No acostumbramos salir de vacaciones durante la Semana Santa. Los sitios turísticos suelen estar atiborrados, así como los restaurantes, hoteles y balnearios, y como en mi familia somos refractarios a las aglomeraciones, decidimos disfrutar de la hermosa Guadalajara, que durante ese período vacacional, lució todavía mejor.
Mis días comenzaban alrededor de
las 7:30 de la mañana. Mi papá sabiamente me habría recomendado – No tiene caso
hacer pendejadas tan temprano - y tiene razón, sin embargo no era por
iniciativa propia abrir los ojos con el alba, sino que mi hijo de 4 años suele
demandar atención desde esa hora.
-
Papá, ¿Me das leche?
Y yo que estaba programado
mentalmente para despertarme un poquito más tarde, a esa hora no distinguía si en verdad alguien me
hablaba o aquella voz provenía de un sueño. Como es natural, hice caso omiso a la demanda. Ah, pero si hay algo que los hijos no
perdonan es que los ignoren.
-
Pa – páaaa, -
me insiste poniendo su cara a medio centímetro de la mía. Siento su
aliento.
-
Maaandeee – dije arrastrando la voz y todavía
sin abrir los ojos. Con el temor de que al abrirlos, por allí se me escapara el
poco sueño que me quedaba.
-
Quiero leche.
-
Es muy temprano, hijo, espérate un poquito…
-
Es que tengo mucha sed
-
Pues sírvete tantita agua…
Y aquí el puchero y las palabras
pujadas, comienza a tomar forma en la base de la garganta
-
Eees que quieeero leeeeche…
-
Ándale pues.
Levantarte a preparar una leche,
antes de las 8:00am implica que no puedas volver a pegar los ojos. Porque con
el timbre del horno de microondas, o con la puerta del refrigerador, se
despierta mi otro angelito de 6 años y con eso tengo para el resto de día.
-
Papá, ¿podemos prender la tele? - me dice mi niña.
-
Si, pero bajito porque me quiero volver a dormir
– lo dices con la esperanza de volver a la cama; sino a dormir, cuando menos a retomar
el libro que deje a medias hace un par de días. Y antes de que el otro becerrito se termine el
vasote de leche, que ganas no me faltan de preparárselo con atole.
-
Ay, papá, acompáñame a ver una película
-
No hijita, es muy temprano.
-
Nada más le haces caso a mi hermano y a mí no –
me lo dice con una voz que casi parece de sufrimiento por abandono.
-
Ándale pues, ¿qué vamos a ver?
-
“La
Sirenita”
-
¡¿OTRA VEZ?!
-
Está bien bonita, y hace mucho que no la vemos
-
Si, pero la hemos visto como treinta veces.
-
Porfi… porfis… porfis…
Y así comienza tu primer día de
vacaciones cuando todavía no son las ocho de la mañana, ya estás viendo “La
Sirenita” por enésima vez, con todo y su pescadito amarillo que no entiendo
cómo le hace para hablar y respirar fuera del agua, pero en fin.
Con cinco minutos de película, sentí
que los párpados se me cerraban y comencé
a ver todo borroso. En virtud de que mi
hija no se percataba de mi somnolencia, quise aprovechar para dormitar otro
rato, y justo cuando el sueño me estaba venciendo llegó mi pequeño vástago como
becerro recién amamantado.
-
Papá, ya me acabé la leche, ¿me prestas tu
teléfono para jugar?
-
No.
-
¿Por qué no?
-
Porque no, es muy temprano para que estés
jugando con el teléfono.
-
Ya sé, - comenta emocionado - ¿Entonces me
acompañas a jugar con mis carritos…?
-
Olvídalo, agarra el teléfono…
Hace mutis con una pícara sonrisa
en los labios, sabedor de que logró lo que quería y se desaparece un buen rato,
generalmente hasta que el teléfono se queda sin pila.
