viernes, 10 de abril de 2020

Confesión Literaria


Todo comenzó cuando quise ordenar mis libros. Con más de 15 años de casado y varias mudanzas por tres ciudades, en familia, acumulamos varias cajas de libros. Algunas (Primera confesión) permanecieron cerradas varios años, hasta que por fin volvieron a ver la luz.

Como no dispongo de tantos muebles ni mucho menos libreros, el único que tenía lo utilicé para poner mis libros favoritos, los de mayor estima o de más frecuente uso. Así que el pobre estaba atestado y soportando más peso del razonable. Había libros encimados, uno puestos de canto, otros de perfil, algunos acostados, otros parados, otros en cantilever, y unos cuantos haciendo equilibrio para no caerse, aquello parecía un autobús urbano en hora pico.

Un día decidí ponerle arreglo al asunto y comencé a buscar libreros. Después de ver modelos y precios, comprobé que los que había “en existencia”, me parecían caros y no me dejaban del todo satisfecho, así que me pareció más interesante la idea de diseñar uno a mi gusto. Lápiz, papel y una dosis de creatividad, fueron suficientes para tener lo que me parecía, el mejor librero posible. Recurrí a un amigo con buen oficio mueblero y confiando en él, le di los croquis para que me hiciera, no uno, sino 3 libreros iguales. Aceptó el reto con entusiasmo y me despedí elevando los ojos al cielo, y (como en anuncio de “Melate”) pensando: “Ya me vi.”

Un mes después los muebles llegaron a casa. Cada librero visto de frente tiene 5 entrepaños a diferentes niveles. Si se le ve de costado, verá que la base es la parte más ancha del mueble, y conforme toma altura, se va haciendo angosto hacia la parte de atrás. Hasta aquí nada pareciera salirse de control, el único detalle que lo hace altamente disfuncional (y aquí es donde viene la principal confesión), es que diseñé los espacios para los libros de diferentes medidas, siendo los de arriba más pequeños y conforme van bajando se van haciendo mayores. 

Si estos libreros fueran estantería para Galerías el Triunfo o Walmart, serían un diseño fenomenal, porque los objetos grandes irían abajo y los chiquitos arriba, lejos del alcance de los niños y acorde a toda lógica. Pero en literatura la regla no aplica. Pues regularmente los libros se acomodan por temas, géneros o autores, y no por tamaños. 

Todo esto se los comento, por si algún día viene por la casa y quiere buscar un libro. No espere encontrar el Sistema de Clasificación Decimal Dewey, ni rótulos en los estantes como pudiera ser en una librería de medio pelo, aquí para encontrar un libro rápido, es preciso conocer de qué tamaño lo imprimieron, y así intuir en cuál nivel cupo.

Así las cosas con los libreros y el nuevo sistema de acomodo, ahora lo mismo conviven el “Fuenteovejuna” de Lope de Vega, con la guía de “Vinos para Dummies”, y el “Don Quijote de la Mancha” con la “Guía de Dinosaurios de la A a la Z”, todo ello, por haber sido publicados en formato parecido.   

Con frecuencia incurro en la cuestionable práctica de prestar libros, y a veces hasta los regalo, no me molesta, por el contrario, soy de la idea de que es mejor que circulen a que se empolven, aunque siempre prefiero que regresen. Pero por si acaso, viene y no estoy, si busca en mis libreros no se desespere, tómelo con calma, ya que por pura proximidad, se puede llevar la  grata sorpresa de encontrar un buen libro que no buscaba.

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