos.
No puedo ignorarte.
Tu mirada es más fuerte que la mía.
El semáforo rojo acelera el pulso y sobra tiempo
y faltan ganas,
Por tus ojos veo el hambre,
Y esperas;
como te han hecho esperar toda la vida, tu corta vida.
desborda la inocencia,
y eres víctima.
Una pequeña víctima de seis o siete años.
Desde mi comodidad, sigo pisando el freno, la luz roja eterna,
Quiero irme hasta donde no te vea ni con el pensamiento.
Siento vergüenza.
Busco algo para darte… pues no llega el verde todavía,
y no te sacaré de mi cabeza…
Encuentro migas… migajas de un tesoro que me sobra…
Una naranja, por ejemplo, aunque sea la cáscara…
Una dádiva, algo que sirva, no para curar tu pena, sino la mía.
- Es tuyo.
Y una sonrisa amarillenta asoma triunfante.
- ¡Uf, lo logré! - pensamos los dos desde nuestras miserias.

domingo, 28 de junio de 2020

El Sentido Común…

Con frecuencia escucho: “El Sentido común es el menos común de los sentidos.” Y me pregunto: ¿No será que a veces, esperamos demasiado del sentido común?

Según mi “sentido común” (Porque sería absurdo recurrir a fuentes oficiales para definirlo), el “sentido común”, es una forma de pensar, decir o actuar frecuente en una sociedad determinada y se manifiesta en comportamientos razonablemente predecibles ante ciertas circunstancias.

Es decir, que si llueve por sentido común nos protegemos de la lluvia, si caminamos a pleno sol, buscaremos una sombra, si nos aproximamos a un  precipicio o barranco, lo haremos con cierto cuidado, o si tenemos una olla de agua hirviendo, nadie en su sano juicio metería la mano. Digamos que nuestros conocimientos y experiencias nos inducen a actuar a todos de una forma más o menos similar.

La educación, los valores y el desempeño laboral, son otra cosa…

Llegar a un lugar y saludar, o despedirse antes de retirarse, no es un acto de sentido común, es un acto de educación. Dar las gracias, o pedir las cosas “por favor”, tampoco son actos de sentido común.  Lo mismo que devolver lo prestado, pagar deudas o hacerse responsable de lo ajeno mientras esté bajo nuestro cuidado…,  o ceder el asiento, ceder el paso a otra persona, etc. Nada de esto, tiene que ver con el sentido común.

Valores como el agradecimiento, el perdón, la compasión, la comprensión, por mencionar algunos, o acciones como pedir u ofrecer un favor, tampoco son actos de sentido común. Vivir aquellos valores que nos permitan una convivencia social más estable y armónica, deben ser actos conscientes que se enseñan y se aprenden. Nadie demos por hecho,  que tratar a las personas con respeto, es un acto que se aprende solo. Y no se trata de querer ser como Chabelo, “Amigo de todos los niños”, se trata de que aprendamos a tratarnos con urbanidad para llevar una vida socialmente en paz.

No podemos esperar que alguien aprenda a ser agradecido, si no se le ensaña a serlo, mucho menos a sentir compasión o a ser empático con los demás.  Ya no hablemos de ayudar al prójimo de forma desinteresada, pues eso ya casi se considera un acto heroico.

En el ámbito laboral pasa algo similar, ser puntual, cumplido y profesional en tu trabajo, no es cuestión de sentido común. Aunque obviamente es deseable, y sería estupendo que todos lo fuéramos, hay gente que no lo es. Estas buenas prácticas, suelen representar a quienes tienen un verdadero sentido de negocio, y saben que sus acciones influyen en su desempeño, en la forma como sus clientes lo perciben y seguramente en sus resultados.

Sobre el tema del auto desarrollo, de querer superarse constantemente y ser mejores cada día, ni hablamos, esas son actitudes que se aprenden, se entrenan y se desarrollan hasta que se vuelven hábitos. La gente común podrá decir que aspira a eso, pero hay una brecha inmensa entre decirlo y hacerlo. Lo mismo si hablamos de tener conocimientos técnicos de administración, finanzas, ingeniería, o licenciatura, son parte de un acervo técnico y profesional que se esperaría de cualquiera que haya estudiado y ejerza alguna profesión, pero dar por hecho  que por tener un título y algo de experiencia, vamos a actuar como profesionales por “sentido común”, es un error.

