jueves, 16 de junio de 2016

"10 AÑOS no son nada... son todo" LA LLEGADA DEL SEGUNDO HIJO (Capítulo XXXIII)

Querido Pablo, por algún motivo involuntario me brinqué este capítulo que debió haber ido seguido del que se intitula, “El Segundo Embarazo” pues se refiere precisamente al momento en que nace el segundo hijo, es decir, el hermanito del primogénito.
Cada vez que un nuevo miembro llega a la familia, es como si a un balancín se le colgara un pendiente nuevo, el móvil que guardaba perfecto equilibrio se desbalancea y tarda un rato en encontrar nuevamente su punto de reposo.
¿Te preguntarás qué pasa con los padres cuando esto ocurre? Te contaré, querido hijo. Por un lado los papás tenemos al hijo mayor demandando toda la atención del mundo; pues siente que su reinado está llegando a su fin, y por otro lado tenemos a la mamá en su segunda experiencia gestacional que ya sabe lo que le espera, y que cada vez se siente más cansada e incómoda de llevar en su vientre al anhelado hermanito, a quien ya no está segura si prefiere verlo nacer o seguirlo cuidando adentro.
Es típico que los padres durante todo el embarazo hacemos nuestro mejor esfuerzo por explicarle a nuestro primer hijo que va a tener un hermano y que eso es bueno. El primogénito, (dependiendo de la edad que tenga) por un lado estará contento de tener alguien con quien jugar, pues en su mente asume que le va a llegar un hermano del mismo tamaño que él y por lo tanto será divertido, pero por otro intuye que la atención de los padres se va a dividir, y por si las dudas los va poniendo a prueba durante los últimos meses demandándoles en extremo su atención y haciéndoles espectaculares berrinche en los sitios más inesperados, como para que vayan viendo de lo que se va a tratar…
Es obvio, a nadie le gusta sentirse desplazado, y menos por sus propios padres. y eso es precisamente lo que siente el hijo mayor conforme se va acercando la fecha del nacimiento del que a estas alturas ya adquirió el calificativo de innombrable…
Finalmente llega el día, para empezar al hermano mayor lo manda a casa de alguna tía, de los abuelos o con algún compadre para que lo cuide mientras toda la familia (menos él) se van al hospital a recibir con bombo y platillo al nuevo miembro.
Nace el hermano y generalmente ese día y el siguiente, mamá no duerme en casa. ¿Cómo pretendemos que el hijo mayor no se sienta desplazado, si tiene argumentos suficientes para sentirse incluso sustituido?
Bueno, pues no hay receta capaz de aliviar semejante desplazo, salvo que al hermano mayor, le hagamos valer su primogenitura y lo hagamos partícipe de todo lo que tiene que ver con el recién llegado. Una vez que las condiciones de salud y cuidados lo permitan, debemos llevarlo a que conozca a su hermano menor, (no se sorprendan si acaso le parece poco interesante), permitirle que lo digiera, que lo vea, eventualmente que lo cargue, que lo arrulle, que ayude a bañarlo, etc. Todo el tiempo sin correr riesgos y hasta donde sea posible.
Los padres, por su parte, también tendrán que acostumbrarse al recién llegado, y será muy útil recordar que en la etapa, los bebés no demandan tanto tiempo, pues a esa edad no juegan, ni interactuan con los mayores, no hacen gracias, ni piden que los lleves a pasear, casi casi, son de ornato. Ahí los pones y allí se quedan. En circunstancias normales los recién nacidos sólo comen, duermen y exigen que los mantengamos limpios. Por lo tanto, todo el tiempo sobrante, no duden que deberán emplearlo en brindarle atención y cuidados a nuestro hijo mayor.
Es importante que el hijo mayor perciba que la llegada del hermano fue para mejorar la armonía familiar y no a empeorarla, pero es importante que esa mejoría sea palpable para él, porque si solamente es palpable para los pares, no habrá poder humano que justifique la presencia del hermano menor en la mente del hijo mayor. Es decir, que aunque no lo diga, puede llegar a sentir que la vida era mejor cuando nada más eran tres.
En la dinámica familiar, es muy recomendable solidarizarnos y tratar de empatizar con el más débil. Entendiendo por empatizar, como el acto de comprender los sentimientos de la otra persona, y no la tan llevada y traída frase de “ponernos en sus zapatos” eso además de ser imposible, no suele servir de mucho. Lo que en verdad ayuda a la relación familiar es comprender los sentimiento de los demás y en este particular caso, los de nuestro primer hijo, pues será (incluso más que el recién llegado bebé) quien requiera mayor apoyo emocional y por qué no decirlo, mayor cariño de sus padres. Así entenderá que con la llegada del hermanito, hasta él salió ganando.

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