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domingo, 18 de septiembre de 2022

Anécdota familiar, con brecha generacional.

 

Mi hija adolescente, me pidió permiso para ir a pasar la tarde en casa de una amiga. El plan consistía en que después del colegio se juntarían en algún punto y por la noche yo pasaría a recogerla en casa de la abuela de la amiga; domicilio que ya conocía, por una ocasión anterior. 

Así lo acordamos y así se fue, llevando consigo la retahíla de recomendaciones que hacemos todos los padres: Pórtate bien, no rompas nada, comes lo que te ofrezcan, etc. pero, sobre todo – le dije - Cuando llegues a casa de la abuela, me mandas la ubicación.

Aunque sabía cómo llegar, no recordaba el domicilio exacto y seguramente en la entrada del fraccionamiento me preguntarían le nombre de la calle y el número de la casa. El caso es que ella se fue con el encargo y yo me quedé con mis asuntos.

A media tarde me mandó la ubicación; tal como se lo pedí y me quedé más tranquilo. Yo estaba trabajando cerca del fraccionamiento donde está la casa de la abuela, así que no me llevaría más de diez minutos pasar a recogerla, por lo que seguí confiado hasta que llegó la hora y fui por ella. Grande fue mi sorpresa cuando el guardia del acceso me dice que el domicilio que busco no está en ese fraccionamiento.

Decido entonces marcarle a mi hija para que me confirme calle, número y el nombre de la dueña de la casa, y me dice: - Te lo mandé desde la tarde, es que siempre no nos fuimos a casa de la abuela, y mejor nos venimos a la casa de mi amiga…

Me disculpé con el guardia y me retiré apenado. Cuando finalmente llegué por mi hija; quince minutos después al fraccionamiento correcto, le reproché que no me avisó del cambio de planes y que de ahí se había derivado toda la confusión y en consecuencia la llegada tarde.

-          Es que sí te avisé, te mandé la ubicación.

-          Si, pero no la abrí, porque “supuse” que era la ubicación de casa de la abuela, y “solamente” la necesitaba al llegar al fraccionamiento para decirle el domicilio al guardia para que me dejara pasar. Además, me debiste haber dicho del cambio de planes para darme cuenta y medir mis tiempos.

-          Es que era obvio… para eso te mandé la ubicación.

Y me veía como diciendo… ya si tú no la abriste y no te diste cuenta…

Mi hija sigue pensando que mi reclamo fue injusto, porque ella hizo lo que le pedí. Quizá tenga razón.

Yo no he cambiado mi postura, pienso que además de mandarme la ubicación, me debió haber avisado que “siempre no…” y que “por lo tanto…”

Hasta ahora, ambos pensamos que tenemos la razón. Seguramente desde nuestra verdad, la tenemos. Seguro usted también tendrá su postura, por suerte el incidente no pasó a mayores, incluso podría decirse que fue casi irrelevante, pero es un sencillo ejemplo de cómo a pesar de que tenemos nuevas formas para comunicarnos, los nuevos estilos de vida y la evidente brecha generacional nos dejan ver que cada día al mismo tiempo nos comunicamos más y también nos comunicamos menos.

miércoles, 14 de junio de 2017

La Comunicación, ese eterno problema

Cuando estudié en la universidad, teníamos una serie de materias que formaban parte del llamado “Tronco común”, y  no era otra cosa que un grupo de materias de curso obligatorio independientemente de la carrera que escogieras. Ahí estaban “Redacción en Español”, “Redacción Avanzada” y “Expresión Oral”.

¡Ah cómo se quejaban muchos compañeros de aquellas clases!, y no me remonto a la época de prepa o secundaria donde existían sus equivalentes, porque ahí los intereses eran otros, pero ya en la universidad, cuando se supone que estás adquiriendo herramientas que te van a servir toda la vida, había una terrible resistencia contra esas 3 materias, especialmente con las 2 primeras que implicaban aprender a redactar.

En su momento estas materias no me quitaron el sueño, y aunque quizá no eran tan divertidas como las específicas de mi profesión, digamos que hubo otras que sí me hicieron sufrir. Años más tarde, y siendo parte de una empresa, me doy cuenta de lo importante que fueron aquellas 3 materias, pues en casi toda mi experiencia laboral he visto que el problemas más recurrentes y constante en toda organización es la mala comunicación entre sus colaboradores, y entre éstos y los clientes y proveedores. Eso no significa que no haya comunicación, sino que la que existe, suele ser de muy mala calidad.

