Me instalé frente al volante. Jamás había sentido en mis manos una máquina como esa. Por primera vez tendría la oportunidad de sentir el rugir de los motores y las vibraciones la podía sentir en todo mi cuerpo, estaba instalado en la línea de salida, en ambos lados sendos competidores también hacían rugir sus máquinas y mantenían la vista al frente, todos estábamos al pendiente del reloj en cuenta regresiva, y del encendido de la luz verde. El objetivo: tres vueltas completas al circuito en el menor tiempo posible. El mayor desafío, controlar la adrenalina a consecuencia de saber que era mi primera vez. Mi mayor presión, el expectante público que me observaba.
Los que somos padres de familia sabemos bien que durante los primeros años en la vida de tus hijos, uno como padre se convierte en el héroe de todas sus batallas, aquel que todo lo sabe y todo lo puede. Justo me encuentro en esa etapa con Pablo; como diría la Morenita “El más pequeño de mis hijos”, quien a pesar de su corta edad ha demostrado tener una gran afición; por no decir adicción, hacia las computadoras, los teléfonos celulares, los iphone, las ipads, y todos los accesorios y videojuegos asociados a estos aparatos.
Definitivamente los cyber-gustos de mi pequeño hijo no son herencia de mis genes, en eso y en lo galán, salió a su madre. La única persona conocida que es capaz de leer todo un instructivo antes de comenzar a armar un aparato cualquiera. Bueno pues con este antecedente fue preciso que mi hijo recientemente conociera toda la verdad sobre su padre.
- Hijo, debes saber que no soy fanático de los videojuegos, así que no me pidas que te explique cómo se matan los pájaros rojos ni los invasores del espacio.
- Pero ¿Por qué no sabes? – me cuestionó abriendo sus grandes ojos
- Porque no me gustan los videojuegos.
Pablo no podía entender que yo fuera su padre.
- Entonces, ¿no sabes cómo puedo obtener más puntos?
Se me ocurrió contestarle - vuélvete el consentido de tus maestras, a mi me funcionaba. – Pero solo le dije – No, no sé cómo puedes obtener más puntos.
- ¿Y no sabes cómo puedo obtener vidas extras?
También le quise decir – Mira hijo no es que no crea en la reencarnación, pero por ahora mejor disfruta la vida tal como es y trata de ser feliz – pero pensé que lo iba a confundir más, así que también le dije – No, hijo, no sé cómo obtener vidas extras.
- Y entonces ¿Quién me va a ayudar?
En otras circunstancias hubiera imitado al Chapulín Colorado, pero sólo le dije – Habla con tu madre, ella es la única que puede ayudarte – y se fue desconsolado, casi haciendo pucheros.
Para Pablo fue un golpe duro aceptar que su padre no es aficionado a los videojuegos, pero su esperanza revivió el día que se enteró de que en una rifa me gané un wii (ni siquiera estoy seguro de cómo se escribe). Cuando me lo gané, todos a mi alrededor me felicitaron por el premio, me dijeron que me estaba llevando a casa el más codiciado de los regalos e incluso hubo algunos que por el efecto del alcohol hasta me hicieron ofertas para que se los vendiera.
Ninguna oferta me hizo caer en la tentación, yo tenía que llegar a casa con el mentado wii, al menos para conocerlo y saber qué diablos me había ganado. Cuando supe lo que era inmediatamente pensé en Pablo, le va a encantar y estoy seguro de que no se lo va a querer prestar a nadie.
En menos que canta un gallo el mentado Wii estaba instalado y en operación, gracias a mi cyber esposa y al más envidioso de mis hijos. Quien el pasado fin de semana me pidió que jugara con él.
- Ven papá vamos a los carros de carreras, yo primero y luego tu.
Lo vi recorrer un circuito a altísima velocidad sorteando toda clase de obstáculos que se atravesaron por su camino. Esquivaba contrincantes, tomaba curvas abiertas y cerradas, no dudó ante las rampas que aparecieron en el camino y lo más importante, fui testigo de cómo obtuvo los puntos y las vidas extras. Su habilidad ante el volante es increíble, y lo fue hasta que llegó el momento más ignominioso de la sesión.
- Es tu turno, papá.
(Aquí por favor, vuelva a leer el primer párrafo de esta columna y luego continúe la lectura en este punto)
En cuanto encendió la luz verde arranqué en reversa.
- ¿Qué pasó?
- Para el otro lado, papá – me gritó Pablo.
Para cuando encontré el botón adecuado, solo veía el polvo que dejaron mis contrincantes.
- Ahorita los alcanzo no te desesperes.
Y allí voy, “al pasito”, como dicen en mi pueblo, entendiéndole al mentado Wii, y pensando en la cafetera que también rifaron y que no hubiera estado nada mal… en fin.
Pasé la primera curva y la segunda con bastante solvencia, pero en cuanto llegué a las encrucijadas y a las rampas aquello fue un atascadero del que tardé un rato en salir.
Cuando finalmente tomé una recta y comencé a agarré velocidad, se me atravesó una triste vaca que yo pensé que me iba a dar puntos, la centré desde que la vi y la agarré de ancho en la mera panza. El carro quedó inservible, hasta salieron llamas. De pronto, ya tenía un auto nuevo y como si nada hubiera pasado, yo continué mi carrera en forma normal, en último lugar claro, pero sintiendo cada vez más el control en mi mano.
- Mejor dámelo y yo te ayudo – osó decirme mi pequeño hijo.
- No, ¿qué te pasa?, si esto ya es personal – le contesté – ahorita verás que los alcanzo y les gano a todos.
En esas estaba cuando me comenzaron a pasar los que ya me llevaban una vuelta de ventaja, o sea casi todos.
- Yo creo que vas a perder - dudó mi hijo.
- Si pierdo, lo desconecto… (pinche Wii, nada más eso me faltaba)
- Pero yo quiero jugar… Ponle el turbo, para que vayas más rápido.
- ¿Cuál turbo?
- El botón negro.
- Ah, pues me hubieras dicho antes…
El mentado botón negro, convierte el auto en un cohete, yo no sé de cual fumaron los que diseñaron esta madre, pero la velocidad se incrementó de tal suerte que fui a dar a la tribuna con todo y cohete.
Pero ¿A quién se le ocurre pensar que uno puede cambia de chofer a piloto con solo apretar un botón? Total que alguien se apiadó de mí y regresó mi cohete a su condición de automóvil tal y como estaba. De esta forma pude terminar mi carrera llegando a la meta en el lugar número quince, de quince que éramos. Creo que para ser la primera vez no estuvo tan mal.
- Mejor juego yo, porque tú te tardas mucho - Así me lo dijo y así me lo cumplió.
- Yo también lo creo, hijo, mejor juega tu y no vayas a chocar. No quiero que se nos vaya a descomponer la tele.
Mi pobre hijo, sólo entrecerró sus ojos y me dijo – es una broma, ¿verdad?
Por eso lo quiero…
(Para más detalles y anécdotas de este cyber tema, no dejes de leer mi columna “Mis hijos y el iphone, mi nuevo desafío” publicada en este mismo blog el 17 de julio de 2011)
No hay comentarios:
Publicar un comentario