“Eso de morirme, sí lo pienso dejar hasta el final.” Creo que así lo dijo Germán Dehesa, y lo cumplió.
Morirse, no tiene por qué ser nuestro destino, pero siempre será el final de nuestro corto o largo camino. Y si bien algunos seres se han acercado a alcanzar la inmortalidad; “¿Quién podría decir que murió Beethoven?” por ejemplo, así preguntaba Facundo Cabral, lo cierto es, que a la mayoría de nosotros, dentro de tres o cuatro generaciones, nadie nos recordará, a menos que a través de nuestros actos o nuestras obras, logremos la mentada trascendencia que, si bien algunos buscan frenéticamente, a otros ni por casualidad les quita el sueño.
El punto a reflexionar es, que si de algo conviene estar conscientes; es de que algún día se nos terminará la pila para siempre, es decir que entregaremos el equipo, o simplemente moriremos. Eso no es ningún secreto, el gran misterio es que desconocemos cuándo y cómo ocurrirá. Aunque siendo optimistas, desconocer esos “pequeños” detalles, resulta un gran alivio, pues de lo contrario viviríamos como esperando la ejecución de una sentencia, o como quien mira el consumir del tiempo en un reloj de arena.
¿Quién se ha puesto a pensar seriamente en cómo será su propio funeral? ¿Quién estará presente y quién se hará cargo de todo? ¿Dónde será? ¿Quiénes asistirán? ¿Permanecerá el ataúd abierto o cerrado? ¿Qué pensará y qué comentará la gente que asista, cuando esté delante de nuestro cuerpo?
¿Y quién ha pensado en lo que pasará después? Cuando regrese la serenidad a la familia ¿Qué pasará con el dinero que tiene? ¿Alguien además de usted sabe en dónde lo tiene y podría disponer de él? ¿Qué pasará con la información que está en su teléfono y en su computadora? ¿Quién tendrá acceso a ella? ¿Quién seguirá pagando los servicios de su casa, la luz, el agua, el gas, y por cuánto tiempo? ¿Qué sucederá en su trabajo y qué pasará con la lista de pendientes y proyectos futuros? ¿Quién se quedará con su auto y sus propiedades? ¿Qué pasará con las cosas que son valiosas, y con aquellas que aun sin serlo, guardan algún valor estimativo?
¿Quién querrá sacar ventaja de su muerte? ¿Quién aprovechará su ausencia para beneficio personal? ¿Por qué no solucionar algunas cosas desde ahora? Ahora que podemos hacerlo, ahora que tenemos la oportunidad de dejar en regla nuestros asuntos y nuestros bienes, ¿Por qué no definir el destino que queremos para todas nuestras cosas? Y con ello hacer más llevadero el momento de la muerte para las personas que nos quieren.
En México tenemos un mes dedicado al testamento, eso sería lo ideal, hacer las cosas de la mano de un profesional, pero si no podemos o no queremos, al menos comencemos por poner en blanco y negro lo que es importantes para nosotros y los nuestros, y evitemos heredar problemas.
Escribamos y metamos en un sobre, las “Instrucciones para continuar viviendo, después de nuestra muerte.” Como una carta a nuestros deudos, pero que esté al alcance de la gente que nos quiere y que ellos lo sepan. Hagámoslo de manera responsable y descansemos en paz, desde ahora, mientras seguimos celebrando el milagro de la vida.
Para nosotros, hacerlo o dejarlo de hacer, no representará gran diferencia, pero para los que se quedan, será una de las mejores herencias que les podemos dejar, una forma de perpetuar aquello por lo que tanto vivimos.