Cuando salí de casa por primera vez, pensé que lo peor que me podía pasar era que jamás regresara. Luego me di cuenta de que me podían pasar cosas peores, pero en aquel momento lo que más me aterraba era la idea de no volver a ver a mi madre. Con el tiempo aprendí a ir y a volver, y conforme me fui alejando cada vez más, descubrí que de cada viaje que hacía, regresaba con más gusto.
-Me hablas cuando llegues para saber que llegaste bien.- Siempre ha sido; de mi madre, su única petición.
Ella que siempre ha tenido el derecho de pedirme lo que quiera, jamás me ha pedido más.
Cuando ingresé a la universidad, me fui a vivir a otra ciudad. Ahí me di cuenta que sabía cocinar, planchar, pegar botones, zurcir calcetines y mantener mi cuarto más o menos limpio y ordenado, no supe cómo ni cuándo, pero estoy seguro que lo aprendí de ella.
Cuando alguien me pidió que lo escuchara, lo hice sin juzgar ni traicionar la confianza. Eso también lo aprendí de mi mamá.
Cuando tuve que consolar a alguien, también supe como hacerlo. Ella me lo enseño con su propio ejemplo.
Cada vez que fui a una casa ajena, supe que no podía llegar con las manos vacías, y eso también lo aprendí de ella.
Cuando he tenido que ser prudente y guardar silencio, el ejemplo de mi madre también ha estado ahí.
Cuando debo ser detallista, pienso en lo que ella haría si estuviera en mi lugar y aunque he querido ser igual, reconozco que eso no es fácil de aprender.
Cuando he tenido que cuidar algún enfermo, tampoco me cuesta trabajo, pues cuando fue necesario tuve el mejor ejemplo en casa.
Cuando llegó el momento de enamorarme, supe que sabía valorar a la mujer. Y también lo aprendí de ella, porque ella fue la primera mujer a la que aprendí a amar y a respetar.
Ahora que estoy al pendiente de mis hijos, mi mamá está presente en cada día, y cuando menos lo pienso sale por mi boca: - Ponte a hacer la tarea, vente a comer, recoge tus cosas, apaga la tele si no la vas a ver, me da frío "nomás" de verte… ponte un suéter.
Cuando he sido anfitrión en mi casa, me gusta servir y agasajar a mis invitados, me gusta hacerlos sentir como en su propia casa, y eso también lo aprendí de ella: - ¿Te sirvo más guisado?, ¿Quieres un café?, aquí tengo cajeta ¿Quieres?, Bueno ¿un plátano?, bueno llévatelos para el camino, ¿Te sientes mal?, ¿Quieres una ranitidina?...
Con tanto tiempo viviendo lejos de mis padres, lejos de mi casa, es decir, de mi primera casa, me doy cuenta de algo: Si acaso, algunas veces he sido yo quien ha estado lejos de mi madre, pero ella jamás ha estado lejos de mí.
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