Hace un par de semanas, fui con
mi esposa y mis hijos a dar un paseo en bicicleta en el parque metropolitano de
nuestra ciudad. El total del recorrido me costó $ 25.00 por cada bicicleta y
fue suficiente para dejarnos a todos con la lengua de fuera.
Cuando terminamos el recorrido,
mientras nos reponíamos del cansancio disfrutando unas paletas de hielo, mi
hijo de 8 años me dice:
- Papá, este es el día más feliz de mi vida.
- - ¡Que bueno!, hijo – lo dije con una sonrisa
sorprendido por aquella declaración que en principio me pareció exagerada - qué
gusto me da que te estés divirtiendo, yo también estoy muy contento. – terminé
de decirle mientras lo abrazaba.
Luego pensé, ¿Con qué poco esfuerzo se puede lograr tanta
felicidad en un niño?, a tal grado que sienta que un paseo en bicicleta con su
familia es suficiente para hacer de ese día el día más feliz de su vida. Seguro
se debe a que es un niño y con su corta edad, no sabe lo que dice…, reconozco
que llegué a tener ese arrogante
sentimiento.
A pesar de que el comentario duró
poco, la verdad es que tardé mucho rato en poder quitarme de la mente eso de “el
día más feliz de mi vida”. El tema lo
seguí pensando un par de días más, y llegué a la conclusión de que para mí,
aquel domingo también fue el día más feliz de mi vida. Y todo por una sencilla
razón. Es verdad que en la vida, he
pasado por momentos felices, como cuando nacieron mis hijos, o el día de mi
boda, mi graduación, o cuando recibí un reconocimiento, etc. es
cierto, todos esos días me sentí feliz, y quizá fueron los más felices de mi
vida hasta ese entonces. Pero también es
cierto que el domingo aquel, no lo cambio por ninguno de los días anteriores,
pues salir con mi familia a dar un paseo en bicicleta, donde puedo ver a mis
hijos y a mi esposa sanos y divertidos, no requiere nada más para que yo pueda decretar
que también para mí, aquel domingo, ha sido el día más feliz de mi vida.
Quizá jamás he hecho nada tan
relevante como para declararlo como el día más feliz de mi vida, o tal vez la
vida me ha dado un hijo filósofo, pero no creo, es más probable que mi soberbia
de adulto me haya hecho creer que lo sé todo, cuando en realidad sobre las
cosas importantes, a veces uno no sabe nada y por lo mismo no valora uno lo que
tiene. Esta experiencia me hizo ver que la vida me ha dado tanto a cambio de
tan poco… que más me vale sentirme agradecido y evitar volver a juzgar a mis
hijos sin antes recordar que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad.
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