El Papa Francisco llega a México
envuelto de una gran expectativa. La
visita del hombre que le ha dado una nueva cara a la iglesia católica me renueva
algunas esperanzas y al mismo tiempo me invita
a reflexionar en la forma como lo vamos a recibir los mexicanos.
Quisiera pensar que estamos más interesados en lo que el Papa nos pueda dejar,
que en aquello que nosotros como pueblo le vamos a dar. Es decir, ojalá que
estemos abiertos a escuchar sus mensajes
y aprender de su ejemplo. Sería una oportunidad perdida, ignorar a un emisario de ese tamaño que trae un mensaje para nosotros, después de haber
demostrado ser el reformador que es.
Los mexicanos solemos ser muy
generosos con nuestros visitantes, nos gusta recibirlos con alegoría y ser
espléndidos; a veces incluso más allá de nuestras posibilidades. Nos gusta que las visitas se lleven una buena
impresión cuando vienen a la casa. Sin embargo, no se puede ni se debe tapar la
verdad. Estoy seguro de que a pesar de los
esfuerzos por mostrar nuestra mejor cara, habrá en el ambiente síntomas
evidentes de un pueblo convaleciente que no ha terminado de recuperarse.
Por eso celebro la visita del
Papa Francisco a nuestro país, tan congruente y oportuna como la visita que hace un médico a un
paciente cuando está enfermo, y no cuando está sano. Tan necesaria como para que alguien de tan
lejos, tenga que venir a recordarnos los
maravillosos que podemos ser los seres humanos cuando actuamos de forma
pacífica y misericordiosa.
¿Qué me gustaría escuchar del
Papa?
Que hiciera un llamado a fortalecer
la fe de los mexicanos, y que nos enseñe
a encausar la fe a través del amor y del servicio a los demás, y se deje de ver
como un medio para expiar culpas mediante actos de sufrimiento, dolor o flagelación.
También que hiciera un llamado a
la razón, pensando en aquellas personas
que no se mueven bajo el efecto de la fe, para que también a ellos llegue su mensaje con
la fuerza de quien se ha convertido en el líder de una iglesia incluyente, con un nuevo rostro que no excluye ni condena
a nadie en forma definitiva.
¿Y qué esperaría del pueblo
mexicano?
Que abramos nuestra mente a
escuchar a una persona que ha tenido el arrojo de auditar al banco del Vaticano, y que ha reconocido que a Dios se
puede llegar a través de varios caminos distintos, y que por lo tanto, las diversas
religiones del mundo pueden convivir en perfecta armonía.
Que la soberbia no nos haga
pensar que un hombre que ha sido capaz de reformar a la iglesia en pro de las
familias, y que ha sido intercesor de
conflictos internacionales en la búsqueda de la convivencia pacífica, no tiene
nada qué decirnos o nada que enseñarnos.
Que reflexionemos sobre la
importancia de alimentar y ejercitar nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro
espíritu, que seamos conscientes de que al ser hombres somos frágiles y por
ello estamos expuestos a sufrir quebrantos en las tres dimensiones de nuestro
ser.
Que por ningún motivo, vayamos a
pensar que con la visita del Papa se van a solucionar milagrosamente los conflictos que aquejan a
nuestro país, sería infantil suponer que el paciente se alivia con tan sólo
recibir la visita del médico. A nosotros
nos corresponde escuchar con atención, seguir sus recomendaciones y tomar nuestra medicina.
La visita del Papa fue muy
esperada y hay una gran expectativa al respecto, sería interesante saber qué expectativa
tiene el Papa del pueblo de México, él
sabe que a los mexicanos nos mueve muchísimo la fe, pero también que nos
encanta el relajo. Sería una pena que nos dejemos llevar por la pasión
desbordada y dejemos pasar esta oportunidad como para sacar de ella algo más profundo
y más serio.