La vida es como una larga carrera con muchas metas intermedias,  un camino de constantes desafíos que pone a prueba nuestras capacidades de muy distintas formas. Actuar con sentido común, ayuda, pero no es suficiente. Conocer nuestros alcances y nuestros límites, nos debe sensibilizar para saber qué cosas nos faltan por aprender y en qué momentos conviene pedir ayuda.

Esperar que otros actúen  por “sentido común” como yo lo haría, puede llevarnos a duras decepciones. Mejor invirtamos tiempo en enseñar y en aprender lo que nos falta, para cada vez ser menos dependientes del sentido común, y más de los conocimientos, habilidades y actitudes que hemos desarrollado de forma consciente. Dejar toda la responsabilidad al sentido común, es una forma cómoda de evadir otras responsabilidades, un “sin sentido”, para justificar la permanencia en nuestra zona  de confort.


domingo, 7 de junio de 2020

La Entrevista…


-        Señor Lápiz, gracias por su tiempo, y por concedernos esta entrevista.
-        Con mucho gusto, gracias a ustedes, por voltearnos a ver.  Quiero decir, por vernos con ojos renovados. Estoy un poco nervios; es la primera vez, pero emocionado.

-        ¿Está listo para comenzar?
-        Listo, y con la punta recién afilada...

-        Platíqueme,  ¿Cómo es la vida de un lápiz?
-        Incierta, por supuesto. Eso de no saber con quién vamos a caer, o si vamos a andar de mano en mano; como le pasa a muchos camaradas. Es un poco desalentador ser lápiz de un lugar público, como los de la barra de una oficina de gobierno o estar atado a una repisa para llenar encuestas, ahí nadie te considera propio ni valioso.
Ah pero si uno tiene suerte, nuestra vida puede ser muy interesante, cuando caemos en las manos correctas, dejamos todo nuestro ser en cosas que trascienden, que se vuelven importantes.

-        ¿Qué es  lo que más le preocupa?
-        El descuido de la gente cuando nos manipula. En un abrir y cerrar de ojos, nos toman, nos usan y nos dejan por ahí, y en cualquier momento quedamos arrumbados detrás de un mueble, entre los pliegues de un sillón o en el fondo de un cajón, o revueltos entre todo tipo de plumas y lápices de colores, de madera, crayolas y hasta plumones, nuevos, viejos y lo peor, que nadie usa y por lo mismo que nadie echa de menos.
Ah, pero la angustia no ocurre en ese momento, sino después, porque sabemos que cuando alguien nos necesita; si no estamos a la mano, si no estamos en el primer lugar donde nos busquen,  nos remplazan con lo primero que encuentran, y ahí es donde comienza el verdadero olvido.

-        Debe ser una preocupación constante, me imagino, esa posibilidad de perderse con facilidad… Y en contraste, ¿Cuál es su mayor sueño?
-        El mayor sueño de cualquiera de nosotros, es caer en las manos de un artista. Ahí es donde uno saca todo su potencial, cuando te dejas llevar por una mano que sabe, por alguien que te sabe mover, que sabe explotar todo lo que llevamos dentro.

-        ¿Pero ese potencial del que usted habla, lo tiene el artista o lo tiene el lápiz?
-        Pues un poquito los dos, creo. Mire, si le pregunta al artista dirá que todo es obra suya, pero pienso que para todos los artistas, pintores o escritores, no hay nada como trabajar con una herramienta confiable, y ahí es donde nosotros hacemos la parte que nos toca.

-        ¡Vaya!, ¿Y qué piensa de los niños?
-        ¡¿Los niños?!… ¡Bueno!...digamos que para nosotros trabajar con niños, es como para un reportero ser corresponsal de guerra.

