Era el sábado anterior a la Navidad, mi esposa y yo
nos levantamos temprano, con el plan en mente y la firme decisión de llevarlo a
cabo esa misma mañana.
Nos fuimos a desayunar los cuatro: Mi esposa, mis
dos hijos y yo
-
Llegó el momento de contarles algo – les dije a
los niños mientras el mesero diligentemente nos serbia las bebidas - Seguramente
han escuchado a algunos niños que dicen que Santa no existe... Seguramente ustedes
mismos han dudado sobre su existencia.
-
¡Nooo!, - Dijeron al unísono… como sintiéndose
descubiertos de algo prohibido.
-
Como ustedes saben, la llegada de Santa, cada año
a nuestra casa es muy emocionante.
Bueno pues como ustedes ya están
suficientemente grandes y han demostrado ser niños muy buenos, los vamos s invitar
a que a partir de esta Navidad ustedes disfruten doblemente a Santa, no sólo
recibiendo regalos sino además haciendo que otros niños también los reciban.
-
Ya sé a qué te refieres - dijo mi hijo
- quieres que le llevemos juguetes a los niños de la casa hogar,
¿verdad?
-
Si, también, pero eso no es todo…
Para que Santa llegue a cada
casa, es necesario que exista un papá o una mamá que le ayude a comprar los
regalos, pues él no puede hacerlo sólo.
Y en las casas donde los niños no tienen papá o mamá, es todavía más
importante ayudarlo. Así que vamos a ir a comprar regalos para los niños de la
casa hogar y se los vamos a llevar para que Santa llegue también para ellos, es
decir, a partir de este año, ustedes también formarán parte del equipo de
trabajo de Santa… ¿ok?
Las caras de mis
hijos no daban crédito a mis palabras y sus asombrados ojos casi se les salen de las cuencas…
-
¿O sea que Santa son ustedes? – dijo mi hija con
un gesto de asombro en su cara que ni ella se creía…
-
Somos los que hacemos el trabajo sucio - les dije - o digamos que gracias a nosotros Santa ha
podido llegado a nuestra casa todos estos años desde que tu naciste, haciéndolos cada año muy pero muy felices a los dos.
Lo que parecía una explicación de lo más convincente
se transformó sin que fuera nuestra intención, en un encontronazo de sentimientos
que mis pequeños vástagos no supieron cómo digerir, (luego nos dimos cuenta que lo que pasó por
su mente, fue que al revelarles el modus operandi ya no habría regalos para
ellos).
Pobres de mis hijos, sin más explicaciones ni
palabras, iniciaron el rictus de todos conocido como “puchero” y sin más, soltaron
el llanto en pleno restaurante mientras
mi linda esposa y yo intercambiábamos miradas como pensando “fue idea tuya”.
El mesero llegó y prefirió seguir de largo como interpretando que aquel no era el mejor
momento para seguir tomando la orden. Mi mujer me miraba como diciendo “Ahora
compones lo que desmadraste” y yo tragaba saliva imaginando que el resto de los
comensales pensaban: “Seguro se están divorciando
y les acaban de dar la noticia a los pequeños… que poca... qué papás tan insensibles … hubieran esperado a que
pasara la navidad”.
Sin embargo, fiel a mis convicciones y tratando de
salir lo mejor librado posible de aquel numerito, con cara de sorprendido les pregunté a mis hijos por qué lloraban. Mi hija entre sollozos nos dijo: - Acaban de destrozar nuestra infancia. (Para mis adentros no sabía si reír o ponerme
a llorar ) y mi pequeño hijo con sus ojotes lagrimosos me reclamaba: - Yo
apenas tengo nueve…
-
A ver, a ver… - les dije, empezando por mi hija.
- Tú estás a MESES de entrar en la secundaria, y en tu última carta le pediste a Santa que te
anexara el ticket de compra de los patines por si hubiera necesidad de
cambiarlos… así que no hay motivo para
llorar. Además has tenido una infancia
bellísima todos estos años… “y larguísima” agregó mi esposa, acordándose de los
desplantes de pubertad que se suele fletar con la pequeña giganta.
