miércoles, 12 de febrero de 2014

Enséñalo a vivir sin ti.

Cuando tengas un hijo, enséñalo a vivir sin ti. Cuando lo veas batallar, déjalo, él puede sólo. Y si no puede, más le vale que vaya aprendiendo a poder. 
No le des nada, excepto amor. Pero dáselo de corazón a corazón. Las vías de administración autorizadas son: de tu boca a sus oídos, de tu dulce mirada a la suya, de tus tiernas y callosas manos, a sus pequeñas manos y sobre todo, de tu tiempo; aunque sea poco, al suyo; que adora compartirlo contigo.
No lo ayudes. Él puede hacerlo, y tú también puedes hacerlo. No te rindas antes que él ofreciendo ayuda sin que te la pida. Mejor dale otra oportunidad, le servirá más que tu propia ayuda y nunca olvidará que lo aprendió de ti.
Demuéstrale lo fuerte que eres cuando controlas tu carácter, demuéstrale tu inteligencia teniendo una plática de padre a hijo a su nivel. Si lo haces bien, es probable que ninguno de los dos la olviden.
Si alguna vez te busca pidiendo consuelo, dale poco, sólo lo necesario. En cambio, cuando no te busque, entonces búscalo tú. Dile cuanto lo amas y lo importante que es para ti.
Que nunca sienta tu rencor, ni tu indiferencia, son sentimientos crueles que ningún hijo merece de su padre. No importa lo que hayan hecho.
Enséñale a disfrutar cada día. Los hijos nunca son tan pequeños como para que no puedan aprender algo nuevo. Compártele tu vida, no tienes idea cuan interesante será para él.
Enséñale que la vida se vive mejor en compañía y que debe estar alerta, pues el amor puede llegar en cualquier momento.
Enséñale a rezar. Debe saber que siempre habrá alguien dispuesto a escucharlo y a protegerlo, y que ese alguien no eres tú.
Y por lo mismo, enséñalo a vivir sin ti. Así como aprendiste tú a vivir sin mí.
Tu padre.


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