-        ¿Tanto así?
-        Claro. Mire usted, un niño te cuida y te valora durante… más o menos un minuto, cuanto te tiene entre sus manos comienza a usarte, y en cuanto toma confianza, se descuida y lo primero que sucede es que vamos a dar al suelo.  Si tenemos suerte va por nosotros y al rato ya estamos de nuevo en el suelo, si no, en otro descuido nos pisa y nos olvida. Hasta que algún adulto nos recoge… y entonces estamos a salvo durante un tiempo.  Otras veces, te usarán como vaqueta de tambor, como instrumento punzocortante, como proyectil, como agitador de sustancias raras (que es de las peores experiencias) y hasta como mordedera.  
    Hay niños cuidadosos, es cierto, pero son los menos. Ahora, es justo decir también la parte emocionante. Con un niño, todas las posibilidades están ahí. En cualquier momento puedes hacer un trazo sutil o un rayón que atraviese la hoja. De nuestra punta, puede salir un dibujo fantástico o una figura geométrica. Somos los acompañantes perfectos cuando aprenden a escribir; y esta experiencia es particularmente emocionante, incluso hace que me vuelva un poco sentimental, pues con nosotros aprenden los trazos que los acompañarán toda su vida. Digamos en resumen, que ser propiedad de un niño es lo más emocionante, peligroso y diverso que nos puede pasar. Creo que todo lápiz debe al menos un tiempo, pertenecer a un niño y vivir esa experiencia, y sentir esa emoción a flor de piel.
-        Eso  de “(vivir)… al menos un tiempo”,  me interesa. ¿Cómo funciona el tiempo para los ustedes?
-        Nuestra vida tiene que ver con el tiempo que tardamos en consumirnos, digamos que en el mundo de los lápices, el tamaño sí importa. Cuando uno es nuevo, es grande, conforme pasa el tiempo, se va uno gastando, nos van sacando la punta y la vida se va yendo poco a poco. Cuando la punta se gasta, nos gusta ir dejando historia. Muy diferente de cuando nos sacan punta sólo por gusto. Es como si la vida se nos fuera sin dejar huella. Digamos que es una pena llegar a chico y no haber hecho nada relevante.

-        Eso de “Llegar a chico” sonó muy raro…
-        Nosotros sentimos un gran respeto por los lápices pequeños, su tamaño se debe a que han tenido una larga trayectoria. Pensar que con su punta han escrito muchas palabras y realizado muchos trazos, siempre es motivo de respeto, y en algunos casos hasta de veneración.
Caso contrario con los que son grandes, casi nuevos, son lápices sin experiencia, que están empezando a vivir. Han tenido pocos dueños, o ninguno quizá, y su punta se ve todavía como nueva.   Son colegas que tienen mucho qué rayar, qué escribir y qué aprender.

-        ¿En qué momento se podría decir que un lápiz madura?
-        Esa pregunta es muy interesante.
Por supuesto, lo primero que uno piensa es en que debemos tener un tamaño de mediano a chico. Señal inequívoca de que ya hay algo de experiencia para contar.
Al tamaño medio sólo se llega por dos vías. El desgaste o por ruptura. El desgaste nos hablará de tiempo, la ruptura sería un accidente, un momento traumático desafortunado, que algunos experimentan cuando son todavía muy grandes, y por lo mismo inexpertos.
Pero además del tamaño, la madurez también tiene que ver con esa sensación de que todo el grafito consumido, toda esa parte que fue de nosotros pero ya no es nuestra, ha sido digamos, bien gastada. Que lo que empezó siendo una mina de grafito, se ha vuelto parte de una hoja de papel, de un pliego de cartón, de un lienzo, de un cuaderno, de una carta, en fin, esa sensación de ser parte de algo nuevo, es algo muy importante para nosotros.

-        ¿Ha pensado en ser instrumento de un artista?
-        ¿De un artista?, claro. Ser el lápiz de un artista es como el sueño ideal, utópico. Pero sabemos que las posibilidades son remotas. Un niño siempre será más asequible, y no por ello menos emocionante.
Para los niños somos un instrumento liberador de energía, como la llave que abre la puerta de su potencial creativo. Además somos cómplices de su aprendizaje, de sus aciertos, pero sobre todo de sus errores. Porque eso sí, todo mundo sabe que para equivocarse, no hay nada mejor que un lápiz.

- Claro, ¿Qué clase de simbiosis es la que viven el lápiz y la goma? Son como dos elementos que viven a la vez juntos, pero separados.
- La goma, es una parte muy importante de nosotros, es el elemento que nos da esa versatilidad de poder equivocarnos sin dejar rastro, de poder escribir historias con la ventaja de poder ir dejando huellas o no hacerlo. Es el “ser o no ser”. Un lápiz sin goma es un absurdo.
Pero ya me estoy poniendo filosófico y para ello es mejor cualquier pluma. Lo nuestro es el pragmatismo la vida sencilla, así que mejor le cuento que por décadas ha existido un debate, sobre la absurda desproporción entre el tamaño de la mina y el tamaño de la goma. Hay quien piensa que si el lápiz es el instrumento ideal para cometer errores, la goma debiera ser más grande. Bueno, para qué le cuento más, es una discusión sin fin.

