martes, 9 de agosto de 2016

La "Opinocracia"

El término “Opinocracia” lo leí por primera vez en una columna de Denise Dresser.  Como palabra seguramente no está registrada en el diccionario de la RAE, pero como concepto, me gustó porque describe en su fonema el poder tan alto que ha ganado la opinión pública en nuestra sociedad.

Opinar es un derecho que tenemos las personas, pero algunos se lo toman tan a pecho que pareciera que lo ejercen como si fuera una obligación.  Es cierto que podemos opinar sobre cualquier tema, pero eso no significa que debamos hacerlo. Sobre todo si no tenemos algo valioso que aportar.

Es innegable que las redes sociales le han aportado mucho a nuestra sociedad, incluso hicieron que cambiáramos formas y patrones de comportamiento, a veces rayando en lo absurdo o incluso en lo patológico. Uno de los fenómenos evidentes producto de este cambio es que las redes sociales le han dado voz  a quienes anteriormente no la tenía. Y así como antes, muchos hacían hasta lo imposible por aparecer en televisión, ahora muchísimos más, son capaces de hacer cualquier cosa con tal de tener sus 5 minutos de fama mediante las redes sociales esperando convertirse en un fenómeno viral.
 
Para el caso, opinar sobre cualquier cosa es un buen método, ya que si tu opinión es considerada como valiosa, los conocedores en la materia te recomendarán como fuente.  Pero si por el contrario eres de los que opinan cualquier caterva de sandeces con tal de socializar, tu opinión encontrará en las redes a un público ávido de ver a otros haciendo el ridículo de su vida.

¿Qué pretendo con esta columna? – No aspiro a moderar la opinión pública, porque eso sería una labor más que Quijotesca. Lo único que espero es que quien la lea, a partir de ahora se tome unos segundos de reflexión antes de dar su próxima opinión. Especialmente si no sabe nada del tema.

Suele haber temas muy polémicos. Dios nos libre; por ejemplo, de abogar por la tauromaquia frente a un grupo de anti taurinos; en una de esas, se ponen más fieras que los mismos toros. También hay quien agarra el tema político con tal pasión; que les brota el “…bélico acento” de tal manera que hasta parece que en verdad tienen el famoso espíritu del servicio público. Y ni qué decir del tan llevado y traído tema de los matrimonios homosexuales, tema punzante con el que liberales y conservadores se han dado hasta por debajo de la lengua…  

Hay otros temas que provocan la indignación de las personas y sin más arremeten en opiniones públicas muchas veces en favor de salvar a las ballenas o  de ir en contra de la excesiva contaminación,  o la deficiente educación del país,  y otros que se ponen a defender lo indefendible mediante argumentos falsos o tergiversados, como los grupos de sindicalizados de aquí y allá que exigen sus derechos al tiempo que atropellan los de los demás sin que haya autoridad capaz de pararles el alto; (no sé por qué pero me acordé de los maestros de la CNTE) “Cero en conducta de mi parte para todos”.

También están los que por llamar la atención o por simple diversión se la pasan burlándose de las creencias religiosas de los demás, escudándose en una supuesta libertad de expresión cuando en verdad lo único que hacen es poner de manifiesto su falta de educación.

Y ni qué decir de los que ven una publicación de 140 caracteres y sin ponerla en duda, les parece suficiente argumento como para arremeter contra los demás y defenderla a capa y espada sin el menor cuidado de asegurarse que el tema sea correcto.

Y luego están los perfeccionistas y puristas de todos los temas, aquellos que no son capaces de hacer ni de aportar nada bueno, pero que suelen ser los primeros en estar criticando a todo mundo, o diciendo cómo se deberían de hacer las cosas. No se dan cuenta que lo único que hacen es volverse ejemplos vivos de lo que rezaba el viejo dicho de pueblo “No hay mirón que sea pendejo”

La opinión pública, si bien es cierto es un derecho de todos, y como todos los derechos, es mejor ejercerlo con responsabilidad, sobre todo en estos tiempos en los que todo lo que se dice y todo lo que se hace, queda grabado para la posteridad y puede ser reproducido una y tantas veces, que puede ser que al interesado le deje de convenir.  


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