Domingo por la tarde, en lo alto
brilla el sol, la plaza ya está llena, por ver al matador… Así comienza una
canción de las menos conocidas de Cri-crí.
Y con esa canción en mente, nos hicimos presentes el pasado domingo en
la plaza “Nuevo Progreso” de Guadalajara, a presenciar una corrida de toros.
La fiesta brava es un acontecimiento
polémico que a mí siempre me ha gustado. Mi papá diría: “Puede más el vicio que
la razón”, y tiene razón, lo cierto es
que el gusto lo heredé de él y hasta la fecha lo disfruto cada vez que piso una
plaza.
Con el propósito de saber si mis
hijos disfrutarían de aquel espectáculo, en un par de ocasiones les había
mostrado videos de corridas de toros y siempre la curiosidad los había
mantenido atentos.
Pues bien, la semana pasada llegué
a casa y junté a mis hijos y a mi esposa para darles el notición: - “¿Qué creen? El domingo los voy a llevar a
los toros” - (y enmudeció el
palenque). Los tres abrieron los ojos
más de lo normal y no supieron qué decir. - ¿Qué acaso no están contentos?
En eso mi hija de seis años
visiblemente preocupada me dijo:
-
Papá, pero yo todavía no se torear – como
suplicando que mejor los llevara al cine o a comer un helado.
Le expliqué que ninguno de
nosotros iba a torear y que solamente iríamos a ver cómo toreaban los toreros. A pesar de que la explicación para mí era
obvia, mi niña después de la explicación en verdad, respiró aliviada.
Llegamos a la plaza y en los
alrededores el ambiente ya estaba en su punto: Tortas, tacos y fritangas de
todo tipo se ofrecían en venta, así como sombreros, capotes, puros y botas para
vino, todo esto al tiempo que la gente caminaba, sonreía, saludaba, fumaba y se
disponía a disfrutar de una emocionante tarde.
Entramos a la plaza y ocupamos
nuestras localidades, ya para entonces traíamos nueces garapiñadas, cacahuates,
gomitas y refrescos, agua de jamáica, papitas, etcétera.
-
¿Y si un toro vuela y nos cuerna? – preguntó mi
hija sintiéndose más vulnerable que ante la pantalla del televisor.
-
Pues si un toro vuela, será un milagro, y no te
preocupes por las cornadas, porque aquí estoy yo que soy tu padre, y de algo te
he de servir. Mejor escucha qué bonito toca la banda – que al ritmo de un
regordete director, ya dejaba escuchar los primeros acordes de “España cañí”
Salió el primero de la tarde y
comenzaron los problemas, todo fue que lo puyaran por el morrillo para que la
sangre le brotara como un verdadero manantial
Mi linda esposa, que todo lo sabe
y todo lo ve, volteó a verme con ojos de pistola y me preguntó
-
¿Estás consciente de lo que nos trajiste a ver?
La verdad, yo si estaba
consciente, pero no tuve palabras que
decir, así que solamente tragaba saliva.
Mi hijo de cuatro años inmediatamente
detectó la emergencia:
-
Papá, al toro le está saliendo sangre, que le
pongan un curita…
Mi hija por más que quería no
podía cerrar ni los ojos ni la boca y mi esposa finalmente me dijo:
-
A ver ahora cómo arreglas esto. Te quiero
escuchar dándoles una explicación convincente.
Definitivamente no había manera.
Comimos cacahuates y nueces hasta que pasó el tercio de banderillas y llegamos a
la faena, todavía el diestro no había dado cinco muletazos cuando ya estaba de
nuca sobre la arena. En un inesperado cabezazo del animal el pobre torero estaba
con los pies en el aire y hasta la fecha me imagino que no supo ni qué le
pasó.
Mi hija ante el percance decretó
lo que yo ya suponía:
-
Papá, mejor ya no quiero ser torera, ya se me
quitaron las ganas.
-
Me parece muy bien hijita, a mi también se me
quitaron desde que tenía tu edad.
Apenas salió el segundo toro
cuando mi linda esposa sugirió:
-
Creo que es mejor que me vaya con los niños,
esto es demasiado fuerte.
-
Pues como ustedes quieran, - les dije - si quieren vean uno
más y ya… Niños, ¿se quieren ir?