-        ¿Y qué me dice de su experiencia con el sacapuntas?
-        ¡Ay, bueno!, no pensé que fuéramos a hablar de eso… esta entrevista ya está entrando al terreno de lo privado. ¡¿Qué le puedo decir?! no hay nada mejor que una buen sacapuntas preciso y afilado, de esos que nos dejan la punta larga y fina, y un cono perfecto hasta la orilla de la madera.  Uf, es como recibir un masaje, termina uno… como si se hubiera bañado y perfumado… y ya por favor no me vaya a preguntar sobre los dispositivos eléctricos porque eso es algo que va más allá de mi control emocional…

-        ¿Cómo, pero por qué? Ahora me platica, si son muy prácticos.
-        Pues por eso, supongo. Bueno, cuando uno está cansado de tanto trabajar, con la punta chata y adolorido por la presión con la que nos sujetan. Que nos metan en una de esas máquinas de placer y desenfreno… es… bueno como un éxtasis.  
Un sistema de rotación y corte preciso y perfecto, balanceado y nivelado por todas partes, con una presión constante, uniforme y vibrante. Bueno, es paradójico, uno sabe que la vida se le está yendo a cada vuelta pero cuando estamos dentro, lo último que queremos es que aquello termine. 

-        Nunca me lo hubiera imaginado.  O sea que de las navajas y cuchillos ni hablamos…
-        No, por favor, las navajas, cuchillos, tijeras, son una salvajada, una mutilación despiadada. No sé quién les dijo que estamos hechos para eso. Ni que fuéramos una punta de flecha, por favor.

-        Pues una disculpa, si alguna vez… a falta de sacapuntas…
-        Ni lo diga, que a algunos camaradas los han querido afilar a pura fricción contra la banqueta, ¿se imagina?… terrible. Y luego porqué se parte nuestra mina.

-        Claro, debe ser difícil vivir así.
-        Cuando alguno de nosotros cae al suelo de una altura considerable, o es arrojado con violencia, el final siempre es el mismo. Se nos quiebra la mina en múltiples partes, aunque por fuera no lo parezca. Es un dolor inmenso, y no físico, no me malinterprete. Es un tema emocional que nos condena a vivir con esa condición para siempre. Sabemos que no representa una limitación y que podemos seguir haciendo grandes cosas, pero se convierte en una marca que nos acompañará el resto de nuestra vida.

-        Me imagino, ¿Y qué opina de su pariente el bicolor?
-        Bueno, no quisiera entrar en temas de tipo familiar, no me gusta ser indiscreto. La verdad es que no está pasando por su mejor momento.

-        ¿Qué le sucede?
-        A pesar de nuestro parecido, nuestra relación jamás ha sido muy cercana. El bicolor siempre ha tenido un ego muy grande. Claro por su doble punta, usted sabe… siempre con su clásico dicho: “A mí, por donde me agarren….” Y bueno, los han hecho creer que ellos jamás se equivocan; (como carecen de goma), hazlos entender… Lo más insoportable, es que lejos de aceptarlo, todavía nos dicen que su especialidad es señalar los errores de los demás.  La verdad es que terminan por ser bastante pedantes. Coloridos, pero pedantes.

-        ¿Y por qué dices que no están pasando por un buen momento?
-        Han entrado en una etapa depresiva, muy larga y muy triste.

-        ¿Depresiva?, ¿triste?, ¿Pero por qué?
-        Pues… desde que inventaron el marcatextos… para ellos ya nada volvió a ser igual. ¿Te imaginas? Se sintieron desplazados. Y aquellos con ese brillo que parece que se encienden, de todos los anchos y colores.
La vida no ha vuelto a ser la misma para ellos. Nada más dime ¿Quién  tiene ahorita un bicolor en su casa u oficina?, la verdad es que los marcatextos llegaron y los barrieron. Acabaron siendo como los parientes venidos a menos… no lo han podido superar.

-        ¿Pues no lo había pensado, pero creo que tienes razón? ¿Y no les pasó a ustedes lo mismo cuando se inventaron los lapiceros y portaminas?
-        No, para nada. Claro que hay gente que los usa y los llevan consigo, pero aun ellos, siempre tienen cerca un lápiz, por si las dudas, supongo.

-        Para mí ha sido un placer entrevistarlo.
-        El placer fue todo mío. Una experiencia más para contar.