miércoles, 13 de junio de 2012

Carta a Dios de un hombre que se ha convertido en padre

Querido Dios:

Otra vez yo, y ahora con un tema que me emociona y me apasiona: la paternidad.

Tener un hijo, es fácil. Ser padre, es muy difícil.

Casi todos sabemos o que significa ser hijo de alguien. Pero ser padre de alguien, es algo único, que en mi experiencia no se parece a nada.

Desde antes de nacer, ya era hijo de mi padre, y aunque no o recuerdo, estoy seguro de que podía sentir su protección y su cariño. Desde que nací, recibí de él su mismo nombre, ¡Qué honor! y ¡Qué compromiso!

Con el tiempo también he recibido de él su amor, su ejemplo y su disciplina. (no sé si en ese orden, pero da igual).

Ahora que yo también soy padre, es cuando entiendo todo lo que él sería capaz de hacer por mí, y por lo mismo, lo comprendo mejor y lo quiero más. Y la misma analogía, me sirve para amarte más a ti, porque cuando veo lo que mi padre sería capaz de hacer por mí, pienso en lo que ty ya has hecho por todos nosotros. En serio que no tienes límites.

Pero te cuento, un buen día, llegó mi prueba de fuego; mi esposa me dijo que íbamos a tener un hijo varón. Traté de imaginar a mi hijo y no lo conseguí. Ahora ya sé por qué, la imaginación también tiene límites, y era imposible imaginar tanto amor.

Ahora que lo tengo conmigo, veo que todo lo que me habían platicado del tema, es apenas una mínima idea de lo que es tener un hijo.

Recuerdo cuando me inicié como jardinero, creo que ese oficio lo inventaste para que los hombres nos pudiéramos entrenar en la tarea de criar a nuestros hijos. Y es que las labores de un jardinero, y las del padre; guardadas las proporciones y los afectos, tienen ciertas similitudes.

El jardinero, antes de tener plantas a su cuidado, ha de preparar la tierra donde las va a poner y el agua que va a necesitar. Después siembra las pantas o las semillas y entonces viene la parte que requiere mayor cuidado y mayor paciencia: estar al pendiente de ellas todos los días (igualito que con los hijos).

Las plantas crecen, y lo hacen en un entorno en el que hay nutrientes, pero también hay plagas, hay agua que las alimenta y las refresca, pero también hay viento y sol intenso que en extremo las daña. Y por eso existe el jardinero, porque al igual que un padre a un hijo, debe estar al cuidado de ellas, del entorno, de vigilar su crecimiento y de ayudarlas a ser grandes y a dar frutos.

Sin embargo pienso que la labor más dura, donde verdaderamente se pone a prueba nuestro amor como padres ( o como jardineros), es cuando detectamos que nuestra planta va creciendo torcida, o que un brote está tomando una dirección que no es la correcta, ahí es donde tanto los padres como los jardineros hemos de echar mano de la despiadada tijera y cortar de tajo aquella rama que comienza a crecer en la dirección equivocada.  ¿Es doloroso para la planta? ¿ es doloroso para los hijos? Yo pienso que si, tan doloroso como lo es para el padre o para el jardinero. Pero ¿No debe acaso un padre ser capaz de infligir dolor a sus hijos, cuando este dolor es por el bien de ellos,  y sobre todo, cuando este dolor no es otra cosas que producto del amor?

¿Será justo, medir el amor a los hijos, en función del dolor que somos capaces de provocarles, cuando sabemos que ese dolor es por su propio bien? Creo que esa respuesta sólo la tienes tú, porque eres el único que puede hablar de ese tema con toda la solvencia moral y espiritual posible. Por eso ante ti, padre de todos los padres, me quito el sombrero.

P.D. Gracias por prestarme un hijo, que desde antes y todavía ahora, sigue siendo un hijo tuyo.
Un obsequio, a todos los papás http://www.youtube.com/watch?v=gQV47BoIjzY


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