Mis primeros recuerdos musicales se remontan a las
tardes de domingo cuando yo tenía 4 o 5 años. El paseo obligado era de Ramos Arizpe
a Saltillo y de regreso, paseaba con mis papás en el asiento trasero de un Maverick
modelo setenta y tantos; sin cinturón de seguridad ni silla especial para
menores de 30kg. Escuchábamos “La hora de Cri-Cri” que transmitía la XESJ de 5
a 6 de la tarde patrocinada por la
zapatería “Las tres B”. Ahí estaban el ratón vaquero, el ropero de la abuelita,
todos los animales caminando hacia la escuela, las vocales, las canicas bajando
por la escalera “tutiplén”, la araña del
barril desvencijado y todos los demás.
Años después, siendo todavía niño, aparecieron
grupos infantiles de México y de España que marcaron a todos los nacidos a
principios de los 70´s. La Banda Timbiriche, Parchís y Enrique y Ana fueron los
principales, y con ellos llegaron “El Gato Rocanrolero”, “Hoy Tengo que
Decirte, Papá”, “Ganador”, “Hola, Amigos”, “El Disco Chino”, “Amigo Felix”, “Las
Tablas de Multiplicar” y varios más.
Los años pasaron y en mi condición de hermano menor
crecí escuchando la música de mis hermanos que ya rozaban la adolescencia. Gracias
a esto y a un tocadiscos que había en la casa, a muy temprana edad, conocí por
mi hermano los corridos de caballos como “El Cantador”, “El Caballo Blanco”, “El
Moro de Cumpas”, “El Alazán Lucero”... Y por mis románticas hermanas, la trova de los españoles Joan Manuel Serrat
y el grupo Mocedades, que junto con otros más estaban haciendo sus primeras
entradas a nuestro país. Aquí llegaron
“Tómame o Déjame”, “Eres Tu”, “Cantares”, “El Vendedor”, “Cinco Canas Más”, “Búscame”,
“La Otra España”, etc. Más que canciones, fueron poemas que memoricé sin darme
cuenta y que todavía recuerdo y disfruto cantar.
Seguí creciendo hasta que me alcanzó la juventud,
lo mejor de todo fue que Timbiriche creció junto conmigo, por supuesto que a Sasha,
a Paulina, a Thalía y a Edith Márquez, las empecé a ver con otros ojos. Las tardeadas
y las fiestas de XV años comenzaron a despertar sentimientos de amor y desamor
que hasta aquella época desconocía. Aquí comencé a entender mejor la música
Pop, ya que no sólo me gustaba, sino que sus historias ahora significaban algo
para mí. Cantantes como Emmanuel,
Mijares, Miguel Bosé y Yuri, el grupo Maná, Alejandro Sanz, y Alejandra Guzmán,
por mencionar algunos, fueron dejando su huella en mi memoria.
Después me fui a la universidad y este movimiento me
sirvió también para abrir mi gusto musical a otros géneros. Me convertí en
asistente asiduo a conciertos y recitales de música clásica. Viene a mi mente
noches de concierto en diferentes auditorios y teatros. Pocas obras me subliman
tanto como el Canon en Re mayor de Pachelbel,
o la oda a la alegría de la 9ª Sinfonía de Beethoven, y por supuesto que
de la mano con ellas me encanta el virtuosismo de Mozart, la fuerza de Wagner,
la ligereza de Vivaldi, la magnificencia de Tchaikovsky, en fin. No acabaría nunca.
Luego incursioné en el teatro y se abrió para mí un
mundo que apenas conocía, la comedia Musical, fue tal su fuerza que me atrapó.
Desde entonces hasta la fecha disfruto la música de este género, lo mismo por
el placer de escucharla como por haber tenido el privilegio de cantar varias de
estas canciones en diversos foros. Aquí no pueden faltar los temas de Andrew Lloyd Webber como “Memory” de Cats, “All
I ask of you”, del Fantasma de la Ópera, “No se cómo amarlo” de Jesucristo
Superestrella, ni temas emblemáticos de otros autores como “Si yo fuera rico” de
Violinista en el Tejado, o “Un día más” de Los Miserables.
Pero en la universidad no todo era estudio ni
instrucción, había que entender el pensamiento del ser humano en toda su
diversidad, y para eso no hay mejor lugar que una peña. Así que me volví cliente frecuente de este
tipo de lugares donde uno fácilmente se topa con algún poeta extraviado, o con
algún melancólico contador de historias buscando quién lo escuche. Ahí
acudíamos a tomar vino y a escuchar canciones de Pablo Milanés, de Silvio
Rodríguez, de Luis Eduardo Aute, de Joaquín Sabina y varios más, conocí
artistas como Mercedes Sosa o Francisco Céspedes y mi relación con el género se
volvió indisoluble. De aquí “El Unicornio Azul”, “El Breve Espacio”, “Gracias a
la Vida”, “Peor para el Sol”, “Las 4:10”, “Oh, Melancolía”, “Rabo de Nube”…
También reconozco que en algún momento retomé el
gusto por las canciones antiguas, más propias de la época de mis padres que de
la mía, pero comprobé que gracias a su calidad musical seguían tan vigentes
como cuando fueron estrenos. De ahí vienen canciones de María Grever, de
Agustín Lara, de Armando Manzanero, que en las voces como la de Eugenia León,
me siguen cautivando y transportando. Canciones como “Un solo beso”, “Como yo
te amé”, “Contigo aprendí” o “Cuando vuelva a tu lado” me evocan una época que
no me tocó vivir pero que añoro como si mi alma en verdad la hubiera conocido. Aquí
los temas “A Mi Manera” y “As time goes by” (de la película Casablanca) se han
convertido para mí más que en canciones, en himnos.
Ahora me doy cuenta que toda la música tiene su
tiempo y su lugar. Actualmente mis hijos
están descubriendo sus primeros gustos musicales. Me gusta compartirles un poco
de mis gustos y aprender un poco de los suyos.
Ellos han aprendido a disfrutar la música de Cri-Crí, y las bandas
sonoras de las películas de Disney que personalmente me parece extraordinaria,
pero también disfrutan la música de Kiss, de Aerosmith, de Black Eyed Peas, y
hasta de Moderato y One Direction. Creo
que más que descubrir sus propios gustos están siendo influenciados por un papá
clásico y conservador y una mamá moderna y rockera. Así les tocó vivir y algo
bueno habrán de sacar de eso.
Después de este recuento de canciones, de esta
antología musical que de una u otra forma ha marcado mi vida, entiendo porque
mi amigo Pepe me llama “Alma Vieja”. Creo que ha sido el primero en descubrir
que si bien mi cuerpo cumple apenas 40 inviernos, mi vieja alma tiene algunos
años más.