- No – le contesté.
- Es que ahorita no tengo lugar - me dijo torciendo la boca como si el problema fuera mío - si gustan los puedo pasar mientras a la barra en lo que se desocupa una mesa.
- Es que ahorita no tengo lugar - me dijo torciendo la boca como si el problema fuera mío - si gustan los puedo pasar mientras a la barra en lo que se desocupa una mesa.
Respiro hondo, suspiro y digo:
- De acuerdo…
La de la falsa sonrisa se gira para que la sigamos y en cuanto ve la barra vuelve a girar y nos dice…
- ¿Qué cree?, la barra también está llena.
- ¿Y entonces? – pregunto tratando de comprender su pena.
- Si gustan pueden esperar en el bar que tenemos anexo, y ahorita les llamo en cuanto se desocupe una mesa.
- ¿Tardará mucho?
- No creo, además allá también les podemos servir prácticamente de todo.
- ¿Y entonces? – pregunto tratando de comprender su pena.
- Si gustan pueden esperar en el bar que tenemos anexo, y ahorita les llamo en cuanto se desocupe una mesa.
- ¿Tardará mucho?
- No creo, además allá también les podemos servir prácticamente de todo.
Entramos en el dichoso bar, y nos dirigimos a la barra para tomar nuestros lugares. A pesar de que la luz era tenue y el volumen de la música alto, inmediatamente percibí que casi toda la clientela era como 10 años más joven que nosotros, – no importa - me dije a mi mismo – esto durará sólo mientras nos asignan mesa.
Luego el cantinero (que ahora se hace llamar “Mixólogo”) amablemente se acercó a ofrecernos su amplia gama de coctelería. Yo para empezar con el ruidazo no le oía casi nada, así que comenzó a desesperarse y optó por acercarnos un menú con la descripción de todas las pociones.
Creo que dijo que nos daría un tiempo para que lo viéramos con calma y luego volvería para tomar la orden. No sé ni para qué nos lo dejó, si en aquella penumbra no se veía nada. Me hubiera encantado traer una lámpara y una lupa.
Estaba a punto de pedir una cerveza cuando el “Mixoloco” encendió fuego a un brebaje entre azul y naranja, al tiempo que le espolvoreaba canela y ralladura de limón – Yo no me voy a tomar eso, ni nada que se le parezca – pensé, mejor pido una copa de tinto, total mientras nos asignan mesa…
- ¿Ya se decidió,"Don"? ¿Qué coctel va a querer que le prepare?
- Mejor dame dos copas de tinto, por favor. (y déjate de mamadas) - Me hubiera encantado decirle, pero no lo hice.
- Tiene que comprar la botella completa, no vendemos tinto por copeo, sólo en el restaurante…
- Mejor dame dos copas de tinto, por favor. (y déjate de mamadas) - Me hubiera encantado decirle, pero no lo hice.
- Tiene que comprar la botella completa, no vendemos tinto por copeo, sólo en el restaurante…
Con esa respuesta ya me sentía como Don Teofilitio a punto de soltar bastonazos.
¿Para qué les sigo contando?, la gota que derramó el vaso fue cuando le volvimos a preguntar a la hostess que cuánto tiempo tardarían en asignarnos mesa, a lo que contestó, con su clásica boca torcida que como mínimo una hora más… - Pobrecita - pensé - porque la cara la tiene, pero la jeta la pone - (pero tampoco se lo dije…).
Finalmente preferimos salirnos y lo hicimos, a decir verdad un tanto decepcionados, pero con ánimo suficiente para ir en busca de otro lugar…
Llegamos por recomendación de otro amigo a un nuevo sitio. Y haciendo gala del dicho que dice que “No se aprende de las experiencias vividas, sino de las asimiladas”, volví a regarla. Ya ven que el hombre es el único animal que tropieza 2 veces con la misma piedra, pues en menos de 2 horas lo hice de nuevo…
- Perdone - Le volví a preguntar al valet - ¿Aquí es bar o restaurante? - Porque ya para esa hora traía suficiente hambre.
- Pues hay comida y bebida, si es lo que quiere.
- No se diga más…
- Pues hay comida y bebida, si es lo que quiere.
- No se diga más…
El primer signo de desconfianza lo tuve cuando cruzamos la puerta y veo que los cadeneros son menores que yo y nos dejan pasar sin necesidad de revisión alguna. Yo no sé si fue exceso de respeto o la seguridad de que no representábamos ningún peligro.
- Pásele, Señor.
Mi esposa y yo nada más nos volteamos a ver.
Apenas cruzamos una cortina negra que fungía como umbral y nos envolvió la música electrónica, - ¿Qué fregados es esto? - me preguntaba mientras ajustaba mis pupilas a la nueva luz, y en eso estaba cuando un mesero nos preguntó que qué queríamos tomar.
- ¿Y si primero nos asignas una mesa? – le sugerí como queriéndole enseñar su oficio.
- Aquí no tenemos mesas, Señor.
- ¿Qué?, ¿Y en la planta alta?
- Allá menos, es “El Antro”
- Aquí no tenemos mesas, Señor.
- ¿Qué?, ¿Y en la planta alta?
- Allá menos, es “El Antro”
Nos tomamos una cerveza más por trámite, que por gusto, y tratando de entender que el error nuevamente había sido mío, porque el amigo que con tan buena intención me recomendó aquel lugar, debe tener a lo menos 10 años menos que yo, ahora lo entiendo todo. Al final decidimos; como decía Chespirito “tomarlo por el lado amable”.
Para estas alturas ya habíamos perdido casi 2 horas de la noche, había pagado 2 valet parking y no habíamos consumido nada decente.
Salimos de ahí y seguimos buscando. Terminamos la noche donde la debimos haber empezado, en “La Bodeguita del Medio” reconocida franquicia con sabor cubano, tradicional por su buena música y su buena cocina, tomamos mojitos, comimos desde plátanos machos rellenos, hasta cascos de guayaba, pasando por camarones con verduras y moros con cristianos exquisitamente sazonados, ¿o sería el hambre?
Celebro que en mi ciudad haya uno de estos restaurantes y que su atención sea tan buena. Mi esposa y yo nos divertimos y pasamos un rato extraordinario. Sin temor a recomendarlo, estoy seguro de que volveremos.
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