¿A qué se debe?,  seguramente a múltiples factores. Aunque a cada rato me vienen a la mente algunos compañeros que argumentaban  -  ¿Para qué quiero saber redacción y ortografía, si yo voy a tener una secretaria para que haga eso? – comentario más misógino y pendejo no podían haber dicho…  y me pregunto yo: ¿Por qué pensaban aquellos angelitos, que “alguien” iba a hacer por ellos, lo que ni ellos mismos estaban dispuestos a hacer? 

Ahora  más que nunca, lo que nos sobran son aparatos para comunicarnos, tenemos medios que en nuestra juventud ni siquiera imaginamos, pero los problemas de comunicación continúan.  ¿A qué se debe? Pues a que el principal problema sigue estando en las  personas, y no en los aparatos. En esa incapacidad de saber transmitir ideas con claridad, llamándole a las cosas por su nombre y entendiendo que la responsabilidad de que un mensaje se comprenda radica en quien lo emite, y no en quien lo escucha.  Para decirlo más claro: Si este texto no se entiende, será debido a una incapacidad  de quien lo suscribe, y jamás se debe responsabilizar de su comprensión a quien solamente lo lea.

Otro problema común, consiste en que nos cuesta trabajo distinguir una idea central de una idea periférica:
-         -  ¿Cómo sucedió el accidente?
-    -  Íbamos llegando al restaurante… ya vez que era cumpleaños de mi tía, la hermana mayor de mi mamá, la que vive en Mérida… Cuando escuchamos un ruido… haz de cuenta como si se hubiera caído algo muy pesado… y volteamos hacia la ventana y vimos el auto con las llantas para arriba…

O revolvamos hechos con suposiciones, y todavía las mezclamos con un poquito de nuestras propias opiniones.
-      -     ¿Por qué no pudieron entregar el paquete?
  - Pues llegamos a la oficina, y otra vez estaba cerrada, a mí se me hace que fue porque salieron temprano a comer…. Ya vez que con ellos siempre es lo mismo… ya vez cómo son… a mí por eso no me gusta ir ahí, yo prefiero para la próxima…

Y por si lo anterior fuera poco, a veces también evadimos nuestra responsabilidad culpando a otros de nuestras incapacidades:

-         -  ¿Qué pasó con el reporte que te pedí?
-     -  ¿El reporte?... lo que pasó fue  “de que”… ya ve que se enfermó la secretaria… y que quedó de mandarme unos datos… y pues ya se los pedí pero yo creo que no ha visto mi correo porque como no vino… pero yo creo que mañana ya va a venir, así que si quiere se lo hago para mañana…

Problemas de comunicación, existen por montones y de ejemplos pudiéramos hacer varios tomos.  
Pero la realidad es que aprender a comunicarnos es una habilidad que se puede aprender sin importar la edad que tengamos o el rol que nos toque jugar dentro de una organización. 

Dejemos de inventar excusas y hagámonos responsables de los mensajes que emitimos. Si todos fuéramos más conscientes de la importancia de este tema y del quebranto que puede causar en una empresa cuando este recurso no se cuidad, tendríamos  más cuidado en la forma de expresarnos, sobre todo desarrollaríamos la costumbre de asegurar la comprensión de nuestros mensajes. Si lográramos hacer eso, nuestro trabajo y por consiguiente nuestra vida personal se verán rápidamente recompensados.






lunes, 2 de febrero de 2015

"10 AÑOS no son nada... son todo" El Embarazo (Capítulo XIII)


Los siguientes 3 meses, personalmente es la etapa que más me gusta del embarazo. Aquí las mujeres lucen radiantes, se ven hermosas y llenas (literalmente) de vida. El embarazo es evidente, ya no se puede ocultar, la ropa las hace verse más bonitas y ya pasaron los fastidiosos mareos.

Aquí es también cuando la pareja tiene la opción de conocer el sexo del bebé y a la par,  pensar en el nombre que tendrá el nuevo miembro de la familia. Aquí un mar de posibilidades está presente. La elección del nombre, te recomiendo que sea un acuerdo de ambos y no una lucha de poderes.

