El ego; escuché alguna vez, en boca
del Dr. José Antonio Lozano Diez, presidente de la junta de gobierno de la Universidad
Panamericana y el IPADE; se alimenta de tres cosas: de lo que tenemos, de lo
que hemos hecho y de defender nuestra verdad. La reflexión de aquellas palabras
me ha dado para meses, si no es que para años.
“Lo que tenemos”, pues claro, si tengo
todo esto y los demás no lo tienen, es muy fácil hacer gala de mi egolatría, y verme diferente a los demás. Quizá no lo diga, pero lo pienso y lo creo.
“Lo que hemos hecho”, ¡pues
hombre!, si tengo más experiencia que todos, si he desempeñado tales puestos y
he logrado lo que casi nadie, ¿cómo pretenden que me vea y me sienta igual que
los demás? ¿Quién me van a venir a decir algo que no sepa?
“De defender nuestra verdad,” ¿Y
cuál otra podríamos a defender?, si la nuestra es la que mejor conocemos. ¿Y quién
va a venir a decirnos cómo son las cosas si nadie las ha vivido mejor que nosotros?
Pues sí, así se alimenta el ego,
de responder y aceptar como ciertas todas esas preguntas, porque quizá
conocemos los hechos y con eso nos justificamos, pero ¿conoceremos también las
causas y las intenciones detrás de esos hechos? ¿A caso nuestro punto de vista
y nuestra perspectiva es la única cierta?
Con la soberbia pasa igual, con
facilidad vamos por la vida con esa necesidad de creernos superiores a los
demás y sentir que nadie nos merece, aunado a la falta de humildad que nos
impide poner los pies sobre la tierra, reconocer nuestra propia realidad y
aceptar que nadie es más que los demás, que todo podemos mejorar, si abrimos
nuestra mente y escuchamos lo que otros nos pueden decir.
El ego y la soberbia, dos características
del ser humano, que día con día se meten en nuestra vida y afloran a través de
nuestras palabras y nuestro comportamiento. ¿Las reconoce? ¿Las ha vivido en
carne propia? Le voy a ayudar, porque como nadie vamos por la calle con un
letrero que diga “Soy Soberbio” ni “Soy ególatra” resulta que se disfrazan, ¿Las
sabría reconocer?
Ahí donde usted siempre quiere
tener la última palabra, ahí donde esgrime sus argumentos haciendo alarde de su
experiencia o sus títulos, ahí donde presume, ahí donde se ufana, ahí donde interrumpe
al que está hablando porque usted tiene algo mejor qué decir, ahí donde subestima
la opinión de los demás o simplemente la ignora. Es el ego, disfrazado.
Ahí donde alguien le pide una
cita y lo hace esperar, ahí donde agenda una reunión y llega tarde, ahí donde hace
un compromiso que jamás cumple, ahí donde le llaman y no contesta, ahí donde
dice “ahorita te regreso la llamada” y no lo hace. Ahí, en su consciencia,
donde sólo usted puede estar, donde piensa que ya lo sabe todo y que sólo usted
tiene la razón, ahí justo ahí, está la soberbia, disfrazada también.
Donde levanta la voz para imponerse,
donde hace aspavientos para llamar la atención, donde escucha a los demás con
los ojos viendo al cielo, donde participa en una reunión y no es capaz de tomar
nota, donde llega y no saluda, donde critica sin afán propositivo, donde nada
le gusta, donde nada le satisface, donde no es capaz de aceptar la crítica sin defenderse, pregúntese ¿Por
qué me comporto así? Acepte su realidad y reflexione con humildad, resuelva el
origen, tenga el valor de cambie su actitud o tenga el valor de cambiar de
lugar.