Quienes me conocen; aunque sea un poco, sabrán que los videojuegos
jamás han sido mi gusto, y mucho menos mi pasión. Sin embargo, mi hijo, de
apenas 6 años, ha resultado ser un ferviente apasionado del tema.
-
Papá, ¿Me prestas tu teléfono? - Esa
frase se ha convertido en una de las más repetidas en el léxico de mi pequeño
vástago.
Por política personal, decidí prestárselo sólo cuando lo tengo a la
vista, pues me encanta ver la emoción en sus ojos al decirle que si. Y aunque
generalmente accedo a su petición, procuro hacerle cansado el trámite con tal
de hacerlo desvariar y pasar más tiempo con él.
-
Nada más le presto el teléfono a los que me dan
abrazos. – le digo ventajosamente buscando recibir uno a cambio.
-
Y si quieres te enseño a pasar el nivel 15 de “Angry Birds” – me dice como para ver si así
me convence.
-
Ándale pues, enséñame.
Y ahí me tienen con una resortera digital lanzando pájaros por el aire
tratando de dar en el blanco. Y como es de suponerse fallo en casi todos mis
intentos.
-
Es que no le haces bien, - Me
dice y aprieta sus labios mientras percibo el ansia en sus manos por
arrebatarme el teléfono - , mejor préstamelo y yo te lo paso - me dice desesperado cuando se da cuenta de
lo inútil que es su padre para sortear ese tipo de pruebas.
-
Va, pues – le paso el teléfono y en un
santiamén, está del otro lado.
-
¿Ves? – me dice – así se le hace, ¿Ya viste?
-
Bueno préstamelo para intentarlo nuevamente…
-
No, porque vas a perder, mejor yo te ayudo a
pasar los siguientes.
Y en su inocente cabeza piensa que a mí me preocupa pasar niveles. Si
supiera que lo único que quiero es pasar un rato con él.
Así lo dejo jugar un rato y cuando finalmente me platica todos los
niveles que ha logrado le digo:
-
Ahora ¿Qué te parece si te enseño a jugaba “Angry Birds” como lo jugaba cuando tenía tu edad?
-
¿Enserio?,
¿Apoco sabias?
-
Claro que si, pero jugábamos con una resortera
de verdad, como esta… - y saco de mi pantalón una resortera hecha con una
horqueta de mezquite, cuero y un buen trozo de liga.
-
¡Órale!
Nos salimos al parque, y no les cuento la divertida que nos dimos con
una resortera de quince pesos y un puño de piedras.
-
Papá, - me dice cuando ya está cansado de lanzar
piedras - ¿Ahora quieres que te enseñe a
jugar “Plants Vs Zombies”?
-
No.
-
¿Por qué?
-
Porque los zombies no me gustan, y las plantas
me encantan pero sólo en el jardín.
-
Ándale…
-
Bueno, te propongo un trato. Yo te presto el
teléfono para que tu juegues un rato, y en 20 minutos me ayudas a plantar un
hueso de aguacate que quiero sembrar para que crezca un árbol ¿Cómo ves?
Y de esta manera seguí pasando una divertida tarde con mi hijo. “Tiempo especial”, creo que le llaman algunos
enterados, para mí sólo fue darme el tiempo para convivir con mi hijo y
aprender un poco de su vida, y al mismo tiempo
tener la disponibilidad de compartirle un poco de la mía.