“El Buen Fin” ¿En verdad fue bueno?
- Papá, ¿Podemos poner el pino? – me dijo mi hija en cuanto llegué de la oficina.
- Hijita pero si estamos en noviembre, falta más de un mes para navidad.
- Porfis, porfis, porfis.
- Este fin de semana lo ponemos te lo prometo…
Así comenzó “El Buen Fin” en nuestra casa.
“El Buen Fin” sirvió entre otras cosas para que la gente saliéramos de nuestras casas a comprar cosas que no necesitamos. Como era predecible miles de connacionales hicieron lo suyo y ahora están endeudados hasta el tuétano debiendo hasta lo que no se han ganado.
Bien por los que metódica y razonadamente supieron aprovechar las ofertas de aquellas cosas que tenían en mente comprar y estaban esperando un mejor momento, bien por aquellos que anteponiendo la cordura y la racionalidad, no fueron víctimas del antojo.
Es bien sabido que muchas personas por no poder comprar lo que quieren, terminan comprando lo que no necesitan, y así van haciendo un acopio de tiliches hasta convertir su casa en una bodega de “cosas útiles” que nadie usa, y que el día que las requieres (si es que se da el caso) no sabes en dónde están.
- Papá ¿ya podemos poner el pino? – me dijo mi niña despertándome el sábado casi de madrugada.
- Espérate hijita son las siete y media, vamos a desayunar y luego platicamos…
En una breve encuesta de una sola pregunta, lancé el cuestionamiento: “¿Qué es para ti el buen fin?” Les advierto que esta encueta si fue real y los resultados no están amañados como algunos de los que nos suelen presentar los precandidatos a puestos públicos. La mayoría de las personas contestaron que un buen fin es aquel en el que se disfruta a la familia y se está en paz. Pareciera mucho pedir, pero lo que sucede es que como están las cosas, en algunos casos, si es mucho pedir, porque no toda la gente puede disfrutar de una familia, y en segundo lugar, de aquellos que lo pueden hacer, habría que ver cuánta paz existe en ellos. Así que se dice fácil, pero que lo sea, está por verse.
Con esto en mente, tomé a mi familia y nos fuimos a pasear. En esta ocasión el tema fue ver una exposición del Ejército y la Fuerza Aérea Mexicana.
- Bueno, – me dijo mi hija resignada - pero cuando regresemos ponemos el pino.
- Sí hijita…
Apenas nos apeamos en el estacionamiento y escuchamos el redoble de tambores y el sonar de clarines que desde la plaza cívica hacía una demostración para la concurrencia.
Todo un estacionamiento, estaba convertido en un museo militar. En él se exhibían vehículos de varios tipos, cañones, tanques, un yate, un avión y un helicóptero. Con gran orgullo los elementos de ejército hacían las veces de guías y te mostraban cada una de sus especialidades. Las disciplinas en las qué estaban entrenados y cómo es que estaban capacitados para prestar ayuda en cualquier contingencia nacional.
También había una demostración de perros entrenados por policías militares, un área dedicada al equipo especial de paracaidistas y otro al de boinas verdes, un equipo de élite entrenado para misiones especiales que honestamente ni sabía que existía. Con ellos podías atravesar una cámara oscura para vivir la experiencia de una expedición nocturna con visores especiales y descolgarte desde las alturas haciendo rapel.
Por encima de todo lo que vimos, me gustó el orgullo con el que los militares nos mostraban sus habilidades y su disponibilidad para actuar en cualquier circunstancia “Nuestro amor a la patria es lo que nos hace ayudar y si es necesario dar la vida por personas que ni siquiera sabemos cómo se llaman”
Pero también me gustó el orgullo y el respeto que los visitantes les manifestábamos en el saludo, en la atención a sus explicaciones y en el reconocimiento de su labor. Estoy consciente de que nuestro ejército no es el más equipado ni el más moderno del mundo, por el contrario, creo que tiene grandes carencias y un limitado presupuesto, sin embargo me gustó la entrega que percibí en todos y cada uno de los oficiales con los que platiqué.
Aclaro como dicen en la radio, que “Este programa es ajeno a cualquier partido político, queda estrictamente prohibido su uso para fines distintos a los establecidos en el programa” pero así como se los platico, así fue.
De camino a la casa, ya me imaginaba que apenas apagara el carro, la petición de mi hija volvería al ataque, así que previendo el drama, preferí llegar a rentar unas películas. El plan funcionó a la perfección, nadie se acordó del pino hasta el domingo:
- ¿Ahora si – me dijo mi niña casi abriéndome los párpados por la mañana - ya podemos poner el pino?
- ¿Y si desayunamos primero, hijita? – balbuceé todavía dormido.
Ignoro cómo lo hice, pero logré que saliéramos de la casa desde temprano y regresamos hasta que los críos estaban dormidos. No tenía precisamente ganas de salir, lo que quería evadir a toda costa era la soporífera idea de poner el pino, justamente el día de la Revolución Mexicana. Por alguna razón mi espíritu navideño no estaba en sintonía.
Llegamos al lunes 21 de noviembre, día de asueto en nuestro calendario oficial. Por disposición oficial nadie trabaja, y la verdad es que a mí me costaba trabajo la simple idea de poner el pino. Pero tenía claro que la promesa estaba hecha, y mi plazo había llegado a su fin, por lo tanto la tarea era impostergable.
- Hija mía, hoy vamos a poner el pino.
- ¡Yupi! –celebró.
- Pero antes vamos a ir a la juguetería para que me digas qué le piensas encargar a Santa Claus.
Hasta eso fui capaz de hacer con tal de aplazar lo más posible la fatídica tarea. Finalmente después de comer iniciamos lo inaplazable, comenzamos por sacar las cajas donde guardamos los artículos navideños y poco a poco cada cosa fue ocupando su lugar. Mi niña se enfadó en menos de diez minutos y decidió que era mejor idea irse a ver la tele. Mientras tanto sus padres, o mejor dicho su madre, terminaba la decoración del pino mientras bailaba al navideño ritmo de Moderatto.
Cuando el pino estuvo terminado mis hijos contentos lo contemplaron sabedores de que ya tienen dónde poner la carta para Santa.
- ¿Contenta hija? Finalmente la promesa está cumplida y el pino terminado.
- Gracias, papá, pero ahora ¿Podemos poner las luces de la cochera?
Creo que aquí hice un bizco… lo cierto es que los niños nunca están conformes, y de que se les mete una idea en la cabeza, no han de descansar hasta verla cumplida.
Finalmente concluimos la semana rodeados del cariño familiar y con un nacimiento que nos recuerda que lo importante no es qué hagamos ni cómo lo hagamos, sino con quién disfrutamos y compartimos cada momento de nuestra vida. No sé para ustedes, pero para mí este fin, fue un “Muy Buen Fin”.
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