Todo comenzó
cuando quise ordenar mis libros. Con más de 15 años de casado y varias mudanzas
por tres ciudades, en familia, acumulamos varias cajas de libros. Algunas (Primera
confesión) permanecieron cerradas varios años, hasta que por fin volvieron a
ver la luz.
Como no
dispongo de tantos muebles ni mucho menos libreros, el único que tenía lo utilicé
para poner mis libros favoritos, los de mayor estima o de más frecuente uso. Así
que el pobre estaba atestado y soportando más peso del razonable. Había libros
encimados, uno puestos de canto, otros de perfil, algunos acostados, otros
parados, otros en cantilever, y unos cuantos haciendo equilibrio para no
caerse, aquello parecía un autobús urbano en hora pico.
Un día decidí
ponerle arreglo al asunto y comencé a buscar libreros. Después de ver modelos y
precios, comprobé que los que había “en existencia”, me parecían caros y no me dejaban
del todo satisfecho, así que me pareció más interesante la idea de diseñar uno a
mi gusto. Lápiz, papel y una dosis de creatividad, fueron suficientes para tener
lo que me parecía, el mejor librero posible. Recurrí a un amigo con buen oficio
mueblero y confiando en él, le di los croquis para que me hiciera, no uno, sino
3 libreros iguales. Aceptó el reto con entusiasmo y me despedí elevando los
ojos al cielo, y (como en anuncio de “Melate”) pensando: “Ya me vi.”
Un mes después
los muebles llegaron a casa. Cada librero visto de frente tiene 5 entrepaños a
diferentes niveles. Si se le ve de costado, verá que la base es la parte más
ancha del mueble, y conforme toma altura, se va haciendo angosto hacia la parte
de atrás. Hasta aquí nada pareciera salirse de control, el único detalle que lo
hace altamente disfuncional (y aquí es donde viene la principal confesión), es
que diseñé los espacios para los libros de diferentes medidas, siendo los de
arriba más pequeños y conforme van bajando se van haciendo mayores.
Si estos
libreros fueran estantería para Galerías el Triunfo o Walmart, serían un diseño
fenomenal, porque los objetos grandes irían abajo y los chiquitos arriba, lejos
del alcance de los niños y acorde a toda lógica. Pero en literatura la regla no
aplica. Pues regularmente los libros se acomodan por temas, géneros o autores,
y no por tamaños.
Todo esto se
los comento, por si algún día viene por la casa y quiere buscar un libro. No
espere encontrar el Sistema de Clasificación Decimal Dewey, ni rótulos en los
estantes como pudiera ser en una librería de medio pelo, aquí para encontrar un
libro rápido, es preciso conocer de qué tamaño lo imprimieron, y así intuir en
cuál nivel cupo.
Así las cosas con
los libreros y el nuevo sistema de acomodo, ahora lo mismo conviven el “Fuenteovejuna”
de Lope de Vega, con la guía de “Vinos para Dummies”, y el “Don Quijote de la
Mancha” con la “Guía de Dinosaurios de la A a la Z”, todo ello, por haber sido
publicados en formato parecido.
Con frecuencia
incurro en la cuestionable práctica de prestar libros, y a veces hasta los regalo,
no me molesta, por el contrario, soy de la idea de que es mejor que circulen a
que se empolven, aunque siempre prefiero que regresen. Pero por si acaso, viene
y no estoy, si busca en mis libreros no se desespere, tómelo con calma, ya que
por pura proximidad, se puede llevar la grata
sorpresa de encontrar un buen libro que no buscaba.
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