En
ese tenor transcurre una buena parte de la mañana:
-
Papá ¿jugamos con el wii? - me dice mi hijo, cuando ve que al teléfono casi
le sale humo.
-
No.
-
Mi hermana ya vio mucho la tele, ahora sigo yo.
-
Tienes razón. Hija, sigue tu hermano de ver la
tele, préstasela… y yo mientras voy a retomar mi libro.
-
Está bien, - dice mi hija – Papá, ¿vas a leer?
-
Si
-
¿Me lees un cuento?
-
No, quiero leer mi novela…
-
Es que te vas a tardar mucho, ¿Qué te parece si
mejor pintamos?
-
Ándale pues… pintemos.
Y así transcurre otro rato del
día, mientras mi libro sigue esperándome en el buró. Terminamos de comer en
familia y cuando pasa por mi mente la disyuntiva entre tomar una siesta o
sentarme finalmente a leer al menos un capítulo de mi novela, mi hijo tiene una
brillante idea:
-
Papá, ¿jugamos dominó?
-
Hijo, eres el único niño que toma leche y juega
dominó, algo no anda bien con tu desarrollo.
-
Andale, ¿si?, ¿jugamos? ¿jugamos?
-
Ándale pues… juguemos
Y así se nos pasa otro rato jugando
varios juegos de mes en los que mi niño deja ver que el valor de la honestidad,
apenas lo está aprendiendo
-
Pablo, eso que hiciste es trampa.
-
Nooo – contesta más que sorprendido, extrañado
de la acusación.
-
Claro que si, ya perdiste.
-
No, en este juego no se vale perder – argumenta contundentemente
en su defensa y me deja sin palabras, pensando en lo que dijo: “en este juego no se vale perder”
-
Mejor dejemos los juegos de mesa por la paz y
váyanse a ver la tele – los conmino con el ánimo de volver a mi anhelada
lectura.
-
No, papá, - dice mi niña luciendo el rostro de
quien acaba de tener una gran idea - Mejor vamos al parque y sacamos a pasear a
Tina… (refiriéndose a nuestra perrita, no confundir con la chica de la limpieza
quien a pesar de llevar el mismo nombre que nuestra mascota, no requiere que la
saquemos a pasear).
-
Hijita, son las cuatro de la tarde, el sol cae a
plomo, hace muchísimo calor…
-
Porfis… porfis… porfis…
-
Ándale pues, saquen cachuchas para todos – y allá vamos al parque.
Ya cayendo la noche, les pido a
mis hijos un momento de descanso que a leguas se ve que ellos también lo
necesitan.
-
Papá, ¿tienes ganas de leer?
-
Si, hijita, desde en la mañana… por eso necesito
que ya se vayan a dormir.
-
Ya sé, papá ¿Por qué no te vas al cuarto con
nosotros y nos lees un cuento?
Dócilmente prefiero aceptar la
propuesta que iniciar una confrontación.
Y así nos vamos hasta que caen rendidos en brazos de Morfeo. Finalmente me
retiro a mi habitación donde también encuentro rendida a mi linda esposa.
-
Ya me voy a dormir – le digo con los párpados a
media asta.
-
¿Qué no ibas a leer? ¿no que estabas tan picado
con la novela?
Volteo al buró y ahí está
esperándome una emocionante historia. La tomo en mis manos, la sopeso en todo
lo que representa y la vuelvo a dejar sobre el buró.
-
Si estoy picado con la historia, pero sabes una
cosa, ya habrá tiempo de leer, porque la novela aquí la voy a tener siempre, y a
mis hijos no. Dentro de 2 o 3 años ellos ya no van tener ganas de jugar dominó conmigo, ni de pintar, ni de ir
al parque, ni de jugar a los carritos, quizá ni de ver la tele juntos, así que
si no los aprovecho ahora, cuando eso pase, me voy a arrepentir enormemente de
haber leído tanto.
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