El gusto por la jardinería lo heredé de mi mamá, y seguramente ella lo hizo de mi abuela. En sus casas nunca han faltado árboles y plantas qué atender. Ahí aprendí los cuidados básicos que uno debe dar a su jardín y los nombres de todo lo que ellas cultivaban, pero más importante aún, ahí aprendí a querer y a cuidar todo tipo de plantas.
Yo he procurado inculcar en mis hijos el gusto por la jardinería, al menos de la forma como lo hicieron conmigo. Considero que el jardín, sea grande, pequeño, o simplemente conste de un par de plantas en maceta, además de ser un elemento que embellece cualquier hogar también es un espacio que despierta en quienes los cuidan características que los vuelve personas más sensibles y empáticas hacia su entorno.
Al hablar de cuidar una planta o un jardín entero, nos estamos refiriendo a cuidar seres vivos, y por lo mismo son una gran herramienta para despertar en nuestros hijos su sentido de responsabilidad.
También es un medio extraordinario para aprender a desarrollar la paciencia, pues el proceso de crecimiento de árboles y plantas, y no se diga el tiempo de floración o de cosecha, ocurren cuando deben ocurrir y no cuando el cuidador quiere. Un jardín, no es como una aplicación en un smartphone que la bajas y ya está lista para jugar con ella.
Tampoco es como un juguete caro o barato que vas a la tienda y lo compras y empiezas a gozar de él. Un jardín, se planea, se siembra y se va haciendo bello con el tiempo, y una vez que lo logras, debes estar atento a él todos los días, pues al menor descuido, el jardín va a resentir la falta de cuidado y de atención.
Conozco una familia, donde el padre dividió el jardín de su casa en tantas partes como hijos tenia. Después asignó a cada hijo una parte del jardín y los puso a su cuidado. A partir de ese momento, el jardín se convirtió en un factor determinante para conceder o negar permisos a los hijos, es decir, se convirtió en el mejor aliado del papá, porque si bien a una persona la puedes engañar con facilidad, a un jardín no.
Un jardín le dice cosas a quienes lo visitan, pero no todos pueden oírlo, solo lo perciben quienes lo saben escuchar. Un jardín por ejemplo te dice si su cuidador ha estado atento o no, si lo ha regado constante y correctamente o si es de los que deja la manguera abierta y se olvida.
También te dice si lo limpian con regularidad, o si dejan que se acumule basura y crezca hierba. De igual forma te dice si se ha infectado con alguna plaga o si a alguna planta le faltan nutrientes. Y por supuesto también dice buenas noticias, un jardín te grita cuando se siente sano y fuerte.
Además de los conocimientos técnicos que se adquieren con el cuidado de toda planta o jardín, me gusta enseñar a mis hijos sobre el tema para seguir desarrollando en ellos el sentido de la responsabilidad, la paciencia, el respeto y el aprecio por la naturaleza, el sentido de la estética, y ese aprendizaje al que las nuevas generaciones están tan poco acostumbrados, que se contrapone con la inmediatez, pues nos hace ver que las cosas que valen la pena, toman su tiempo.
Mientras todo ese aprendizaje llega y da fruto, seguiré disfrutando de esa sencilla convivencia con mis pequeños, usando el jardín como el pretexto perfecto para ensuciarnos las manos y terminar eventualmente cubiertos de tierra.
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