miércoles, 12 de octubre de 2011

No Tolero la Intolerancia

No Tolero la Intolerancia

Aprendí desde pequeño que mis derechos terminan donde comienzan los tuyos.  Aprendí que es conveniente ser tolerante ante las circunstancias y ante los demás,  ya que todos somos diferentes y el mundo no está hecho a la medida de nadie en particular. Por lo mismo resulta más fácil adaptarte al mundo, que vivir esperanzado a que el mundo y la gente se adapten a ti.
Sin embargo y a pesar de esto, cada vez me resulta más difícil encontrar destellos de tolerancia a mi alrededor, dando cabida de manera frecuente a ese nocivo concepto bien llamado intolerancia, que según recuerdo, años ah, recurríamos a él sólo para denostar actitudes de repudio generalizado como la delincuencia, la violencia, la falta de respeto,  la corrupción, el desorden, etc. Ante eso sí que éramos y seguimos siendo intolerantes.  Pero la intolerancia modelo la que vemos en el siglo XXI ¿De dónde salió?, ¿Quién la parió?

Entiendo que alguien pueda ser intolerante a la lactosa, a la carne de puerco o a los mariscos, pero ¿ser intolerante a los demás porque diferimos en la forma de pensar, en las creencias, en los gustos o en las actitudes?. Reflexionemos si este síntoma es igual que siempre o ya se está pasando de la raya.
La prensa internacional narra dos sucesos recientes:

El primero sucede en Irán, donde una actriz local la condenan a prisión y a 90 latigazos por protagonizar una película donde se critican las políticas de la república Islámica.  (En la  novela “La Catedral del Mar” de Ildefonso Falcones, castigan a una esclava a latigazos, pero eso sucede en el siglo XIV no en el XXI).

En Francia otra mujer es arrestada por llevar el rostro cubierto con un burka, tal como lo manda la religión Islámica. Esto debido a que una nueva ley local lo prohíbe y lo condena.
En mi país no se tolera que la selección de futbol pierda un partido, porque ya es motivo de vergüenza y deshonra. Ni pensar que uno de ellos anote un autogol, pues eso tampoco se tolera y sería motivo suficiente para enviarlo al paredón. 

Tampoco se tolera que un militante de un partido político alabe las iniciativas y los programas  puestos en marcha por el partido contrario  y mucho menos que piense que la bancada de enfrente pueda tener una buena idea,  porque ese tipo de libertad de pensamiento es vista como falta de lealtad a la borregada de la cual forma parte y eso no se puede tolerar. 
En Guadalajara, donde los Juegos Panamericanos finalmente son, la ciudadanía no tolera el tráfico en las avenidas, las obras de pavimentación y remozamiento de camellones tardíos por toda la ciudad, ni el derroche de inversión en publicidad con motivo de la celebración. Tampoco se tolera que los precios de la inauguración sean tan caros y que paradójicamente los boletos estén agotados.

En cualquier calle se puede ver a un señor intolerante a la forma de manejar de una señora,  o a la misma señora que no tolera la forma de manejar de otra señora.  También hay gente que no tolera que le limpien el parabrisas mientras el semáforo está en rojo, o que el de adelante no avance si la luz verde encendió hace más de un segundo.
En el supermercado, es fácil ver a gente intolerante a la lentitud con la que cobran las cajeras, o a ver que existen treinta cajas pero sólo están abiertas cuatro. Ni qué decir si al cliente adelante de uno se le ocurre pagar con vales de despensa o regresa un artículo, entonces hay que esperar a que aparezca el supervisor de las cajeras y perder nuestro valioso tiempo, eso definitivamente no se puede tolerar. También somos intolerantes a que el producto que buscamos esté agotado, a que la fruta esté magullada o a que el aguacate no baje de cincuenta pesos el kilo.

En el restaurante, he visto como somos intolerantes a que me traigan una limonada con hielo cuando la pedí sin hielo. A que me traigan la sopa caliente cuando la pedí hirviendo, o a que la cuenta traiga un error (en mí contra claro está, porque si es a mi favor, a cualquiera se le disculpa).
En cualquier lado, escucho la intolerancia a las personas diferentes a uno mismo, que si por gordos, que si por chaparros, que si por chilangos, que si por foráneo (palabra muy de Monterrey), que si porque estudiaron tal profesión, que si porque no estudiaron, que porque son de tal partido, que porque no son de ninguno.

En mi casa, no tolero ver un libro tirado en el piso, un foco encendido que nadie está usando, o un plato con restos de comida con destino a la basura (por eso ya casi soy talla 38).
La intolerancia nos tensa y nos cansa.  Como si trajéramos un filtro en nuestros ojos, que sólo nos permite ver aquello que nos molesta. La intolerancia, no es otra cosa que el vacío que ha dejado la tolerancia, esa preciosa virtud que nos permite comprender antes que exigir ser comprendidos y que nos hace escuchar antes que pedir ser escuchados.


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