lunes, 8 de agosto de 2011

En lo próspero y en lo adverso

En lo próspero y en lo adverso
Con siete años de matrimonio, me siento con solvencia moral para hablar del tema.
– Apenas llevas siete… eso no es nada - dirán algunos.
Y efectivamente, yo también espero que estos siete años sean pocos, de los muchos que me faltan por vivir al lado de mi esposa. Pero ya habrá tiempo para escribir de cuando cumpla veinte o treinta o cincuenta y tantos como mis amados padres.
Hoy vamos a hablar del inicio del matrimonio. Generalmente el día de tu boda todo inicia perfecto pero antes del mediodía sucede algo inesperado y trastorna tus planes, por ejemplo: chocan los músicos, el baterista tiene una contractura y no podrá tocar, o el sacerdote está desaparecido junto con las tres botellas de vino para consagrar que le habías llevado, o a la chica del salón de belleza se le cae al suelo la plancha de iones con la que iba a peinar el cabello y se hace añicos.
Milagrosamente lo que parecía una catástrofe, se soluciona. Y de pronto ya estás vestido de pingüino parado afuera de la iglesia. Saludas a tus nuevos tíos, tías y tías abuelas de las cuales no has terminado de aprenderte los nombres. Te tranquiliza un poco saber que tu novia tampoco los recuerda, porque a sus tías no las veía desde el velorio de la bisabuela.
La misa transcurre sin más novedad que los lentes oscuros del padre.  Al terminar los ahora esposos salen tomados del brazo entre aplauso de los invitados,  que siempre son más de los que había cuando inició la misa.
Hasta aquí no ha habido ningún pleito conyugal, sin embargo la pareja no está muy lejos de que surja el primero.  Algunas parejas discuten por primera vez en su condición de cónyuges al subirse al coche, otras durante la fiesta, unas más en la luna de miel; los expertos dicen que al séptimo día de viajar con alguien, es inevitable una fricción. Aclarando que digo “Fricción” en tanto “pelea”; que de las otras que producen calor, se espera que las haya desde el día uno.
No se trata de estar siempre de acuerdo, sino de saber ponerse de acuerdo. Porque así, es como se empieza a vivir una vida juntos.
Aplaudo a los que siguen creyendo en el matrimonio a pesar de tantas parejas separadas y tantos hogares rotos, pues confían más en su corazón que en la mala publicidad.  
Aplaudo a los que siguen creyendo que es mejor hace el esfuerzo que evitar la pena. Pues saben que la recompensa es invaluable.
Aplaudo a los que aceptan vivir con otra persona sin importarle sus defectos,  porque se conocen a sí mismos en su justo valor, y no se sienten personas inalcanzables e inmerecidas de los demás.
Aplaudo a los que se atreven a dejar el hogar de los padres, porque saben que es tiempo de hacer su propio camino, y que la mejor forma de caminarlo es de la mano de quien aman.
Aplaudo a los que saben bien lo que quieren, y encontraron a alguien que también sabe lo que quiere, y entre los dos son capaces de construir un sueño compartido.
Aplaudo a los que sin miedo al compromiso, le entregan su vida a alguien más, sin pensar en la separación como una posibilidad.
Aplaudo a los que aman a su pareja sin dejar de amarse a sí mismos. Porque saben que nadie puede dar lo que no tiene.
Aplaudo a los que pueden ser auténticos con su pareja, porque en su matrimonio, no habrá necesidad de máscaras ni poses.
…Y sabiendo que no hay lunas de miel eternas, ni matrimonios perfectos, aplaudo a los que en estos tiempos, tienen el valor y el amor suficiente para decir “Acepto”

Felicidades Daniel. Felicidades Mayela. Que Dios los bendiga.

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