-
Y tú – Dirigiéndome a mi hijo - Que hace apenas unos
días retabas al espíritu de la navidad bajo la amenaza de: “A ver si es cierto…
le voy a hacer la carta un día antes…”, No me salgas con que apenas tienes nueve…, además ya casi cumples 10.
Sin embargo, con aquella arenga lo único que ocasioné fue empeorar las
cosas… - Bueno, ya, ya ya, ahora necesito que dejen de llorar, terminen de desayunen
y nos acompañen a comprar los regalos…
-
¿Cuáles regalos? - Dijeron todavía entre
sollozos…
-
¿Pues cómo cuáles? …los de navidad, los que “les
va a traer Santa”…
-
¿Para nosotros?
-
Si, y también para los niños de la casa hogar, es
decir, que vamos a comprar los regalos para que Santa los traiga en Navidad. Ahora conocerán las peripecias que tenemos
que hacer los papás para conseguir lo que piden, y nos ayudarán a buscarlo para
que Santa pueda hacer bien su trabajo, modestia aparte, como cada año, no se
hagan.
-
¿Qué?, ¿O
sea que nosotros vamos a escoger nuestros regalos?
-
¡Claro! Aunque
les advierto que el dinero no alcanza para todo lo que suelen pedir, así que
tendrán que escoger sólo lo que más les guste.
De haber sabido por ahí hubiéramos empezado… el
rictus se transformó en mueca de incredulidad y poco a poco en sonrisa… y una
hora después andaban como locos escogiendo y priorizando sus deseos.
Además pasaron el resto del día haciendo preguntas como:
¿Dónde guardábamos las cartas?, ¿Cuáles juguetes nos había costado más trabajo conseguir?,
¿Dónde habíamos comprado algunos? y ¿Cómo
le hacíamos para cargar con ellos hasta las casas de los abuelos?, donde generalmente
pasábamos la Navidad.
El caso es que durante ese fin de semana mis hijos
crecieron más de lo que tenían planeado, ayudaron y cooperaron mejor de lo que
pensábamos, y aunque al principio el proceso fue emocionalmente doloroso, al
final del día agradecieron que les hubiéramos contado todo.
Nuestros hijos ya crecieron… ahora como padres
entramos en una nueva etapa en la cual seguiremos aprendiendo nosotros de ellos y ellos de
nosotros. Es muy común que quienes
tienen hijos mayores me recomienden que disfrute al máximo a mis hijos, porque crecen
muy rápido.
Ahora los comprendo mejor. Aunque debo decir con
orgullo que siempre los he disfrutado mucho y que he aprendido a compartir con
ellos y con mi esposa, desde lo más cotidiano hasta lo más emocionante. Creo que
en gran parte la felicidad consiste en eso.
Lo que más me gusta y lo que menos me gusta de ser
papá, lo puedo resumir en una sola idea…
“ver a mis hijos crecer”. Ahora lo tengo
comprobado, este fin de semana vivimos con ellos una experiencia extraordinaria,
y tan solo el recordarlo me rehacer un nudo en la garganta.
Al final del día, les di un beso y los mandé a
dormir. Mi hija se despidió con una pícara
sonrisa y haciéndome la señal de que me estaría vigilando. Mi hijo también se fue a la cama feliz, aunque
sus inquietos ojos me decían que en su mente había miles de ideas todavía dando vueltas y vueltas.
-
¿Qué te pasa? - le dije - ya duérmete.
-
Papá, es que te tengo una última pregunta.
-
¿A ver, qué más quieres saber?
-
¿Qué me tienes que decir sobre el ratón de los
dientes?
-
¡Eh!… - le dije
con una ancha sonrisa – que te quiere mucho - y le apagué la luz.
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