Me gusta que mis hijos convivan
con perros, y aunque sé que es riesgoso para ellos, (para los perros), finalmente terminan conociéndose,
respetándose y queriéndose unos a otros.
Las mascotas, y especialmente los
perros siempre le han aportado a mi familia un ingrediente de funcionalidad que
es útil y recomendable. Me refiero a la seguridad, pues sus sentidos les
permiten detectar situaciones de riesgo
antes que a nosotros. Especialmente cuando se trata de que algún extraño se
acerque a la casa.
También gracias a los perros hemos podido
enseñar a mis hijos que tener un animal implica una responsabilidad, pues hay deberes
relacionados con la higiene, la salud y
la sociabilidad, en la cual los perros se convierten en un aliado para el
aprendizaje.
Como ejemplo y sin que estuviera considerado
en el plan de estudios original, la tarea de recoger los desechos del perro se
ha vuelto un tema hasta para desarrollar habilidades de negociación entre mis hijos,
pues lo que para mí sería tomar una bolsa, recoger las heces y tirarlas a la
basura, para mi pequeño vástago es salir
al patio, buscar los mentados residuos, contarlos, dividirlos entre dos, avisar
a su hermana que le toca recoger su 50%, ir a buscar una bolsa para llevar a
cabo la tarea, hacerse loco un rato para ver si a papá y mamá se nos olvida el
tema, rogar porque a la hermana también
se le olvide y finalmente salir a regañadientes a cumplir con la imposible
misión cuando se topa con la mirada de quien le dio la vida.
Así les vamos enseñando y así
vamos aprendiendo nosotros de ellos también.
Hasta que llegan temas donde entramos en conflicto, como el hecho de
sacar a pasear al perro con un collar de castigo, pues sienten que el animalito
de tanto que estira se pone morado. O
cuando hay que aplicarle un correctivo por haber hecho algo indebido y cual si fuera
político, a periodicazos le vamos enseñando lo que si y lo que no. Ahí es cuando mis hijos sienten que no quiero
al perro y es justo ahí donde la sociedad a veces tampoco ayuda.
Ya ven que está en boga hablar
sobre familias; en todas sus
presentaciones, pues para mí las mascotas son sólo eso, mascotas y no familia. Y aunque en algunos casos se les quiere más que
a ciertos familiares, porque generalmente también ellas nos tratan mejor, he
sido muy determinante en señalar que un animal, por muy querido que sea, no se
puede comparar con una persona.
Ahora bien, últimamente han abierto en la ciudad, espacios
públicos, restaurantes y centros comerciales que se les denominan “pet
frendly” (me parecen de lo más chocante
el término, no por lo que significa,
sino porque lo tengan que llamar en inglés para que la sociedad lo acepte, pero
así estamos).
Pues en uno de estos lugares me
tocó ver a una perrita usando zapatos de tacón (zapatos para perro, por supuesto). Cabe señalar que con el
atuendo y el modo de andar, se parecía bastante a la dueña, quien llevaba la correa por el otro extremo. Y al
rato, me tocó ver a un perro con chamarra y gorro como si fuera un niño. El caso más absurdo, se trataba de una pareja
de jóvenes que llevaban un perro vestido como si fuera un niño, metido en una
carriola para bebés y lo paseaban como si se tratara de su hijo.
No sé qué pase por la mente de
estas personas, quizá piensan que darle a los perros el trato que ellos
quisieran recibir es hacerlos felices, quizá tengan una conexión neuronal con
los animales y logren ponerse de acuerdo hasta para escogerse la ropa, o quizá
simplemente tengan unas ideas diferentes a las mías. Lo cierto es que en las
tiendas cada vez es más común encontrar ropa para mascotas que van desde lo que
pudiéramos llamar sencillo hasta lo exótico.
Creo que humanizar de esa forma a
los perros y a los animales en general, también debería ser considerado como una
forma de maltrato animal. Los perros son perros y tienen derecho a un trato
digno y nosotros que nos decimos “seres superiores” (y ya empiezo a tener mis
dudas) debiéramos ser los primeros dárselos.
Humanizar animales a nuestro
gusto y a nuestro antojo, me hace pensar que simplemente los estamos utilizando
para hacer con ellos, lo que no fuimos
capaces de lograr con alguien más. Dicho de otro modo, es aprovechamos
de su nobleza.
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