El:       -  Si es niño, le ponemos como yo, y si es niña le ponemos como tú.
Ella:    - Ay no, si es niña le ponemos como mi mamá.
El:       - No, mejor como la mía.
Ella:    - Bueno está bien como la de ambos.
El:       - No qué te pasa, un solo nombre, ¿Para qué le ponemos dos?
Ella:    - ¿Y por qué nomás uno, que sean dos y bien sonoros.
El:       - Me gustan los nombres con carácter, pero sólo uno.
Ella:    - A mí los nombres con bonito significado, por cierto hay una página en internet…
El:       - ¿Y si le ponemos el nombre del día que nazca?
Ella:    - O sea que le pongamos ¿Domingo? ¿o qué?
El:       - Quiero decir, ponerle el nombre del Santo que traiga el día.
Ella:    - No, hay unos nombres bien raros…
El:                   - Bueno, si es hombre, se llamará como yo, y si es mujer qué te parece si le ponemos Mónica, es un bonito nombre.
Ella:    - ¡Bah!, ¿y por qué Mónica? ¿Quién es Mónica?
El:       - Nadie, nada más me gusta el nombre…
Ella:    - Si, seguramente…. de seguro así se llamaba una de tus novias.
El:       - Te juro que no.
Ella:    - A ver ¿Qué tal si le ponemos Carlos?.... ¿A  ver?...  también es bonito nombre.
El:       - ¿Cual Carlos?… Nunca me dijiste que tuviste un novio que se llamara Carlos.
Ella:    - No tuve ninguno…
El:       - No mientas…
Ella:    - ¿Y si le ponemos “Masiosare”? como el extraño enemigo…
El:       - Que chistosita, no me cambies el tema...

Como puedes ver, querido Pablo, ponerle nombre a un hijo es algo que puede ser simple, pero también muy, pero muy complejo.

Ahora, comentemos algunos detalles sobre los últimos 3 meses del embarazo, esta etapa vuelve a ser muy pesada para la mujer, aquí el peso del bebe y el tamaño del vientre cada vez mayor va haciendo las cosas cada vez más difíciles. Les resulta cansado estar mucho tiempo en la misma postura ya sea paradas, sentadas e incluso acostadas. No se pueden poner los calcetines, ni cortarse las uñas de los pies por sí solas. Ni pensar en cargar cosa muy pesadas, subir muchas escaleras, estar en una aglomeración o incluso manejar.  El cansancio se va a cumulando e incrementando conforme pasan los días, además aparece una nueva variable, la tensión de saber que se acerca el momento del parto.

Aquí también puede ser que las piernas, los pies, incluso la cara de las señoras se comiencen a hinchar. Aquella figura de la mujer jovial del quinto y sexto mes, se irá tornando en la de una mujer que poco a poco ya no puede más. Querido hijo, este nuevamente es tu momento. No sabes cuánto bien le hace a una mujer sentir que no está sola en esto.  No sabes el miedo que sienten de saber que están a punto del gran momento y no sabes cuán satisfactorio resulta para ellas tener un hombre a su lado que las ame más que nunca.


Aunque ya quedamos que la mujer lleva la parte más difícil, no hay que menospreciar la labor del padre, ya que no será poca la energía que requiera para seguir haciendo su trabajo y mucho del que antes hacía la señora. Su nueva condición hace que uno se deba tornar más acomedido y comprensivo que de costumbre. No será raro que la mujer requiera ayuda incluso para vestirse, ya no digamos con las faenas del hogar. Aunque también es común (y más en estos tiempos) encontrar algunas mujeres verdaderamente intrépidas que se sienten totalmente autosuficientes y con ganas de irse manejando hasta el hospital todavía el día del parto.  Señoras, déjense ayudar.  Nadie las va a juzgar de inútiles si piden algo de ayuda, además muchas personas (y no se diga su marido) estarán encantados de brindar apoyo hasta en las tareas más simples. Guárdense ese: “Pero si yo todavía puedo”, “Me siento bien”, (y nadie lo duda, pero es un riesgo grande el que corren muchas veces innecesariamente). Además, no se preocupen, ya vendrá el tiempo de demostrar lo fuertes que son.