miércoles, 14 de marzo de 2012

A los toros en familia


Domingo por la tarde, en lo alto brilla el sol, la plaza ya está llena, por ver al matador… Así comienza una canción de las menos conocidas de Cri-crí.  Y con esa canción en mente, nos hicimos presentes el pasado domingo en la plaza “Nuevo Progreso” de Guadalajara, a presenciar una corrida de toros.  
La fiesta brava es un acontecimiento polémico que a mí siempre me ha gustado. Mi papá diría: “Puede más el vicio que la razón”, y tiene razón,  lo cierto es que el gusto lo heredé de él y hasta la fecha lo disfruto cada vez que piso una plaza.

Con el propósito de saber si mis hijos disfrutarían de aquel espectáculo, en un par de ocasiones les había mostrado videos de corridas de toros y siempre la curiosidad los había mantenido atentos.

Pues bien, la semana pasada llegué a casa y junté a mis hijos y a mi esposa para darles el notición:  - “¿Qué creen? El domingo los voy a llevar a los toros” -  (y enmudeció el palenque).  Los tres abrieron los ojos más de lo normal y no supieron qué decir. - ¿Qué acaso no están contentos?

En eso mi hija de seis años visiblemente preocupada me dijo:

-          Papá, pero yo todavía no se torear – como suplicando que mejor los llevara al cine o a comer un helado.
Le expliqué que ninguno de nosotros iba a torear y que solamente iríamos a ver  cómo toreaban los toreros.  A pesar de que la explicación para mí era obvia, mi niña después de la explicación en verdad, respiró aliviada. 

Llegamos a la plaza y en los alrededores el ambiente ya estaba en su punto: Tortas, tacos y fritangas de todo tipo se ofrecían en venta, así como sombreros, capotes, puros y botas para vino, todo esto al tiempo que la gente caminaba, sonreía, saludaba, fumaba y se disponía a disfrutar de una emocionante tarde.
Entramos a la plaza y ocupamos nuestras localidades, ya para entonces traíamos nueces garapiñadas, cacahuates, gomitas y refrescos, agua de jamáica, papitas, etcétera.

-          ¿Y si un toro vuela y nos cuerna? – preguntó mi hija sintiéndose más vulnerable que ante la pantalla del televisor.

-          Pues si un toro vuela, será un milagro, y no te preocupes por las cornadas, porque aquí estoy yo que soy tu padre, y de algo te he de servir. Mejor escucha qué bonito toca la banda – que al ritmo de un regordete director, ya dejaba escuchar los primeros acordes de “España cañí”

Salió el primero de la tarde y comenzaron los problemas, todo fue que lo puyaran por el morrillo para que la sangre le brotara como un verdadero manantial
Mi linda esposa, que todo lo sabe y todo lo ve, volteó a verme con ojos de pistola y me preguntó

-          ¿Estás consciente de lo que nos trajiste a ver?

La verdad, yo si estaba consciente,  pero no tuve palabras que decir, así que solamente tragaba saliva.
Mi hijo de cuatro años inmediatamente detectó la emergencia:

-          Papá, al toro le está saliendo sangre, que le pongan un curita…

Mi hija por más que quería no podía cerrar ni los ojos ni la boca y mi esposa finalmente me dijo:

-          A ver ahora cómo arreglas esto. Te quiero escuchar dándoles una explicación convincente.

Definitivamente no había manera. Comimos cacahuates y nueces hasta que pasó el tercio de banderillas y llegamos a la faena, todavía el diestro no había dado cinco muletazos cuando ya estaba de nuca sobre la arena. En un inesperado cabezazo del animal el pobre torero estaba con los pies en el aire y hasta la fecha me imagino que no supo ni qué le pasó. 

Mi hija ante el percance decretó lo que yo ya suponía: 

-          Papá, mejor ya no quiero ser torera, ya se me quitaron las ganas.

-          Me parece muy bien hijita, a mi también se me quitaron desde que tenía tu edad.

Apenas salió el segundo toro cuando mi linda esposa sugirió:

-          Creo que es mejor que me vaya con los niños, esto es demasiado fuerte.

-          Pues como ustedes quieran, - les dije - si quieren vean uno más y ya… Niños, ¿se quieren ir?

-          Nooo…  -  contestaron a coro

-          “Puede más el vicio que la razón” bien lo dice mi padre.

