"10 AÑOS no son nada... son todo"
LA CONVIVENCIA CON NIÑOS DE 7 A 10 AÑOS.
(CAPÍTULO XXXII)
LA CONVIVENCIA CON NIÑOS DE 7 A 10 AÑOS.
(CAPÍTULO XXXII)
Cuando los hijos llegan a los 7 años o más, la interacción con ellos puede llegar a ser fascinante. En esta etapa los niños pueden razonan las cosas que les decimos de un modo muy similar a como lo hacemos los adultos, salvo que siguen conservando una buena parte de su inocencia, y que evidentemente hay muchos temas de los cuales todavía no están bien enterados pero; también hay que decirlo, ya empiezan a sospechar de todo. Por lo mismo, será de suma importancia que nuestros canales de comunicación con ellos sean directos y libres de toda interferencia.
Es importante entender que nuestros hijos tendrán ganas de charlar de ciertos temas aunque nosotros no queramos, y si nosotros no estamos atentos a sus señales de información, ellos buscarán a alguien con quien hablar de lo que a ellos les interesa.
Recuerdo un festival de globos, donde nos tocó presenciar cómo fueron liberados simultáneamente más de cien globos de helio, todos rojos y con un cordel colgando. Ante aquel espectáculo, inocentemente le dije a mi hija, - ¿Ya viste?, hija, parecen cerezas voladoras – a lo que tajantemente me contestó - Claro que no, papá, parecen espermatozoides. – dejándome por supuesto con la boca y los ojos bien abiertos.
Esos destellos de conversación son alertas que nos dejan claro cómo piensan y como se sienten.
Difícil edad suele ser de los 7 a los 10 años, pues aquí comienzan a distinguirse de otros niños más pequeños y comienzan a entender que a pesar de que siguen siendo niños, no son iguales que los que tienen 3, 4 o 5 años. Así que comenzarán a ver que en algunos juegos ya no caben, o ya no les es permitido entrar.
Por supuesto que ya también han cambiado los gustos de sus programas de televisión y la música que escuchan.
En esta edad debemos ser muy cuidadosos, pues a pesar de que muchos comentarios parecen comentarios de adulto, sus mentes todavía no lo son, así que debemos cuidar muy bien nuestro lenguaje, nuestras bromas, chistes y comentarios en general cuando estemos con ellos. En ellos la malicia, la doble intención, el albur, o la picardía todavía no está presente. Además así como hay temas que empiezan a preguntar, habrá muchísimos otros que todavía no comprenden, por lo cual debemos ser nosotros quienes nos pongamos a la altura de ellos en cuanto a nivel de conversación, y no esperar que ellos se pongan a nuestra altura, pues lo único que conseguiremos será abrir más la distancia entre ellos y nosotros.
¿Alguna vez nos hemos preguntado, qué pasa por la mente de nuestros hijos cuando están a punto de dejar de ser niños para convertirse en adolescentes? ¿y alguna vez nos hemos tomado la molestia de preguntárselos? Pero no como un interrogatorio, pues estarán de acuerdo en que a nadie nos gusta sentirnos interrogados. Sino más bien como un acercamiento para que ellos sientan la confianza de podernos compartir lo que piensan.
Para ello, necesitamos ser nosotros quienes demos el primer paso involucrando a los hijos en nuestra vida diaria, en nuestros sentimiento, en nuestras decisiones, en nuestro día a día. Que no sólo seamos el proveedor o el chofer que los lleva y los trae a sus actividades, o el genio de la lámpara que les concede sus deseos y el verdugo que les cumple sus castigos, eso no tiene ni chiste ni mérito. El reto es involucrarlos en nuestra vida pero de verdad, en nuestras conversaciones, en nuestras actividades, en nuestras reflexiones, compartirles lo que sentimos y lo que pensamos y el por qué hacemos las cosas de cierta manera, o por qué es importante tener prioridades en la vida, así ellos verán que somos seres humanos con defectos y virtudes, que los podemos entender y orientar si nos dicen las cosas, y con nuestro ejemplo para ellos será más fácil aprender a compartirnos lo que sienten y lo que piensan.
Existe otra característica típica de esta edad, aquí es cuando llega el momento en que tus hijos comienzan a saber más que tú sobre algunos temas, y te darás cuenta de cómo son capaces de resolver situaciones sin tu ayuda, y realizar algunas actividades incluso mejor que tú. Es importante comprender que nuestros hijos se empiezan a hacer grandes, y que como tal merecen ser tratados. Así como en ellos ya no son aceptables los berrinches o las rabietas, en nosotros tampoco será funcionales los regaños y las nalgadas como cuando tenían 3 años. Habrá que aprender a acercarnos a ellos, sin juzgarlos ni echarles la culpa de sus reacciones. Sin estarlos vigilando ni hacer que se sientan acosados o que los queremos seguir controlando en todo. Aquí llega el momento en que vamos a ver qué tan bien hemos hecho nuestro trabajo como padres, y qué tanto hemos sido capaces de enseñarles a respetar a los demás, a hacerlos responsables de sus cosas y de sus obligaciones incluso sin nuestra supervisión.
Nuestra tarea como padres, es bien sabido que jamás termina, pero constantemente está sufriendo ligeros ajustes, pues nuestro rol para con ellos va cambiando conforme van creciendo. No olvidemos que en esta relación los adultos somos los padres, y no seamos injustos ni soberbios al pretender que nuestros hijos son los que viven en el error y que nosotros siempre tenemos la razón. Una relación sana entre padres e hijos depende de ambos, pero definitivamente los adultos tenemos una mayor responsabilidad y se supone que mayor control en el éxito de dicha relación.
Así como ellos irán aprendiendo a ser buenos hijos, también nosotros iremos aprendiendo a ser buenos padres. Más si algo puedo recomendar en pro de esa relación sana y fuerte, es que les demos a nuestros hijos, lo mismo que queramos recibir de ellos: ¿Quieres que te respeten?, respétalos. ¿Quieres que te demuestren su cariño?, demuéstraselos tú primero. ¿Quieres que hablen bien de ti cuando no estés?, habla bien de ellos siempre.
Quizá nuestros discursos los recuerden por un tiempo, pero la forma como los tratemos y como los hagamos sentir, la van a recordar toda la vida.
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