Habrán de saber que por más de 2
meses nos quedamos sin televisión.
La travesura corrió a cargo (como
diría la morenita del Tepeyac) de “El más pequeño de mis hijos”.
Pero aquí el antecedente. En mi
familia jamás le hemos rendido culto a la televisión. La costumbre la tomé de
la casa de mis padres donde la tele siempre fue un motivo para reunir a la familia y no; como sucede en muchas
casas, para separarla. En casa de mis padres por más de 40 años hubo una sola
tele, y esa tele estaba y sigue estando en el cuarto de tele.
Después llegó a casa la segunda,
y fue porque me la gané en una rifa. Pero aun así, jamás tuvimos ni el ejemplo
familiar, ni la intención de que la tele estuviera en una recámara, así que se
fue a otra área común. El caso es que cuando queríamos ver la tele, no había
otra opción más que llegar a un acuerdo para ver lo que la mayoría decidiera.
Sin saberlo estábamos aprendiendo a negociar, a esperar cada quién su turno y
algo todavía más importante, a ceder de buena manera.
Con casi diez años de casado, la
tradición persiste en mi nueva familia, en nuestra casa tenemos una sola tele y
se encuentra en la sala de tele. El
aparato no es exclusivo de nadie, es para uso y beneplácito de todos.
A principios de noviembre nuestra
vida transcurría normal hasta que se presentó el desaguisado. Mi hijo dispuso
echarse encima el mueble de la tele con todo y tele. Por fortuna el pequeño
demonio salió ileso de lo que pudo ser un serio accidente, y aunque eso fue lo
que en el fondo me hizo sentir aliviado, no se libró de un buen regaño.
-
¿Por qué tumbaste la tele?
-
Es que estaba jugando a que era una escalera… y
me subí.
Mi querido hijo en el pecado
llevó la penitencia, porque honestamente, él era quien más la utilizaba.
-
Pues ahora nos vamos a quedar sin tele hasta el
mes de enero – le dije determinante.
-
¿Hasta enero? –
Preguntó abriendo sus grandes ojos.
-
Hasta enero.
Mi hija le lanzó una mirada a su
hermano, como diciendo, ¡cómo no fui hija única! Y no le quedó más remedio que
aguantarse.
Bueno, a poco más de dos meses de
aquel fatídico día, debo decirles que estar sin tele no fue tan malo.
En principio los adultos fuimos
objeto de burla de algunos amigos, puesto que prescindir del mentado artefacto
hizo que más de uno pensara que finalmente iríamos por el tercer hijo, pero no
ocurrió así.
Los niños volvieron a jugar con
juegos que hace tiempo no sacaban, comenzaron a entretenerse con juegos como el
gato, el timbiriche y el ahorcado. Los
enseñé a jugar baraja y cubilete, - Estás creando un par de monstruos - , me
dijo mi linda esposa, y con el tiempo mi pequeño hijo se volvió experto en juegos
de azar y damas chinas y mi niña en palillos chinos. Mi esposa en hacer arroz
chino y yo en comérmelo.
Los niños también retomaron el
gusto por dibujar y colorear, (¿qué más les quedaba?) y lo que me pareció mejor, en 2 mes leyeron lo
que no habían leído en los otros 10 meses del año. En fin, el ejercicio
estimuló tanto nuestra creatividad, que un día terminamos entre los 4 pelando
un kilo de nueces.
Pero al fin llegó enero y tuve
que cumplir mi promesa. Finalmente fuimos a reponer la tele para beneplácito de
todos. Obviamente el imprevisto económico a nadie le cae bien, pero el
prescindir de la televisión por un tiempo, sirvió para varias cosas, y todas
ellas apuntaron a fomentar la unidad y la convivencia familiar.
No les recomiendo ni le deseo a
nadie que se deshaga de su tele en la forma como lo hicimos nosotros, (no es
rentable) lo que si les recomiendo es que un buen día tomen la decisión de
apagarla durante una semana, no les pasará nada trágico y con suerte, descubran
alguna actividad para hacer en familia que los lleve a pasar un rato inesperadamente
agradable.
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