Resulta que fuimos y volvimos. Iniciamos nuestro viaje por carretera con la fresca de las diez de la mañana y en un santiamén ya estábamos en camino hacia tierras norteñas. Todavía no salíamos de Guadalajara cuando mi pequeño vástago me preguntó:
- Papá, ¿Ya casi llegamos?
- No hijito, faltan como nueve horas.
- Está bien, quiero hacer popó.
En los viajes familiares basta con que uno diga “Quiero ir al baño”, para que se decrete que todos los demás tendrán que ir también a descargar “lo que traigan”, así fue la primera parada técnica.
- Bájate para llevarte al baño – le dije sin más trámite a mi pequeño.
- Pero ayúdame porque ya me quité los zapatos. ¿me cargas?
- Ay, hijito de mis entrañas…
Finalmente uno llega a la puerta del baño con el niño y descubre que hay un mecanismo que te impide entrar a menos de que coloques en él tres monedas de a peso. Y ahí vas de vuelta al carro y de regreso.
- Quiero hacer aquí – dice mi niño indicando un mingitorio.
- No. Ese es para hacer pipí, y tu dijiste que querías hacer popó.
- Pero yo solo quiero hacer pipí.
- Para eso no hubiera llegado a un baño, ni mucho menos hubiera pagado tres pesos, sólo me hubiera orillado en la carretera.
- Pero la carretera no es baño, papá.
- Hijo, aprende esto que te va a decir tu padre: “Para los hombres, el mundo es nuestro mingitorio”
- Está bien, quiero hacer popó.
Y ahí estoy esperando a que mi heredero termine de hacer su gracia cuando me dice:
- Papá.
- ¿Qué, hijo?, ¿ya terminaste?
- No. Todavía no. ¿Me pasas un libro?
- Claro que no, tenemos que viajar ochocientos kilómetros. Apúrate para irnos ya.
- Pero yo quiero un libro…
- Ahorita que vayas en el carro puedes leer todo lo que quieras.
- Pero yo no sé leer…
- Entonces ¿para qué quieres un…? ¡apúrate y vámonos!
Finalmente terminó y reanudamos nuestro camino. Lo bueno de reanudar el camino después de una parada técnica es que sabes que durante un par de horas nadie te va a pedir que te vuelvas a parar (al menos teóricamente) porque nunca falta el clásico diálogo:
- Papá, quiero hacer pipí…
- ¿Otra vez? Te puedes esperar tantito, ya casi llegamos a una gasolinera...
- No papá, nada, nadita, nada... Ya casi se me va a salir, te lo juro…
- Está bien… - y otra parada en medio de la nada.
- ¿Ya casi llegamos papá?
- No.
Pero también suele pasar, que después de una parada técnica el resto de la familia caiga en un hermoso sueño que me permita escuchar la música que más me gusta y entonces salen del cajón de los recuerdos las notas de canciones de Joaquín Sabina, Pablo Milanés, Eugenia León o Joan Manuel Serrat.
Ah pero que no despierte alguno porque despiadadamente me harán la insinuación de cambiar mi música por canciones como “Caminito de la escuela” o “El ratón vaquero”. Afortunadamente ya mis hijos superaron la etapa en la que disfrutaban las canciones del dinosaurio morado, de quien me reservaré mis comentarios por ser todos ellos adversos a tan grotesco personaje.
- Papá, ¿Ya casi llegamos? – vuelve a decir mi hijo
- No, todavía no…
- Es que ya estoy aburrido.
- Vamos a jugar a “¿Quién soy?” para que te des-aburras.
- Está bien, yo empiezo… Soy un astronauta, salgo en la película de “Toy story” y soy amigo del vaquero Woody, ¿Quién soy?
- Eres Buzz Lightyear, hijo.
- Sí papá, adivinaste, ¿Ya casi llegamos?
- No hijo.
- Sigues tú papá…
- Soy… más ágil que una tortuga, más fuerte que un ratón, más noble que una lechuga y mi escudo es un corazón. ¿Quién soy?
- Mmmmm
En ese momento caigo en cuenta de que mi hijo tiene 3 años… y no somos compatibles en superhéroes… pero para mi sorpresa contesta correctamente.
- El Chapulín Colorado.
- Muy bien, no contaba con tu astucia…
- ¿Ya casi llegamos?
- No hijo, nos faltan cinco horas todavía…
Y así se va pasando el tiempo mientras la carretera nos va mostrando un paisaje cada vez más árido. Los árboles comienza a escasear para dar lugar a prominentes nopaleras que abundan en el paisaje potosino, después, los bosques de palmas yucas hacen presencia para anunciar que estamos llegando al desierto y al llegar a nuestra anhelada tierra, los mezquites, las gobernadoras y los cenizos, parecen ser los únicos sobrevivientes a la sequía.
- ¿Ya casi llegamos papá?
- No hijo, falta un ratito.
- Bueno, juguemos a “Quién dijo” y yo empiezo… ¿Quién dijo Bíbidi – bábidi – bú?
- El hada madrina de Cenicienta
- Muy bien, papá, ganaste y sigues tú.
- A ver… ¿Quién dijo… (y apenas estoy pensando cuando me dicen…)
- Papá quiero hacer pipí otra vez.
- Ta, taaa, taaa, taaa, tá.
- El profesor Jirafales. ¡Gané! ¿ya casi llegamos…?
Y cuando finalmente se hizo de noche, las luces de la ciudad se vieron en el horizonte, como dice la canción “Qué bonita es mi tierra, ¡Qué bonita!” finalmente llegamos cansados pero bien paseados y bien jugados, casi diez horas continuas de convivencia familiar, no las cambio por nada.
El viaje es agotador pero con el gusto de estar en casa y ver al resto de la familia, las veces que sean lo vuelvo a repetir.
El viaje es agotador pero con el gusto de estar en casa y ver al resto de la familia, las veces que sean lo vuelvo a repetir.
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1 comentario:
Es grato recordar... casi todos hemos tenido viajes familiares parecidos.
Saludos
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