Apenas dije eso cuando salieron los picadores en sus aletargados jamelgos. No se habían  puesto todavía en posición cuando el toro ya había prendido a uno de ellos  mandándolo de bruces a la arena con todo y caballo.

-          ¿Quién quiere papitas y refresco? -  Fue lo único que se me ocurrió al momento.

-          Yooo, - gritaron entusiasmados mis hijos.

Y comiendo golosinas y tomando refresco se entretuvieron durante toda la corrida.

Realmente la tarde fue divertida, aunque taurinamente dejó mucho que desear. El matador accidentado no volvió ni por sus tiliches, así que la tarde continuó en la modalidad de mano a mano.

El cuarto de la tarde, apenas salió al ruedo, clavó los cuernos en la arena y con el impulso que llevaba, dio una voltereta que lo hizo caer de espalda para expectación de todos.

Otro toro arremetió contra uno de los picadores de tal forma que caballo y picador se fueron de lado hasta que el primero rodó por encima del segundo. Ese picador debe haber amanecido con dolores musculares hasta en las pestañas.  Afortunadamente y para tranquilidad del respetable, el recientemente apachurrado se levantó por su propio pie, se aupó de nuevo y salió del redondel montado sobre el  que le había pasado por encima. Ignoro si se recuperó o si quedó como para ponerlo en un álbum, lo que si estoy seguro es  que un aplastón de esos, no se tiene todos los días.

La corrida en realidad no fue tan buena. Solo uno de los diestros  logró conjuntar suerte, temple, técnica, valor y mucha pasión. La gente lo ovacionamos y en honor a la verdad salió de la plaza bien aplaudido y con una oreja en la mano. A los otros dos, a más del percance que sufrió uno de ellos, pareciera que les faltó un poco de suerte y otro tanto de entrega, motivo por el cual alguien de entre el público sugirió que las orejas se las cortaran al torero y se las dieran al toro. 

Como es costumbre, la raza de sol no dejó apurar al director de la banda, pidiéndole que no dejara de tocar, y al grito de: “Tócale pinche gordo”, la banda correspondía con alegres pasodobles. Mismos que una vez terminados eran aplaudidos y agradecidos nuevamente por la turba con un sonoro: “Gracias gordo”.

Al Señor Juez, máxima autoridad en el recinto, también le dieron hasta “pa´llevar”, aplausos por sus buenos juicios y mentadas de madre por sus malas decisiones, fueron como en todas las corridas, la sal y la pimienta que manaba de las graderías.

Al terminar el sexto y último toro de la tarde mi hija me preguntó:

-          ¿En verdad este es el último?

-          Sí, mi amor.

-          Gracias a Dios, - exclamó mientras exhalaba un prolongado suspiro.  

Salí de la plaza contento de haber vivido esa experiencia con mi familia, creo que fue debut y despedida, y no me queda duda de que a la próxima me van a mandar solo. Sin embargo, ya les expliqué que lo que ahí se vivió es parte de nuestras fiestas, costumbres y tradiciones.

Finalmente pienso que lo valioso es conocer el mundo a través de experiencias propias que con el tiempo adquiere un valor incalculable, y al final del día es lo único que permanece en nuestra memoria.  

Sígueme en twitter: manuelhgil
Gracias a Miguel Hernández, por la corrección ortográfica de la semana pasada. Saludos.

3 comentarios:

Conchita Garza dijo...

Me pasó igual que a tu familia. Sólo una vez fui a ver una corrida de toros "en vivo y a todo color", y no volvieron a convencerme de presenciar otra.
Saludos.

Anónimo dijo...

Pues a mi me paso todo lo contrario, no hay corrida de toros en Saltillo que nos perdamos y si no hay presupuesto no queda mas que a Sol.
Saludos y gracias por compartir, yo espero el Domingo estar compartiendo fotografías del rejoneador Pablo Hermoso que se presenta en Saltillo.

Edson García

Anónimo dijo...

Pues a mi me paso todo lo contrario, no hay corrida de toros en Saltillo que nos perdamos y si no hay presupuesto no queda mas que a Sol.
Saludos y gracias por compartir, yo espero el Domingo estar compartiendo fotografías del rejoneador Pablo Hermoso que se presenta en Saltillo.