Despierto y siento que me pongo
en contacto con el mundo. Corrijo, con mí mundo. Hasta ahora todo marcha bien. Me
levanto y el frio escala por la planta de los pies, un atisbo a través de la
ventana y ahí está, atento a nuestra cita el brumoso amanecer, siempre llegando
antes que yo.
Después el baño y la idea de un
aromático café que me tomaré más tarde. Quisiera prolongar este momento, pero ahora,
me es imperativo entrar en contacto con el resto del mundo, cierro los ojos, me
concentro, respiro hondo y me lanzo por el tobogán de la información.
Tomo el smartphone o cualquier
aparto similar y apenas me identifica, los titulares llenan el espacio compitiendo
por robar mi atención, fecha y hora se hace a un lado como pasando a segundo
término.
Luego viene el clima y el pronóstico por si seguimos vivos los
próximos días, luego las notificaciones de todo aquello que no es urgente, pero
conviene estar al tanto. Después los mensajes colectivos y personalizados.
Enciendo la radio o la televisión,
los locutores me piden que me quede con ellos durante las próximas horas. Ahora
los titulares además se infiltran por mi oído, me prometen que más tarde
abordarán cada tema con más calma y en compañía de un experto, ahora lo
importante es estar informado.
En un momento de lucidez, me
apeno al ver que me estoy llenado de noticias internacionales pero desconozco
si mi familia ha amanecido con bien.
Ahora los comerciales son quienes
robar mi atención, me invitan a comprar y a pensar que son los mejores, me
dicen que con ellos podré solucionar un problema que no tengo. O que quizá si
tengo y me dejan pensando.
Luego me dan el resultado de los
juegos de anoche y las fechas de los próximos partidos, con sus pronósticos,
estadísticas y las más recientes declaraciones. Luego el acontecer político que
es como una repetición del siglo pasado con un nuevo reparto de actores y de activos.
Ahora vienen los espectáculos con
toda su carga de morbo y frivolidad. Y para esta hora ya estás atendiendo pendientes laborales, de clientes y
proveedores, citas en persona, llamadas y
correos.
Ahora lo urgente se revuelve con lo importante y todo ello con
lo trivial.
¡Basta! No sé ustedes, pero yo
renuncio al exceso de información. O me
mantengo al día o profundizo en lo que me interesa. Y la verdad prefiero
ensayarme en lo segundo que convertirme en depositario de toda la basura
informativa que me quieran echar.
Cada vez valoro más el silencio y
el tiempo dedicado a la reflexión. Me declaro a dieta de información
chatarra. Renuncio a dejar mi tiempo en
las redes sociales viendo vidas ajenas y en los titulares de los periódicos con
noticias que no son de mi interés. Perdón si no le doy un “like” a sus
publicaciones, la verdad es que hace tiempo que no me detengo a verlas.
Profundizar en lo que nos
importa, es ir más allá del primero y segundo pensamiento, es consultar algo
más que un twiter, es contener el primer impulso y pensar dos veces antes de
hablar o actuar, es investigar más allá de Wikipedia y Google, es también reflexionar,
preguntar, debatir, argumentar, entrevistarse con quien sabe más que uno, y
sobre todo, es estar dispuesto a aprender.
Digamos que me place más leer un
libro, que pasar la vida viendo portadas.
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