Puedo jurar que mi inexperiencia deportiva se puso de manifiesto al no dimensionar el tamaño del evento del cual sería testigo por vivir en la ciudad sede. Más me ocupaba saber por cuáles calles podía transitar y cuales seguían en reparación a causa de la manita de gato que le estaban dando a la Perla de Occidente. Más me divertía viendo cómo se construía el estadio de atletismo, la alberca y las canchas de tenis, mientras en el periódico los políticos se daban hasta con la cubeta por tratar de colgarse la medallita y echarle tierra al de enfrente.
Total que por andar procurando el pan de cada día y tener la mente en todo menos en el deporte (Como decía Germán Dehesa, “yo soy más bien de pijama y pantufla”) me llegó la fecha de la inauguración y no compré boletos para nada. Sin embargo se presentan a la sazón un par de paradojas: “Los boletos están carísimos, pero están agotados” y “Los boletos están agotados, pero las competencias se ven desairadas, hay butacas vacías en todos los estadios” Como dijo Michael Jackson “Aclárenme”Resulta que los precios oscilaban desde veinte pesos hasta varios miles de pesos. Pero se comenzaron a vender desde abril o mayo cuando los estadios no tenían ni licencia de construcción (No me extrañaría que algunos todavía no la tuvieran, pero de la corrupción hablamos luego). Y claro, las personas más pendientes del tema fueron las que los apañaron desde los primeros días, mientras uno andaba papando moscas.
¿Qué por qué se ven los estadios medio vacíos? Se debe a que se repartieron una buena cantidad de cortesías a personas “importantes” que a la fecha no recuerdan dónde los guardaron o que simplemente no les interesa asistir. Ahora tenemos instalaciones nuevas que fueron terminadas “justo en la rayita” y eventos que inician luciendo butacas vacías. A mucha gente local también se le durmió el gallo, y no es excusa, pero entiendo la desconfianza de aquellos que pensaron ¿Cómo voy a comprar boletos con tanta anticipación en un estadio que no existe? Bueno, pues ahí está el resultado. Los que no tenemos boleto los vemos en la tele, y los que si compraron ven las competencias parados, porque las graderías tienen un letrero que dice “No se siente, pintura fresca”
No obstante las paradojas, confiando en mi intuición hicimos un par de esfuerzos: Salí con mi pandilla conformada por mi mujer y mis dos vástagos en busca de boletos. Llegamos a las instalaciones de la alberca panamericana y la regordeta de la taquilla nos dijo: - ¡Uy no!, joven, ya no hay boletos...
- ¿Y entonces porqué está abierta la taquilla? ¿Es taquilla, o es tiendita?
- Pues para las finales ya no hay ni de natación, ni de clavados, ni de nado sincronizado, ya nada más tengo poquitos de las eliminatorias de waterpolo
- ¡En serio! – le dije – yo siempre soñé con ser waterpolista. Véndame cuatro.
Mi mujer se me quedó viendo con cara de “A ti ni te gusta nadar, no mientas delante de nuestros hijos, ni le estés coqueteando a la gordita” (es increíble todo lo que se puede leer en la mirada de una mujer) (especialmente en la mirada de tú propia mujer).
Confiado en mi buena suerte, unos días después volví a convocar a mi pandilla y les dije, ahora vamos por los de gimnasia, de una vez conocemos el estadio. Pues si lo conocimos, pero por afuera. El primer desafío fue encontrar estacionamiento, pues los “viene viene” tienen acaparada la zona y más que tarifa, parece que cobran predial.
Llegamos al estadio y la fila en la taquilla pasaba de treinta personas. El sol caía a plomo sobre el pavimento, me acordé de mis suegros que viven en Monclova y pensé “Esto durará poco”. Eran las doce del día, y desde allá alguien dijo: “Que van a abrir hasta las dos”, para mi esperar dos horas es como hacerle antesala a cualquier político de mediano prestigio. Así que pensé “Si me aguanto dos horas para ver a un funcionario, que no las aguante para ver a las gimnastas, fácil.”Desplegué una sombrilla color vino tinto que me hace ver muy varonil y dije, - De aquí soy – mi mujer y mis hijos se instalaron en un local de mariscos de los tantos que han proliferado en la zona y desde ahí vieron como me cocinaba a fuego lento. La fila siguió creciendo hasta llegar a la equina, parecíamos formados para el programa de “piso firme” y apenas eran las doce y media.
Dieron las dos de la tarde y otra regordeta salió de la taquilla, (ya conozco el perfil de las taquilleras) a puros gritos nos dijo que le quedaban cuatro boletos de volibol, tres de tiro con arco y ocho de equitación. Yo pensé, “Si no lo resuelve como la multiplicación de los panes, a esta también la van a crucificar” comenzó el griterío y los empujones. – Hasta aquí llegué – dije mientras tomaba a mis hijos y a mi mujer de la mano y nos fuimos juntos a comer a la sombrita. Como en muchos casos la cultura nacional aflora aunque uno no quiera, aquí algunas notas. Dos costosas bicicletas de ciclistas colombianos que participarían en la justa, fueron robadas dentro de la villa panamericana.
Los participantes del Tae Kwan Do, tuvieron que competir en “tatamis usados” (los tatamis son las colchonetas donde pelean) porque los nuevos se quedaron atorados en la aduana de Manzanillo. Tristemente nos gana la burocracia. Los participantes en bádminton de la selección nacional, tuvieron que jugar con playeras polo verdes, porque sus uniformes no llegaron a tiempo. (Lo bueno fue que Fábricas de Francia estaba abierta). Lo trágico fue que para cuando llegaron los uniformes, nuestros connacionales ya habían sido descalificados sin derecho a estrenar uniformes en la siguiente ronda. Ahora nadie sabe qué hacer con los uniformes nuevos.
Los Panamericanos son las olimpiadas de América. Con todo y sus avatares, me da gusto que México y en particular Guadalajara sean sede de un evento de proyección mundial. Todos quisiéramos que las cosas fueran perfectas cuando tenemos visitas en casa, pero no siempre es así, estoy seguro de que unos pequeños detalles no pueden opacar tanta belleza que envuelve a nuestro bello país.
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