miércoles, 9 de mayo de 2012

Día de las Madres


 “Carta a Dios de un hombre que admira a la mujer”  (fragmento)
Querido Dios:

Aquí estoy otra vez. Tengo varias dudas, pero hoy te quiero preguntar esta: ¿cómo fue que se te ocurrió hacer a la mujer? No me conformo con esa idea de que fue sólo para acompañar al hombre. Para ello hubiera bastado alguien más sencillo. A mí me parece que tenías tu plan bien calculado con manzana y todo, y claro; no te lo reclamo, al contrario, te estoy muy agradecido.
Admiro a la mujer, porque pertenece a ese género que malamente hemos llamado sexo débil. Género que de débil no tiene nada. Creo que débiles hemos sido los hombres ante ellas a lo largo de la historia, que valiéndonos de falsas creencias o costumbres, queremos aparentar que formamos el sexo fuerte. Sentencia inútil que ni nosotros nos creemos.

Admiro a la mujer, porque a tal género pertenecen mis amores más cercanos. ¿Cómo no voy a admirar a la mujer, si tres de ellas han marcado mi vida y robado mi corazón? Mi madre, mi esposa y mi hija. Te voy a contar un poco de ellas para que las conozcas como las conozco yo.
Estoy seguro de que mi mamá comenzó a amarme antes de conocerme. Por mucho tiempo no entendí, de dónde podía sacar tanto amor. Yo la amo porque me dio la vida, y por si fuera poco me dio la libertad para vivirla. Además me amó después de amar a cuatro hijos, y al hacerlo podría jurar que su amor iba creciendo en vez de ir menguando.

¿Cómo no voy a amarla? Si por ella aprendí a respetar a la mujer en toda su dimensión; por ella aprendí que Dios aprieta pero no ahorca y que hay que saber hablar, pero que a veces, también hay que saber callar.
Mi madre, me enseñó muchas cosas prácticas, de esas que te sirven para ganarte la vida y para ser feliz en los pequeños detalles. Por ejemplo, fue ella quien me llevó de la mano por ese mundo maravilloso que es la cocina; donde uno puede entrenarse en el difícil arte de servir a los demás. Un mundo misterioso para muchos y lleno de pasión para los que como ella, igual ponen el corazón en una salsa, que en un asado de puerco, en una cena de gala o en un puchero de res.

Fue por ella y por la herencia que en ella dejó mi abuela, por quien aprendí a querer a las plantas, conocer sus nombres, y sus cuidados. Fue por ella que aprendí que un patio con macetas, es tan encantador como el mejor de los jardines.
Fue por ella que aprendí a rezar y a adorar al niño Dios en cada Navidad. Fue por ella que aprendí a poner el pino y a disfrutar de las tradiciones que me ligan con mi pasado. Fue con ella que aprendí que uno debe encomendarse a ti en las tareas difíciles; como por ejemplo al inicio del ciclo escolar el primer día de clases, o al salir de casa por la mañana, para que nos permitas volver con bien. Y también fue por ella que aprendí a darte las gracias por todas las bendiciones que recibimos.

Fue mi madre, quien me enseñó a escribir con “letra pegada”,  y a leer todo aquello que encontrara divertido o enriquecedor. Es una excelente conversadora y experta en el (cada vez más raro) hábito de saber escuchar. Por eso cada día que puedo, comparto con ella anécdotas y relatos sobre películas o libros que hemos visto o leído en común.
En fin, tu sabes la riqueza que envuelve su persona. Y por si fuera poco, en cada encuentro, cada ocasión, cada llamada en que el destino nos junta, siento que su emoción se desborda en cada palabra, y su amor llega hasta mi corazón. Y no conforme, ha hecho extensivo su cariño a mi esposa, a quien ve como a otra hija, y a mis hijos, con quienes su amor, no conoce límites ni escalas.  


El Amor se Transforma

Si en lugar de leerlo quieres ver el video, da clic en la siguiete liga: http://www.youtube.com/watch?v=MdifXld-4b4

El amor despierta, y toma forma de bostezo, se levanta, se talla los ojos y se mete a bañar, después despierta a los niños y comienza una agotadora faena.
El amor prepara el desayuno, arregla niños para la escuela, da un sorbo al café, recoge la ropa del suelo y los juguetes que, desde esta hora comienzan a estar fuera de su lugar.

              El amor aprieta el paso y toma forma de prisa. Sirve el desayuno, amenazando sobre lo que pasaría si nos manchamos la ropa, recoge las llaves, la tarea de la niña, la bolsa, la lista del supermercado, el biberón del bebé, sube y baja la escalera y sentencia desde el segundo piso que en un minuto el que no esté arriba del auto se quedará en la casa.
              El amor acelera, frena y vuelve a acelerar, tomando forma de últimas instrucciones antes de llegar a la escuela, luego coquetea con el espejo y sube el volumen de la radio. Con una mano conduce mientras con la otra pone un chupón y sacude las migajas del asiento trasero.

                El amor ve cómo su hija se aleja a su salón, y se alegra de pensar que sólo será por un instante. Luego toma forma de “lista de pendientes” y corre al banco, a la tienda, a la tintorería, y de regreso a casa pues hay que atender al bebé y preparar la comida.

El amor toma un breve respiro y un vaso de agua para después tomar forma de malabarista que ordena, cuece, limpia, enjuaga, sacude, recoge, corta, hierve, seca, aspira, riega, gratina, cambia un pañal y después se quema, revuelve, tuesta, calienta, descongela, va y regresa.

                El amor ve el reloj, y toma forma de “piloto de fórmula uno” que va y viene como un bólido,  no sin antes preguntar ¿cómo te fue, te divertiste? Y recoger la tarea, el suéter, la lonchera y el trabajo del día hecho con plastilina y sopa de colores;  al mismo tiempo, sonríe y saluda a propios y extraños.

El amor llega a casa y toma forma de mesero que, atiende, recalienta, sirve, pregunta, adorna, limpia, recoge, pone un babero, platica, lava, escucha, seca, guarda cosas y prepara otro biberón.
                El amor se sienta, pero no para descansar, sino para tomar forma de maestro y sastre al mismo tiempo, y entonces pregunta, enhebra, pinta, cose, recorta, explica, dobla camisas, dicta, pega botones, regaña un poco, extraña a papá, acomoda, cuelga, indica dónde está el pegamento blanco y después vuelve y plancha, desarruga, desmancha, limpia mocos, suena una sonaja, sube una bastilla, cambia otro pañal y explica la diferencia entre un cuadrado y un rectángulo.

El amor, se prepara para la recta final y toma forma de psicólogo-enfermero, y entonces persigue, alcanza, amenaza, consuela, baña, seca y pone pijamas en cada miembro de la familia que mida menos de un metro de altura. Después regaña, obliga, aconseja, tuesta pan, embarra mermelada, sirve leche y prepara el último biberón mientras se pregunta - ¿Dónde está papá? – Luego explica a los niños porque no deben saltar en las camas, ni comer chocolate después de las nueve de la noche. Por último lava dientes, reparte mililitros exactos de jarabe y  canta canciones de cuna.
              El amor suspira y se dispone a dormir.

                El amor duerme exhausto y se prepara para mañana, pues Dios le ha encomendado que cada día tome forma de mamá.
FELIZ DÍA DE LAS MADRES.


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