Seré grande un día,
tendré un buen bigote,
sombrero de copa,
casaca y bastón,
haciendas, borregos,
caballos de trote
y lleno de pesos un
hondo cajón.
Bien, pues de todo aquello que me
hizo vaticinar mi abuela sólo le atinó al bigote. Aquello para mi no era un
poema, era una forma de pasar el tiempo con mi abuela, a quien le encantaba
platicar. Sin embargo, recuerdo aquellos
versos y me empeño en enseñárselos a mis hijos sin más propósito que tener un
motivo más para recordar a mi abuela.
Con seis años cumplidos y mi
expediente en regla llegué a la primaria, ahí volví a tener un encuentro con la
poesía, cabe decir que menos grato que el primero, pues acá las cosas eran a
fuerza y con obligatoriedad a declamar en voz alta frente a todo el salón. El martirio me duró hasta que salí de preparatoria
pues en el colegio la poesía siempre se consideró una bonita tradición.
Cabe señalar que los maestros que
me acompañaron durante todos estos años de formación, en temas poéticos, no
eran malos, (ojalá hubieran sido malos) eran malísimos, y aun así cumplían su
riguroso cometido de pasar a todos sus alumnos; de uno por uno, al frente a
declamar lo que cada quien pudiera (no podría decir lo que cada quien
“quisiera” porque era obvio que nadie quería declamar nada) Con este
antecedente de obligatoriedad y teniendo que ser autodidacta en algo que a la
generalidad de los niños y jóvenes les importa un comino, es fácil odiar todo
aquello que parezca poema.
Después de otros pocos años,
llegué a la universidad y con ello al teatro, descubrí un mundo fantástico
donde aprendí los secretos de la interpretación y la representación. Oh
sorpresa, descubrí poco a poco que la poesía no me desagradaba del todo.
Años más tarde, comencé a declamar poemas semanalmente en La Peña Latina, durante más de un año. Ahí descubro, compruebo, constato y desde
entonces doy fe, de que la poesía le encanta a casi toda la gente,
especialmente a los jóvenes, sólo que la mayoría no estamos acostumbrados a tener
encuentros amables con ella.
Al tiempo ya no solo disfrutaba y
hacía que otros disfrutaran de la poesía sino que, haciendo acopio de arrojo,
comencé a escribir mis primeros poemas. Aquellos
bocetos literarios con el tiempo se han ganado el corazón de dos o tres
personas (además de mi mamá y mi esposa cuyos elogios sospecho que están influenciados
por el amor que me tienen).
Lo cierto
es que a la mayoría de las personas nos cuesta acercarnos a la poesía,
cualquiera que sea de ésta su forma y presentación. Por ello, y sin proponérmelo, viene a mi
mente el viejo proverbio que dice “Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la
montaña” y parafraseo el mío propio: Si
la gente no va a la poesía, entonces que la poesía viaje y llegue hasta donde
está la gente. En eso mi cerebro da un salto y se pregunta - Pero ¿Dónde está la gente? - la respuesta es más fácil que la tabla del
uno. – la gente está en facebook. – y decido - pues entonces la poesía tiene que llegar
hasta allá y en un formato amable, o si no, cuando menos amigable.
Los poemas fueron escritos,
editados, publicados en un libro, presentados en la Feria Internacional del
Libro de Guadalajara en 2009, grabados en audio y video, editados, cargados en
youtube y finalmente “En Facebook” donde está la gente.
El poema ve el trayecto que ha
recorrido y suelta de sus letras un
suspiro y un “¡UF!” ahora me conocen porque me conocen.
Y cansado de su viaje, sabe que
lo que le espera es la parte más difícil, la exposición permanente al
escrutinio del respetable público, aquel que no fue a por ella, (como se dice
en España) y a quien ahora se le mete en su camino.
Sea pues, la poesía ha llegado al
inicio de la pista de despegue, lo que dure en vuelo, será gracias a la acogida
que el público le pueda dar.
No te reto, sólo a que la conozcas y la disfrutes.
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