-
Nooo… - contestaron a coro
-
“Puede más el vicio que la razón” bien lo dice
mi padre.
Apenas dije eso cuando salieron
los picadores en sus aletargados jamelgos. No se habían puesto todavía en posición cuando el toro ya
había prendido a uno de ellos mandándolo
de bruces a la arena con todo y caballo.
-
¿Quién quiere papitas y refresco? - Fue lo único que se me ocurrió al momento.
-
Yooo, - gritaron entusiasmados mis hijos.
Y comiendo golosinas y tomando
refresco se entretuvieron durante toda la corrida.
Realmente la tarde fue divertida,
aunque taurinamente dejó mucho que desear. El matador accidentado no volvió ni
por sus tiliches, así que la tarde continuó en la modalidad de mano a mano.
El cuarto de la tarde, apenas
salió al ruedo, clavó los cuernos en la arena y con el impulso que llevaba, dio
una voltereta que lo hizo caer de espalda para expectación de todos.
Otro toro arremetió contra uno de
los picadores de tal forma que caballo y picador se fueron de lado hasta que el
primero rodó por encima del segundo. Ese picador debe haber amanecido con
dolores musculares hasta en las pestañas.
Afortunadamente y para tranquilidad del respetable, el recientemente
apachurrado se levantó por su propio pie, se aupó de nuevo y salió del redondel
montado sobre el que le había pasado por
encima. Ignoro si se recuperó o si quedó como para ponerlo en un álbum, lo que
si estoy seguro es que un aplastón de
esos, no se tiene todos los días.
La corrida en realidad no fue tan
buena. Solo uno de los diestros logró
conjuntar suerte, temple, técnica, valor y mucha pasión. La gente lo
ovacionamos y en honor a la verdad salió de la plaza bien aplaudido y con una
oreja en la mano. A los otros dos, a más del percance que sufrió uno de ellos,
pareciera que les faltó un poco de suerte y otro tanto de entrega, motivo por
el cual alguien de entre el público sugirió que las orejas se las cortaran al
torero y se las dieran al toro.
Como es costumbre, la raza de sol
no dejó apurar al director de la banda, pidiéndole que no dejara de tocar, y al
grito de: “Tócale pinche gordo”, la banda correspondía con alegres pasodobles. Mismos
que una vez terminados eran aplaudidos y agradecidos nuevamente por la turba
con un sonoro: “Gracias gordo”.
Al Señor Juez, máxima autoridad
en el recinto, también le dieron hasta “pa´llevar”, aplausos por sus buenos
juicios y mentadas de madre por sus malas decisiones, fueron como en todas las
corridas, la sal y la pimienta que manaba de las graderías.
Al terminar el sexto y último
toro de la tarde mi hija me preguntó:
-
¿En verdad este es el último?
-
Sí, mi amor.
-
Gracias a Dios, - exclamó mientras exhalaba un
prolongado suspiro.
Salí de la plaza contento de
haber vivido esa experiencia con mi familia, creo que fue debut y despedida, y
no me queda duda de que a la próxima me van a mandar solo. Sin embargo, ya les
expliqué que lo que ahí se vivió es parte de nuestras fiestas, costumbres y
tradiciones.
Finalmente pienso que lo valioso es
conocer el mundo a través de experiencias propias que con el tiempo adquiere un
valor incalculable, y al final del día es lo único que permanece en nuestra memoria.
Sígueme en twitter: manuelhgil
Gracias a Miguel Hernández, por
la corrección ortográfica de la semana pasada. Saludos.
3 comentarios:
Me pasó igual que a tu familia. Sólo una vez fui a ver una corrida de toros "en vivo y a todo color", y no volvieron a convencerme de presenciar otra.
Saludos.
Pues a mi me paso todo lo contrario, no hay corrida de toros en Saltillo que nos perdamos y si no hay presupuesto no queda mas que a Sol.
Saludos y gracias por compartir, yo espero el Domingo estar compartiendo fotografías del rejoneador Pablo Hermoso que se presenta en Saltillo.
Edson García
Pues a mi me paso todo lo contrario, no hay corrida de toros en Saltillo que nos perdamos y si no hay presupuesto no queda mas que a Sol.
Saludos y gracias por compartir, yo espero el Domingo estar compartiendo fotografías del rejoneador Pablo Hermoso que se presenta en Saltillo.
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